jueves, 27 de diciembre de 2012

La paz empieza nunca



“La paz empieza nunca” es el título del libro que en estos días tengo entre manos. El contenido del mismo, sin menoscabo alguno a la importancia, no tiene nada de excepcional. Se trata de uno más de los tantos libros que han tomado como referencia la guerra civil española. Sí que tiene algunas particularidades. Por ejemplo, el haber sido escrito en mil novecientos cincuenta y seis, veinte años después del inicio de la contienda y contar la historia a partir de ese año y hasta el medio siglo aproximadamente.

“Está claro que entonces lo que no funcionaba era, nada menos, que la convivencia de unos españoles con otros españoles. Aquí no nos podíamos ver la mitad de la otra mitad. No nos aguantábamos, unos podíamos vivir y otros no”,  dice en el prólogo.

Pero no es esta paz, ni estos conflictos, ni estas diferencias ideológicas ni sociales lo que me ha hecho reflexionar. La paz que parece no ya empezar, sino estabilizarse, es la paz interior. Andamos a trompicones con los propios, los ajenos y hasta con los extraños. Cualquier acontecimiento nimio o importante puede provocar la alteración de esa paz personal que se tiene consigo mismo y conseguir sumirnos en un estado de desasosiego del que en ocasiones es difícil escapar. Nadie queda libre de este peligro emocional. Lo que sí que ocurre es que no todos sufren por igual el paso por estos trances.

Todos los que tenemos hijos y nos esforzamos por transmitirles lo mejor, sabemos de la dificultad que, a determinadas edades, esto comporta. No hay libro de instrucciones ni para cada edad ni para cada hijo. Aún del mismo padre y paridos por la misma madre, la disparidad de caracteres puede ser tal, que lo lleve a uno a equivocarse al utilizar un modo de actuación que funcionó con el hijo mayor, pero que resulta una bomba con el menor. Y todo ello partiendo de la base que ninguno de los dos que tengo ha sido ni es conflictivo. Siempre han tenido un límite, flexible, por su general buen espíritu, comportamiento, respeto y humildad; pero nunca han estado libres de firmeza cuando la ocasión lo ha requerido.

Será que la hermana mayor hace ya siete años que pasó por la difícil edad que tiene ahora el menor, dieciséis años, que casi no recordaba los inconvenientes que tiene transitar por esa etapa de la vida.

Será también que este insignificante desencuentro ha coincidido con unos días que tengo de descanso y dispongo de algún tiempo para poner por escrito lo que siento. El caso es que no puedo evitar sentirme mal, a pesar de estar absolutamente convencido de la posición que he adoptado y del apoyo incondicional de mi mujer. Sé que él tampoco lo está pasando bien, pero no quiero que piense que vale todo y que con el tiempo todo se olvida. Y lo que más me importa que no piense, es que mis decisiones van contra él. El tema está en conseguir que la cuerda no se tense hasta romperse, tener guardado un trozo e ir soltándolo si es necesario al tiempo que se intenta conseguir que el otro vaya dejando de estirar poquito a poco.

¡Es lo que hay!

Luis Fernando Berenguer Sánchez.
27 de diciembre de 2012.

sábado, 8 de diciembre de 2012

Acontecimiento inesperado




Amanece cada día entre alegrías y tristezas. Nada ni nadie lo propicia ni lo impide. Amanece porque tiene que amanecer, porque la tierra rota sobre sí misma en torno a un imaginario eje que hace que, cada veinticuatro horas y algunos segundos, el sol vuelva a regalarnos su impagable luz; a no ser que esté nublado y sus rayos se vean obligados a atravesar el manto de nubes para iluminar sin brillo el día.

A partir de esa innegable certeza ya nada más depende de uno mismo. Puesto el pie en tierra al despertar (cada uno que ponga primero el que quiera), y planificado el día según las obligaciones u ociosidades que a cada cual le aten o distraigan, siempre podrá interferir o no el elemento imprevisible.

Todo pinta bien, las obligaciones han sido cumplidas según lo previsto, y es entonces cuando entran en escena el resto de actividades que han de satisfacer las inquietudes personales que a cada uno le agraden, distraigan o entretengan. En esas estamos esperando, ilusionados y en connivencia, el momento de sorprender al pilar fundamental de la familia. Aquella que con más fuerza tira del carro, que no se queja, que nos demuestra a cada minuto lo mucho que nos quiere, la que nos achucha a la menor ocasión, la que siempre está pendiente de nosotros, la que sufre en silencio y comparte alegrías.

El plan, perfectamente elaborado y mantenido en secreto durante bastantes días por todos los miembros de la unidad familiar, era perfecto. Ni la más mínima sospecha de que algo fuera a ocurrir pasaba por su imaginación. El día se prestaba para ello. Había sido difícil encontrar el momento en que todos pudiéramos coincidir a la hora de cenar. Viernes, siete de diciembre, a las nueve y media de la noche. Nosotros, ella y yo, estaríamos desarrollando nuestra labor preferida en las tardes de invierno cuando ya la luz del sol empieza a declinar, cada uno con su sitio fijo en el sofá, tapados con la falda de la mesa camilla y el brasero calentando a fuego lento. Brincando entre ordenador, televisión, libro o conversación; o como es ahora el caso, sin televisión y con papel y bolígrafo. Ellos, nuestros hijos y el novio de nuestra hija, quedarían para ir juntos al restaurante que habíamos acordado alrededor de las nueve y cuarto. Yo, como sin pretenderlo, de pronto fingiría un arrebato ilusionado por compartir una cena sin velitas para dos y así celebrar su reciente cumpleaños. Se iba a resistir, pero mi insistencia sería tal, que no habría lugar a una negativa. Sin dudar a donde ir, dirigiría el coche hasta el lugar acordado. Aquí puede que sí que se extrañase porque por lo general soy más bien de naturaleza indecisa.

Pero eso sería luego, porque poco antes de comer habíamos decidido subir a la caseta de la terraza para bajar el árbol de Navidad y los adornos y luces que lo engalanarían. Y ¡cómo no!, el Nacimiento. Ella también nos ha transmitido a todos la ilusión por estas entrañables y familiares fechas navideñas. No ha habido año, desde que compartimos nuestra vida, que en el día de la Purísima, no quede montado el árbol, puesto el Nacimiento y adornada la casa con algún motivo navideño. Cuando había más espacio en la casa, montábamos con mucha paciencia y cariño, un belén de proporciones considerables, incorporándole algunos elementos mecánicos como un motorcito para hacer girar las aspas del molino, incluso poniéndole luces a las casas por dentro.

Ya estaban todas las cajas con los avalorios en la terraza, fuera de la caseta, y sólo quedaba introducir desordenadamente y como fuera posible, un somier con patas y un colchón que había que apoyar sobre un silloncito de mimbre. Yo estaba dentro de la caseta y ella fuera. Colocamos el colchón en su sitio, pero al hacerlo tiramos una percha con trajes de disfraces que había colgada de una inestable barra atravesada en la viga del techo. Yo aguanto la barra por dentro y ella intenta volver a colgar la percha pero no llega. El colchón nos separa y no veo nada, por lo que no acierto a saber que es lo que está haciendo. Tan sólo escucho un leve ¡ay!, y al asomar la cabeza por detrás del colchón, la veo allí, tumbada boca arriba en el suelo, con gesto inequívoco de dolor en el rostro. ¡El pie! ¡El pie! ¡Un esguince! ¡Un esguince!, repite entre leves gemidos.

Allí acabó la cena y la sorpresa de encontrar a nuestros hijos cuando entráramos al restaurante.

Pero a cambio, siento la inmensa satisfacción de estar el máximo tiempo posible junto a ella, y ayudarla, quererla y satisfacerla cuanto pueda y sepa.


Luis Fernando Berenguer Sánchez.
7 de diciembre de 2012.

jueves, 6 de diciembre de 2012

Una gran sonrisa rodeada de mujer



Fue niña, morena y con abundante pelo. En su momento vino a colmar de felicidad a toda su familia, pero sobre todo a sus padres. Luego vendrían dos hermanos gemelos más que acabaron de llenar el espacio familiar, de hacer rebosar la satisfacción de padres y demás familiares; y sobre todo, de ocupar todo el tiempo de su madre.

No la conocí hasta que estaba a punto de cumplir tres años. Siguió morena, se convirtió en la princesa de la familia, se hizo cariñosa, le gustaba disfrazarse y hacer de artista; y se hizo guapa y las comisuras de sus labios tuvieron que estirarse para dar cabida a su incipiente sonrisa.

Su primer concierto de música, con cinco años, lo pasó la mayor parte del tiempo sobre mis hombros, actuaba Mecano. No recuerdo mucho del concierto, pero sí de mis hombros. Se convirtió, cada vez que la veía, en guardián de mis furtivas escapadas por la sierra del Cid con mi novia, su tía. Fue testigo de mi enamoramiento.

La vi crecer. En mi boda estuvo allí, rebosante de alegría, de gozo, vestida para la ocasión con su traje de comunión, portando, sonrisa en rostro, los anillos que sellarían mi matrimonio. La sonrisa ya no se le borró nunca más de su cara.

Creció y se hizo mayor, como todos los niños; durante sus años adolescentes y de estudios, estuvo algo más distante, como el resto de jóvenes. Y fue abanderada, “Abanderada Labradora”, en Petrer, en la fiesta de Moros y Cristianos. Y lució sonrisa y belleza hasta eclipsar la espectacularidad de los trajes que portaba. Y creció aún más, su sonrisa se hizo gigante, al igual que su corazón; y siguió guapa, muy guapa; y siguió cariñosa, muy cariñosa; y volvió a tener un trato mucho más cercano, cercanísimo, sobre todo con sus dos tías novelderas.

Y conoció a un chico y se enamoró. No podía ser de otra manera. El chico, educado, cortés, sencillo, humilde. Seguro que ella lo buscó también con sonrisa. O quizá, el quedó cautivo y contagiado de la sonrisa de ella.

Y se casaron. ¡Ah, eso sí!, se casaron como ellos quisieron, haciendo gala de una personalidad y de una sensatez dignas de admiración. Madre y abuela, abuela y madre, sufrieron un cierto descontento, que creo que superaron mucho antes de la celebración, en la que iba radiante. Y me concedieron el privilegio de conducirles en el coche de novios, una vez casados, hasta el salón de bodas en el que celebramos el acontecimiento.

Y llegó el día de la procreación. Pero antes del alba, un escalofrío atormentó sus pensamientos y el de todos aquellos que los queremos. Fue un chaparrón. El desánimo pudo con todos nosotros, pero no con ellos. Me impresionó verlos a los dos, cuando las alcantarillas se tragaron las últimas gotas de agua, con las sonrisas más grandes que he visto en mi vida (sus sentimientos recorrían sus venas y llegaban al corazón, pero no se exteriorizaban).

Pero el día volvió a llegar. Esta vez sí. El corazón ya se oyó latir en su vientre. Una de sus tías fue la afortunada de experimentar con ella la emoción de escuchar los primeros latidos del nuevo ser. Dice su tío Pepe el de Málaga que “va a zer niño, porque en la ecografía ze le ve una picha azí”.

Seguro que en los próximos meses, cuando tenga que salir y su padre esté presente, lo primero que saldrá y su padre verá, será la sonrisa más grande que nunca antes ha visto la humanidad.

Enhorabona Marisa y enhorabona Ignasi.



Luis Fernando Berenguer Sánchez.
Novelda, 5 de agosto de 2007.

sábado, 17 de noviembre de 2012

"El profesor"



Transcurría el año mil novecientos setenta y siete, apenas dos años después de la muerte de aquél que no tenía suficiente con hacer lo que le daba la gana, sino que los demás ciudadanos de España también tenían que actuar como a él le apetecía, por decirlo suave, y mutis, no fuera a cabrearse.

Cursaba yo octavo de E.G.B. en un colegio de Novelda, al que le tengo un enorme cariño. Recuerdo con absoluta claridad a todos y cada uno de los profesores que se encargaron de poner a mi disposición los conocimientos que atesoraban en sus respectivas materias y, como era habitual en aquella época, hacerlo aplicando alguna dosis de disciplina que variaba según la personalidad del profesor. Como bien se intuye, andaba yo inmerso en  plena adolescencia, y para enfocar todavía más la situación, añado que pertenecía al grupo de los compañeros de clase más tímidos e introvertidos, pero a la vez, al de los que más sobresalían en cuanto a notas se refiere. Dado que en esa etapa de la vida cualquier circunstancia es capaz de influir en el futuro comportamiento del ser humano, tanto para bien como para mal, he de reconocer y confesar ahora, treinta y cinco años después, que de entre todos los profesores muy buenos que tuve, hubo uno muy especial. Aquel profesor fue capaz de marcar mi adolescencia y consiguió incluso influir en mi posterior comportamiento en la vida, al que aún hoy sigo fiel.

Con él aprendí mucho, muchísimo. Él me introdujo en el maravilloso mundo de las matemáticas, haciendo que disfrutara con ellas mientras estudiaba, y lo digo en serio. En aquel momento de dudas existenciales, se abrió ante mí un universo en el que todo tenía una explicación, y además, demostrable. Pura ciencia en donde no hay terreno para suposiciones ni conjeturas, o lo sabes y lo demuestras, o estás perdido. Sus conocimientos y métodos didácticos, entre los que destacaba el hacer participar al alumno en cada tema que explicaba, siendo por tanto las clases más prácticas que teóricas, le habían proporcionado un gran prestigio, tanto en la comunidad educativa como en el pueblo en general.

Pero había algo más en él que lo hacía todavía más peculiar, diferente. Y fue ese algo lo que digo que me marcó profundamente para el resto de mis días. Aquellas marcas, las apreciables a simple vista, desaparecieron a los pocos días, pero las otras, las del subconsciente, tantos años después, todavía me estremecen cuando pienso en ellas y las recuerdo con absoluta nitidez. Yo no fui responsable de nada, más bien fue una dejadez y provocación suya lo que provocó su ira incontenida que descargó con violencia sobre uno de los elementos más vulnerables del grupo, que acertó a estar cerca de él en ese momento, al lado de la puerta, cuando él entraba en clase. Allí es donde él mismo situaba al que en esa evaluación había obtenido las notas más altas. Da igual lo que sucediera porque no justifica en absoluto su reacción. Lo que no da igual, y nunca me dará igual, es que a medio metro de mí, no sólo me increpara con gritos inentendibles delante del resto de compañeros, sin haber hecho nada, repito, sino que además llevara su brazo derecho hacia atrás, y con todas sus fuerzas, lo lanzara hacia delante, en semicírculo, haciendo impactar la palma de su mano derecha sobre la parte izquierda de mi rostro. El tortazo me hizo girar la cabeza hacia mi derecha e incluso desplazó mi canijo cuerpo hacia el mismo lado. A continuación, aprovechó el impulso que llevaba su brazo, y al devolverlo a su posición original, recorriendo el semicírculo en sentido inverso, con el revés de la mano se tropezó voluntariamente con la parte sana de mi cara.

Me ardían los mofletes, me pitaban los oídos, se me inflamó el labio y parecía que me iba a estallar la cabeza. A los pocos días tuvo conocimiento veraz, confesado por escrito por el responsable, de lo que desencadenó su ruin comportamiento. (En la dictadura tenía que haber un culpable que sufriera un castigo y sirviera de ejemplo al resto, sólo que él no era dictador, era maestro, y la dictadura, aunque él fuera partidario, ya había terminado, y además él no era quien para aplicar los métodos dictatoriales a su antojo sobre los niños.) Aunque tuvo ocasión de ello, nunca se disculpó. Y además, habitualmente, seguía ofreciendo su mano, impunemente, al rostro de sus alumnos, incluso al de las chicas. Nunca antes nadie me había pegado ni nadie después me ha vuelto a pegar.

Nunca más lo saludé, ni siquiera en las cientos de veces que me he cruzado después con él por la calle. Al principio era yo quien lo evitaba, pero enseguida me dí cuenta que también él me apartaba la mirada. Durante muchos años esperé una disculpa que nunca llegó. Y aprendí tanto de él, que nunca jamás le he pegado a nadie, y siempre, siempre, he pedido una y mil veces disculpas hasta por lo que puedan pensar de mí.

Ya hace mucho tiempo que le perdoné, y ahora, al dejar constancia de ello, parece que me haya sacado un peso imaginario de encima.



Luis Fernando Berenguer Sánchez.
17 de noviembre de 2012.

domingo, 4 de noviembre de 2012

El facebook como terapia



A nadie extraña encontrar a personas que han construido trincheras infranqueables, seguidas de muros inexpugnables, al amparo de uno mismo, que les impiden la salida al escenario social habitado o frecuentado por el resto de conciudadanos. Siempre existió alguien que, limitado por su timidez, indecisión o poco atrevimiento, quedó acomodado, aunque por lo general desagusto, tras esas zanjas y muros que lo aíslan parcialmente del mundo exterior y casi totalmente de las personas que lo pueblan, exceptuando a las más allegadas por razón familiar, amistosa, y en contadas excepciones, laboral.

Una de las redes sociales, twiter, frecuentada por los más jóvenes, con inquietudes cortoplacistas y las particulares características de tener prisa por todo, de estar obsesionados con la inmediatez de las cosas, con la narración instantánea de sus actividades, llevándoles a ser parcos hasta en palabras, y lo que es peor, en letras que desaparecen de las palabras o son sustituidas por signos, no es precisamente el medio que ayude a fomentar entre ellos una relación socialmente deseable. Ensimisma y admira ver a los que esta red frecuentan o “wasapean”, como mueven los dedos pulgares a velocidad de vértigo, superando en pulsaciones por diez segundos a los más ágiles mecanógrafos, utilizando pantallas táctiles o teclados diminutos de teléfonos móviles en los que acertar a una tecla requiere una destreza supina. En esos pocos segundos van contando cada paso que dan o cada cosa que hacen, van a hacer o piensan hacer, que en la mayoría de las ocasiones se queda en mal escribir y esperar respuesta mal escrita, acerca de banalidades insustanciales. Al menor reproche, suelen excusarse en la falsa gratuidad de tales actividades.

La red social sobre la que en verdad me interesa reflexionar es facebook, con certeza influido por ser la que uno frecuenta y seguramente porque es en la que se puede encontrar una mayor variedad de tipos de gentes, con aficiones, pensamientos, cultura, conocimientos, posición social o laboral, etc., absolutamente dispares, pero que permite una relación, trato o seguimiento, digamos que pausado, no necesariamente inmediato. Es esta red, la que probablemente ha permitido a personas socialmente poco activas, asomarse a esa ventanita que pregunta en lo que se está pensando, y asomarse, amparándose en que nadie los ve, y simplemente husmear en los muros de los demás o atreverse a exteriorizar sus pensamientos, compartir sus gustos, comentar o debatir razonamientos acordes o disconformes con los de uno, e incluso desahogarse en protestas o quejas dirigidas a nadie en particular. También compartir artículos, relatos o reflexiones paridos por la inteligencia, imaginación o destreza narrativa que cada uno pueda tener. Y una actividad muy extendida, de la que soy un entusiasta partícipe, y secundada sobre todo por los que ya tenemos una cierta edad, que es compartir videos musicales de nuestra añorada juventud.

Aunque pueda parecer extraño, el facebook ha servido a algunos para retomar el contacto con antiguas y casi olvidadas amistades, dejadas por el tiempo que todo lo consume, y hacer de ellas algo especial y gratificante. También ha permitido, haciendo honor a su denominación, red, crear un entramado de amigos y amigos de amigos, que acaban siendo amigos y amigas de uno, absolutamente enriquecedor. Todo esto ha permitido, en parte, a este grupo de personas a las que me refiero, desatrincherarse del aislamiento social voluntario al que habían optado.

De la más recóndita e inesperada ventanita, aparece alguien desconocido hasta entonces, recomendado por amigo o amiga, o descubierto por comentarios hechos a amigos propios, que nos llaman la atención, bien por ser afines, oportunos, inteligentes, irónicos, ocurrentes, aparentemente sinceros, simplemente cumplidos, generosos, elogiosos; o bien por todo lo contrario, que como en la vida misma, de todo hay, aunque estos últimos son los menos, y si se quiere, con bloquear su amistad, no solicitarla o no aceptarla, es suficiente. Si uno no quiere, no hay lugar a que se produzca enfrentamiento escrito alguno. La norma general es que cunde el respeto.

Agradezco, a los amigos largamente olvidados, su predisposición a retomar una fantástica relación que me demuestran en cada contacto escrito. A los amigos de siempre, que sigan manteniendo activo el contacto aunque sea a base de comentarios o de manera esporádica. Y a los nuevos, que mutuamente hemos aceptado la amistad, el excelente acogimiento que me han dispensado. 

A los otros, de los que paso o pasan de mí, desearles lo mejor, yo por mi camino o publicaciones, y ellos por el suyo o por las suyas.


Luis Fernando Berenguer Sánchez.
4 de noviembre de 2012.

domingo, 28 de octubre de 2012

Maquiavelo y yo



No creo posible que mi escasa pero inquieta imaginación sea capaz de idear ninguna acción rebuscada y conspiranoica, maquiavélica, ni siquiera paranoica, para eso ya está el eurodiputado europeo de “Iniciativa Els Verds” catalán, al que se ha sumado, como no, el Consejero de Interior catalán, que también ve indicios de un ataque aéreo español a Cataluña. Pues nada, a falta de confirmación oficial por parte del Gobierno español, los iluminados a lo suyo. Es una frivolidad demagógica, pero permítaseme la licencia con el único ánimo de ironizar.

Se suele comentar que hay cosas o situaciones que se te presentan sin buscarlas ni avisar, y también se dice que aprovechas las oportunidades o las dejas escapar, pero mejor aferrarse a ellas porque lo más probable es que no se vuelvan a presentar. En estos días se me ha presentado Maquiavelo. Sí, el florentino Nicolás Maquiavelo, el mismo. Bueno, no él en persona, es evidente, sino alguna de sus argumentaciones sobre la fortuna y la virtú desarrolladas en “El Príncipe”, que escribió al ser apartado de sus cargos en el gobierno de la República florentina a la vuelta al poder de los Medici, en mil quinientos doce. No he dejado escapar la oportunidad de conocer sus reflexiones en torno al Poder y su conservación.

Pues hete a mí comentándolo con mi hija, que ya hace algún tiempo que me ha adelantado prudentemente en conocimientos por la derecha, y sin poner el intermitente, a tal velocidad que no la he visto ni pasar, sólo he reparado en ello cuando ya estaba delante de mí, pero ha utilizado la sutileza necesaria para mantener un invisible nexo de unión que no me dejarme tirado, echando mano de una sublime modestia. Resulta que ella hizo un trabajo sobre dicho libro en segundo de carrera y además me cuenta que existe una versión del libro en la que vienen reflejadas anotaciones de puño y letra del mismísimo Napoleón. No es la versión que ella cogió de su librería y me mostró, preguntándome:
-                    ¿Quieres leerlo?
-                    Claro, tengo curiosidad –le contesté-.
Después de dármelas de instruido no iba a permitir que mi escaso orgullo sufriera el más mínimo quebranto.

Reconozco que hasta el momento no sabía nada del personaje, tan solo que cuando una acción o pretensión se cuaja de forma rebuscada o retorcida, se dice de ella que es maquiavélica. Desconozco el motivo, pero indagaré.

No sé como me llevaré con “El Príncipe”, hasta ahora sólo me ha dado tiempo a averiguar que el propósito principal del autor fue “incidir y actuar sobre la situación de crisis para efectuar una mutación en la forma de hacer política en Italia que regenerara la antigua virtú” (considerada como la capacidad subjetiva para aprovechar las oportunidades que se nos presentan o salir del paso de las circunstancias desfavorables que pueda haber producido la fortuna, que sería la que condiciona parte de nuestro margen de acción, de nuestros cursos de elección, porque no podemos controlar todas las circunstancias externas y las condiciones objetivas que nos envuelven y que son independientes de nosotros). ¿Les suena de algo?

Su teoría se caracteriza por la aparición del Estado moderno, en donde las nuevas monarquías europeas dirimen sus pretensiones a la hegemonía militar europea, basándose en la unificación del cuerpo social en torno al soberano, de la configuración de una administración centralizada y, sobre todo, de la formación de un ejército directamente a las órdenes del monarca.

La crisis la tenemos, el monarca también, incluso el ejército se puso a las órdenes del monarca el 23-F de mil novecientos ochenta y uno; y a día de hoy, el Rey, sigue siendo Capitán General de todos los ejércitos, tierra, mar y aire. Falla un poco la total adhesión social al soberano y la creciente descentralización de la administración, que ha degenerado en la existencia de duplicidades administrativas, que ahora el gobierno del Partido Popular quiere atajar dándose un margen de ocho meses para analizar donde se producen y eliminarlas, es decir, se van a gastar dinero en averiguar donde se gastan dinero de más. Genial, a ver si aciertan.

De todos modos, no iba mal encaminado Nicolás Maquiavelo.



Luis Fernando Berenguer Sánchez.
28 de octubre de 2012.

domingo, 21 de octubre de 2012

Entre el cielo y la tierra



Y hasta del cielo, cubierto por una extensa lengua de arena que la escupe a invisibles partículas sin acompañamiento de agua, la tierra caía algodonada hasta formar un uniforme manto marronaceo sobre todo aquello en lo que se posaba. Repisas, balcones, terrazas, coches y calles amanecieron con un tupido velo de tierra, fruto de un solo entendible fenómeno por parte de un meteorólogo.

Y la misma tierra, en Lorca, primero tiembla destruyendo casas, pisos y hasta iglesias, en una serie de continuas réplicas que echaban abajo lo que la anterior había dejado en pie; luego se resquebraja formando una larguísima grieta de profundidad indeterminada y consecuencias por determinar solo antes vista en las pantallas del cine; y entre ambos acontecimientos sísmicos, una gota fría descarga en varios lugares de España, entre ellos la misma Lorca y sus alrededores, miles de litros de agua en poco tiempo, que sin maldad premeditada busca por donde escapar, desbordando ríos y anegando tierras, ocupando lugares probablemente habitados de manera indebida, arrastrando todo cuanto encuentra a su paso convirtiendo las calles de varios pueblos en improvisados ríos, e incluso llevándose por delante los pilares de hormigón de un grandioso puente en una autovía. Sin merma alguna a la importancia de los daños materiales de este último acontecimiento, la tragedia por la pérdida de la vida de varias personas engullidas por la bravura de las desbocadas aguas, supera en trascendencia sin discusión admisible alguna, a lo primero.

Y otra vez desde el cielo, un tío machote, Félix, austríaco y de apellido impronunciable, se erige en el hombre bala más rápido de la historia, consiguiendo romper la barrera del sonido y alcanzando la inmedible velocidad de mil trescientos cuarenta y dos kilómetros por hora en caída libre. A pelo, con su trajecito y su casco, del que en el último momento dejó de funcionar uno de los calentadores provocando que se empañara una parte de la visera del mismo, perdiendo algo de visión, cosa que no fue motivo para que abortara de nuevo la misión. Se lanzó al vacío desde una altura de treinta y nueve mil cuarenta y cuatro metros, hasta la que había subido en una cápsula izada por un globo aerostático, que completamente hinchado, dicen que su diámetro era igual que largo el estadio Santiago Bernabeu. El señor Baumgartner estuvo cayendo a cuerpo de rey durante cuatro minutos y veinte segundos, dejándole el récord en caída libre a su anterior poseedor, Joe Kitinger, que lo posee desde mil novecientos sesenta y uno, con el mérito añadido que se dejó caer desde unos cuantos kilómetros más abajo y de que en esos años la ingeniería no estaba tan desarrollada como ahora. A pesar de lo natural que parecía todo, nos tuvo Félix un ratito con el alma en vilo, cuando de repente, su cuerpo se puso a girar sobre sí mismo descontroladamente, pero parece ser que su calma, destreza y experiencia, le sirvieron para conseguir estabilizarse y dejarse caer a su antojo hasta abrir su paracaídas y tomar tierra caminando como quien baja tres escalones a media carrera y luego se deja llevar por el impulso.

De vuelta a la tierra, dan ganas de mandar a más de uno, en un aparatito algo más espacioso que el que utilizó Félix Baumgartner, allá arriba desde donde él se lanzó y construirles si es necesario un adosadito lujoso, con piscina climatizada y pista de pádel (que aquí abajo ya no caben más), y pagarles en aquel inhóspito lugar una estancia indefinida, que seguro nos saldría mucho más barata que pagar las tropelías que han perpetrado aquí. Así a bote pronto, se me ocurriría mandar a todo aquél que hubiera contribuido de forma activa o pasiva a meternos en este berenjenal del que de momento nadie sabe como sacarnos. Irían incluidos en este grupo todos aquellos políticos, gestores públicos y directores y consejeros de bancos y cajas de ahorros, que hubieran osado apropiarse indebidamente del dinero de los demás, hubieran engañado a sus clientes con inversiones fraudulentas, hubieran prestado dinero a espuertas sin reclamo de garantías suficientes para su devolución, se hubieran asegurado indemnizaciones escandalosamente desproporcionadas cuando dejaran el puesto, hubieran realizado obras en pueblos y ciudades de forma innecesaria y por unos contratos imposibles de pagar, además de hacer un gasto desorbitado en aspectos superfluos (como consejeros, coches oficiales, chóferes, teléfonos, etc.). Por lo reciente del comentario, incluiría también en la  expedición al jefe de los Mossos d’Esquadra, el Consejero de Interior de Cataluña, no porque se haya embolsado dinero ajeno, sino porque aunque después rectificó sutilmente, no dudó en afirmar que si el Estado español tenía a su disposición los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, Cataluña disponía de sus propias Fuerzas de Seguridad, que sin decirlo, dejó entrever que se enfrentarían a las del Estado español en caso de intentar impedir el utópico e ilegal referéndum propuesto por D. Artur Mas (¿Quiere usted que Cataluña sea un nuevo estado de la Comunidad Europea). Se produciría un debate y una tensión entre ambas fuerzas, fue lo que dijo. Además, yo mandaría también a tan feliz destino al no nombrado representante de los españoles en el extranjero, que se quedó cual dictador democrático venezolano al afirmar que: “Las leyes son como las mujeres, están para violarlas”.

Tengo la nave construida, quedan unas cuantas plazas por cubrir, si alguien sugiere la presencia de algún pasajero que considere oportuno poner en órbita, su petición será tenida en cuenta.

Luis Fernando Berenguer Sánchez.
21 de octubre de 2012.

viernes, 12 de octubre de 2012

Mientras caminaba...



De entre los numerosos elementos que conforman la diversidad de razas caninas, es posible encontrar en alguna ocasión, algún perro dotado de una inteligencia más que apreciable; otros parecen resignados a formar parte del montón, mientras que la mayoría se empeñan en demostrar, siempre que pueden, sus altas dosis de estupidez. No tengo nada en contra de los perros, es una apreciación totalmente subjetiva por lo que he experimentado mientras caminaba hoy.

Andaba yo, como digo, echando unos pasos por los caminos de la huerta noveldense al ritmo de la novena sinfonía de Beethoven, con el sol haciéndome guiños, ora asomando parcialmente, ora escondiéndose entre las blancas, grises y algunas oscuras esparcidas nubes; y con el viento fresco y agradable acariciando y revitalizando mi piel. La música que sube de intensidad en el segundo movimiento, hace que mis pies se dejen llevar y aceleren el ritmo hasta hacerme entrar en calor.

Entre bancales yermos, viñas abandonadas, parcelas con casitas y algún que otro lujoso chalet, recorro el camino que se presenta ante mí, pasando incluso por algún que otro bancal en el que las cepas cuidan todavía con mimo el preciado fruto de su cosecha, protegido hasta su recolección por el “saquito de papel” característico de la zona, que además de proteger, hace madurar más lentamente la uva, haciéndola llegar hasta el Año Nuevo. En todo ello distraía la mirada hasta que, a buen ritmo, me voy acercando a una valla, paralela al camino, y tupida completamente de setos. De entre dos de ellos, por un hueco hecho a fuerza de asomar un can cabeza y lomo, aparece súbitamente, sin previo aviso de ruidos de matorrales al moverse, profiriendo infernales ladridos como si hubiera visto al mismísimo “Cerbero”, la cabeza blanca de un perro del que no distingo la raza. Reconozco que el susto que me da me hace dar un salto hacía el centro del camino. Algo cabreado, me acerco a medio metro de él  y le gruño en su hocico, cosa que lo saca todavía más de quicio; y mientras me sigue ladrando encolerizado, yo sigo mi camino sin hacerle más caso. Claro que el animal no tiene la suficiente inteligencia para distinguir si mi presencia constituye algún peligro para él, para su territorio o para su amo. Estoy convencido que el pobre no pretendía ni asustarme ni atacarme, únicamente saca a relucir su instinto de defensa. De no mediar valla de por medio, seguro que ni yo hubiera osado desafiarlo ni él se hubiera mostrado tan hostil.

Abstraído de nuevo en la música y con el coro ya incorporado a la misma en el quinto movimiento, casi no me doy cuenta ni de que camino, aunque unos cientos de metros más adelante reparo en la existencia de otra valla de similares características a la anterior. Prevenido, la abordo con precaución, pasando a algo más de un metro de distancia de ella. Es raro, pienso, que no haya ningún perro al otro lado custodiando la propiedad. Casi al final de la misma, inmóvil, de color marrón oscuro con manchas más oscuras en la piel y el hocico negro, con la fría mirada fija en mí, consigo distinguir la figura camuflada entre los setos de un perro fuerte no demasiado grande, un boxer (a éste sí que lo conozco). Su único movimiento consiste en girar la cabeza a mi paso para no perderme de vista. Ni él me ladra ni a mí se me ocurre desafiarlo. De no estar separados por la valla, igual el comportamiento de ambos hubiera sido totalmente distinto. Su seriedad y majestuosidad impone, y una vez paso a su altura y lo supero, dándole la espalda, ya no se me ocurre ni siquiera mirar hacia atrás. Seguro que su instinto le hace sentirse muy superior a mí, o a lo mejor es más inteligente que el otro e intuye que mi presencia no supone ningún peligro ni para él, ni para su territorio, ni para su amo.

Es curioso que sin dejar de caminar y escuchar la música al mismo tiempo, me invade la sensación de encontrar similitudes en el comportamiento de los perros y de las personas. Algunas personas, sin dejar de hablar, hablar e incluso gritar y gritar, no hacen o no consiguen hacer nada de lo que pregonan; mientras que otras, sin abrir la boca y sin que en el rostro se le aprecie el más mínimo gesto, sean capaces de amedrentar y de apretar cada vez más el imaginario nudo de la cuerda con la que han anudado a conciencia nuestro cuello, hasta apenas dejarnos respirar a resuellos.

Suerte que el coro entona ya la “Oda a la Alegría” y mis pies pisan ya las aceras de la ciudad. Me quedo con la música.
Adiós.


Luis Fernando Berenguer Sánchez.
12 de octubre de 2012.

domingo, 30 de septiembre de 2012

La voz



Una voz que no se alza, que no grita. Una voz pausada, incluso conformista. Una voz que a fuerza de decirse las cosas para sí, apenas se escucha. Una voz contenida, que considera que las cosas no se obtienen porque sí ni a la fuerza. Una voz que cuando puede concilia, dialoga y evita el enfrentamiento directo, aunque a veces se irrite.

Ahora la voz es presa del desconcierto, la indignación y casi del desánimo. Es una voz recelosa, con miedo a no se sabe bien qué, que casi siempre calla, pero no por ello, cuando lo hace otorga. Una voz que se ahoga antes de ser emitida si presagia el más mínimo conflicto.

Me pregunto donde han estado estos millones de voces durante tantos años. Seguro que disfrutando de esta larga temporada próspera y democrática que con tanto gusto recibimos hace ya más de treinta años. Aceptando y dando por bueno un sistema de gobierno, que como todos, rezuma agua por alguna parte. Quedan suficientemente demostradas las innumerables imperfecciones que atesora, algunas inamovibles, pero viniendo de donde veníamos fue lo mejor que nos podíamos conceder.

Ahora, las demás voces, las que nunca callaron, se siguen alzando, e incluso algunas gritan en sentido figurado y hasta real. Y son muchas las que lo hacen, que no temen, ni al prójimo, ni al qué dirán, ni siquiera a un certero golpe de porra capaz de romper un brazo, la nariz y la misma cabeza si se interpone en el camino de la porra.

Catalogada la mía, por mí mismo, dentro de las del primer grupo, siento que siente ahora la necesidad de escapar de mi, de separarse del mecanismo que tiene mi cuerpo para hacerla perceptible. De ponerse a las órdenes de algún otro cerebro, no descerebrado, que le ordene alzarse, gritar; que ningún miedo ni recelo la haga contenerse y callarse, aunque en ocasiones otorgue. Por supuesto que no lo voy a permitir, mi voz es mía y de nadie más. Mis defectos morales no deben ser motivo para que me abandone. Ella, a menos que me falle, no me puede dejar, seguirá transmitiendo lo que pienso para bien y para mal. Su reacción, me hace sentirme en deuda con ella, y para subsanar ese déficit, no tengo otra opción que dejarla unirse al resto de voces indignadas, que pacíficamente se están pronunciando a través de sus titulares. A algunas de ellas se las oyó quebrarse la noche del 25-S, en grito desgarrado, al recibo del golpe de porra.

Nunca justificaré la mano que tira la piedra, y mucho menos si esconde la mano; pero sí la patada rabiosa, impotente, que se lanza al desprendimiento de un resorte que hace saltar un injusto golpe de autoridad. ¡Hacedle un hueco a mi voz! No voy a consentir que nada ni nadie limite el derecho de libre expresión amparado por la Constitución. Hablemos ahora, pero también luego, en las urnas. No nos queda otra, de momento todavía podemos elegir quien nos gobierne aunque no les quede, a ninguno de los políticos, ni un ápice de credibilidad. Ellos, con sus actuaciones, la han perdido.


Luis Fernando Berenguer Sánchez.
30 de septiembre de 2012.

Reivindicaciones independentistas



De momento nadie debiera preocuparse. Este país nuestro, llamado España, aunque algunos no lo reconozcan como tal, ha estado acostumbrado, durante siglos, a que las cosas ocurran por la fuerza.

Quizá por eso, incluso ahora, y en años pasados, no se le diera la importancia que tuvieron a aquellos sesudos señores de pensamientos e ideologías tan dispares, a la hora de dar por buena, después de miles de horas de reuniones y debates, la Carta Magna que nos rige desde mil novecientos setenta y ocho. Aquellas personas pusieron todo su empeño para que ningún acontecimiento convulso, por muy multitudinario que fuera, pudiera alterar o descomponer el orden constitucional.

De vez en cuando, desde algunos sectores de la sociedad, o incluso desde algún gobierno autonómico, se alza mucho la voz, se intenta coaccionar al gobierno de la nación, surgen concentraciones o manifestaciones multitudinarias reclamando derechos sesgados de cuajo o exigiendo casi utópicas reivindicaciones, aunque no imposibles, pero recalco que de muy difícil consecución.

A poco que me haya expresado con claridad, se entenderá que me estoy refiriendo a lo mismo sobre lo que cientos de personas han escrito y opinado durante estos últimos días. El traslado del presidente de la Generalitat de Cataluña, D. Artur Mas, al presidente del gobierno español, D. Mariano Rajoy, del sentimiento de una parte de la sociedad catalana de separarse de España y formar una nación propia. No hay que pasar por alto el derecho de autodeterminación de los pueblos recogido en la Carta de Derechos de las Naciones Unidas. Este derecho reconoce a los pueblos a que decidan lo que quieren ser, pero en ningún caso es vinculante, sino que lo subordina a las leyes de cada país. Hasta aquí nada extraño, pero el presidente español no es quién para conceder nada a nadie y el señor Mas conoce de sobra los procedimientos que debe poner en práctica para obtener tamaña petición. La iniciativa de reforma constitucional, remite a su gobierno autonómico, a través de una Asamblea, a solicitar al gobierno de la nación la adopción de un proyecto de ley o remitir a la Mesa del Congreso una proposición de ley, delegando ante dicha Cámara un máximo de tres miembros de la Asamblea encargados de su defensa (Art. 87-2 de la Constitución).

¿Y ahora qué? De momento nada. El gobierno de la Generalitat de Cataluña podría perfectamente promover una reforma constitucional para separarse de España mediante el procedimiento anterior. Lo realmente complicado vendría a continuación. El artículo 168 de la Constitución no deja dudas al respecto.
“Art. 168.
1.       Cuando se propusiera la revisión total de la Constitución o una parcial que afecte al Título preeliminar…(como es el caso, que en su artículo 2 dice: La Constitución se fundamenta en la indivisible unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas)…se procederá a la aprobación del principio por mayoría de dos tercios de cada Cámara, y a la disolución inmediata de las Cortes.
2.     Las Cámaras elegidas deberán ratificar la decisión y proceder al estudio del nuevo texto constitucional, que deberá ser aprobado por mayoría de dos tercios de ambas Cámaras.
3.     Aprobada la reforma por las Cortes Generales, será sometida a referéndum para su ratificación.”

Todo esto, no para conseguir la independencia, sino sólo para reformar la Constitución, concretamente el artículo 2 del Título Preeliminar. Difícil me lo pones y largo me lo fías, podríamos resumir.

¿Ya nadie se acuerda del “run run” de Ibarretxe? ¿Dónde está su plan? ¿Y el propio Ibarretxe? No sé si a D. Artur le sucederá lo mismo. Lo que le ha quedado claro después de su reunión con el presidente de todos los españoles, incluso de él, es que no le apetece romperse la cabeza dándose cabezazos contra el muro del Estado español. ¡La reunión no ha ido bien! ¿Cómo esperaba que fuera? Él sabía de antemano lo que iba a ocurrir pero estaba obligado, una vez alzado el telón, ante la multitudinaria asistencia de público, a comenzar la representación.

El primer acto ha concluido. ¿Cuál será el segundo? ¿La convocatoria de elecciones anticipadas? ¡Efectivamente! ¿Qué más da? El nuevo gobierno autonómico, por muy independentista que salga, deberá seguir el procedimiento establecido en la Constitución para lograr su reivindicación. No sólo depende de ellos, aún respetándolos, también depende del resto de los españoles.

Los que estén a favor pónganse a ello siguiendo los procedimientos constitucionales, pero de ningún modo ya nada debiera ocurrir por la fuerza.

Luis Fernando Berenguer Sánchez
23 de septiembre de 2012

Tolerancia política



Apagados los últimos ecos, en forma de fuegos artificiales, que dieron por concluidas las Fiestas Patronales y de Moros y Cristianos en honor a Santa María Magdalena; y su posterior traslado al Santuario que lleva su nombre,  toca bajar el telón a estos días de asueto y diversión con agosto agonizando,  y volver a pisar el mundo real en el que nos movemos. Las imágenes no demasiado lejanas del despropósito del Congreso de los Diputados, con los pitos y aplausos, aliñados con el “¡QUE SE JODAN!”, ¿dirigido a mí?, con que nos obsequió doña Andrea Fabra, me ha hecho recordar unos modales totalmente en desuso en el ámbito de la política. Todavía ahora, andaba yo dándole vueltas a aquel vergonzoso espectáculo.

Con diecinueve años tuve el privilegio de formar parte, como presidente, de una mesa electoral en las segundas elecciones democráticas, en mil novecientos ochenta y dos.
No era yo un chico demasiado involucrado en asuntos políticos. Mis consignas reivindicativas no iban más allá del socorrido: “Mundo para, que quiero bajarme”, rotulado en el estuche universitario. Aquella experiencia me hizo descubrir la pasión con la que eran capaces algunas personas de defender unos ideales políticos.

Aquel día acabé hasta las narices, ¿qué había hecho yo para merecer aquello?, pensaba erróneamente. A las ocho y media de la mañana quedaba constituida la mesa electoral y a las once y media de la noche, entregaba en mano, en el Ayuntamiento, a su secretario, el acta del recuento electoral. Todo por un trozo de torta, un plato de plástico con una cucharada de arroz con conejo y creo que tres mil pesetas.

Ese día descubrí, como personas inmersas en la política, eran capaces de dialogar y debatir sobre asuntos políticos escabrosos sin necesidad de alzar la voz, respetando el turno de palabra, sin desprestigiar a su interlocutor, y lo más importante, argumentando sus opiniones basándose en las tesis de su ideología política. Recuerdo un apasionado y respetuoso debate, en uno de los momentos tranquilos del día, entre un señor, apoderado del Partido Socialista Obrero Español y un jovenzuelo, algún año mayor que yo, de un aspecto algo desaliñado (pelo largo y camiseta blanca con alguna referencia reivindicativa), pero tremendamente cortés y educado, que también formaba parte de la mesa electoral en calidad de representante o apoderado de Unitat del Poble Valenciá. Los planteamientos del chico joven, me parecían, incluso a mí, utópicos. UPV no sacó ningún diputado por la provincia de Alicante, ni siquiera por la Comunidad Valenciana, para el Congreso de los Diputados; mientras que el PSOE obtuvo seis diputados en la provincia, y diecinueve por nuestra Comunidad. Pero lo realmente significativo, más que el tema del debate en sí, fue el tono, casi paternal, con que el señor mayor explicaba al chico la imposibilidad de llevar a cabo esas ideas; así como el respeto con que el chico escuchaba y la tranquilidad con que luego exponía sus planteamientos.

A pesar de saberse ganadores con mayoría absoluta, el señor del Partido Socialista, no hablaba mal de nadie, ni reprochaba nada a nadie, se limitaba a exponer sus planteamientos sin mirar atrás. Fue una bonita e instructiva experiencia. Si los protagonistas de la conversación hubieran sido personas de otros partidos, que seguro que se hubieran expresado en términos parecidos, lo hubiera relatado igualmente.


Duraron poco aquellos profundos debates. A medida que personas como aquéllas iban desapareciendo de la escena política, las buenas formas, el respeto y la defensa argumentada de los ideales políticos fueron cayendo en el olvido. Incorporaciones a la primera línea de los partidos políticos de personas, porque antes que políticos son personas, en algunos casos preparadas y cultas, no ha sido suficiente para afianzar la dignidad del político ni generar confianza en él. La intrusión en las filas de los partidos políticos de gente con muy pocos escrúpulos, con poca preparación y ausencia total de capacidad para expresarse en público de una manera mínimamente aceptable y entendible, han contribuido al desprestigio total actual de quienes nos gobiernan.

Todas estas cualidades negativas se agravan exponencialmente con la obtención en las urnas de una mayoría absoluta, por parte de cualquier partido, que convierte el gobierno en un mandato.

Por no remontarme demasiado atrás en el tiempo, ejemplos de todo expuesto, los podemos encontrar, y ustedes identificar, en los equipos de gobierno y en los miembros de la oposición, en nuestro pueblo, Novelda, en las últimas legislaturas. Más de uno se ha merecido y se merece, como mínimo, un cachete, por su mala educación, soberbia, intransigencia y pésima gestión de los recursos del pueblo. No debe sentirse aludido aquel que no responda a estos patrones de comportamiento, que también los ha habido y seguro que los hay, pero la imagen actual es la que es.

Incluso he llegado a pensar, y es una opinión muy personal, que también las sólidas bases ideológicas que guiaban el proceder de los políticos, han dejado paso a una forma de hacer política basada casi exclusivamente en la gestión. Una correcta gestión debería ser aquella en la que los recursos se adecuan correctamente a las necesidades.

Es obvio que a todos los niveles, incluso al municipal, se ha hecho una pésima gestión en las últimas legislaturas, da igual quien estuviera al frente en cada una de ellas. El que ha llegado se ha limitado a criticar la gestión anterior y a seguir gestionando mal los recursos.

La deriva de esta mutación en la forma de hacer política ya la conocemos todos, y no es motivo de este análisis referirlas ahora.


Luis Fernando Berenguer Sánchez
29 de agosto de 2012