jueves, 6 de diciembre de 2012

Una gran sonrisa rodeada de mujer



Fue niña, morena y con abundante pelo. En su momento vino a colmar de felicidad a toda su familia, pero sobre todo a sus padres. Luego vendrían dos hermanos gemelos más que acabaron de llenar el espacio familiar, de hacer rebosar la satisfacción de padres y demás familiares; y sobre todo, de ocupar todo el tiempo de su madre.

No la conocí hasta que estaba a punto de cumplir tres años. Siguió morena, se convirtió en la princesa de la familia, se hizo cariñosa, le gustaba disfrazarse y hacer de artista; y se hizo guapa y las comisuras de sus labios tuvieron que estirarse para dar cabida a su incipiente sonrisa.

Su primer concierto de música, con cinco años, lo pasó la mayor parte del tiempo sobre mis hombros, actuaba Mecano. No recuerdo mucho del concierto, pero sí de mis hombros. Se convirtió, cada vez que la veía, en guardián de mis furtivas escapadas por la sierra del Cid con mi novia, su tía. Fue testigo de mi enamoramiento.

La vi crecer. En mi boda estuvo allí, rebosante de alegría, de gozo, vestida para la ocasión con su traje de comunión, portando, sonrisa en rostro, los anillos que sellarían mi matrimonio. La sonrisa ya no se le borró nunca más de su cara.

Creció y se hizo mayor, como todos los niños; durante sus años adolescentes y de estudios, estuvo algo más distante, como el resto de jóvenes. Y fue abanderada, “Abanderada Labradora”, en Petrer, en la fiesta de Moros y Cristianos. Y lució sonrisa y belleza hasta eclipsar la espectacularidad de los trajes que portaba. Y creció aún más, su sonrisa se hizo gigante, al igual que su corazón; y siguió guapa, muy guapa; y siguió cariñosa, muy cariñosa; y volvió a tener un trato mucho más cercano, cercanísimo, sobre todo con sus dos tías novelderas.

Y conoció a un chico y se enamoró. No podía ser de otra manera. El chico, educado, cortés, sencillo, humilde. Seguro que ella lo buscó también con sonrisa. O quizá, el quedó cautivo y contagiado de la sonrisa de ella.

Y se casaron. ¡Ah, eso sí!, se casaron como ellos quisieron, haciendo gala de una personalidad y de una sensatez dignas de admiración. Madre y abuela, abuela y madre, sufrieron un cierto descontento, que creo que superaron mucho antes de la celebración, en la que iba radiante. Y me concedieron el privilegio de conducirles en el coche de novios, una vez casados, hasta el salón de bodas en el que celebramos el acontecimiento.

Y llegó el día de la procreación. Pero antes del alba, un escalofrío atormentó sus pensamientos y el de todos aquellos que los queremos. Fue un chaparrón. El desánimo pudo con todos nosotros, pero no con ellos. Me impresionó verlos a los dos, cuando las alcantarillas se tragaron las últimas gotas de agua, con las sonrisas más grandes que he visto en mi vida (sus sentimientos recorrían sus venas y llegaban al corazón, pero no se exteriorizaban).

Pero el día volvió a llegar. Esta vez sí. El corazón ya se oyó latir en su vientre. Una de sus tías fue la afortunada de experimentar con ella la emoción de escuchar los primeros latidos del nuevo ser. Dice su tío Pepe el de Málaga que “va a zer niño, porque en la ecografía ze le ve una picha azí”.

Seguro que en los próximos meses, cuando tenga que salir y su padre esté presente, lo primero que saldrá y su padre verá, será la sonrisa más grande que nunca antes ha visto la humanidad.

Enhorabona Marisa y enhorabona Ignasi.



Luis Fernando Berenguer Sánchez.
Novelda, 5 de agosto de 2007.

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