domingo, 30 de septiembre de 2012

Tolerancia política



Apagados los últimos ecos, en forma de fuegos artificiales, que dieron por concluidas las Fiestas Patronales y de Moros y Cristianos en honor a Santa María Magdalena; y su posterior traslado al Santuario que lleva su nombre,  toca bajar el telón a estos días de asueto y diversión con agosto agonizando,  y volver a pisar el mundo real en el que nos movemos. Las imágenes no demasiado lejanas del despropósito del Congreso de los Diputados, con los pitos y aplausos, aliñados con el “¡QUE SE JODAN!”, ¿dirigido a mí?, con que nos obsequió doña Andrea Fabra, me ha hecho recordar unos modales totalmente en desuso en el ámbito de la política. Todavía ahora, andaba yo dándole vueltas a aquel vergonzoso espectáculo.

Con diecinueve años tuve el privilegio de formar parte, como presidente, de una mesa electoral en las segundas elecciones democráticas, en mil novecientos ochenta y dos.
No era yo un chico demasiado involucrado en asuntos políticos. Mis consignas reivindicativas no iban más allá del socorrido: “Mundo para, que quiero bajarme”, rotulado en el estuche universitario. Aquella experiencia me hizo descubrir la pasión con la que eran capaces algunas personas de defender unos ideales políticos.

Aquel día acabé hasta las narices, ¿qué había hecho yo para merecer aquello?, pensaba erróneamente. A las ocho y media de la mañana quedaba constituida la mesa electoral y a las once y media de la noche, entregaba en mano, en el Ayuntamiento, a su secretario, el acta del recuento electoral. Todo por un trozo de torta, un plato de plástico con una cucharada de arroz con conejo y creo que tres mil pesetas.

Ese día descubrí, como personas inmersas en la política, eran capaces de dialogar y debatir sobre asuntos políticos escabrosos sin necesidad de alzar la voz, respetando el turno de palabra, sin desprestigiar a su interlocutor, y lo más importante, argumentando sus opiniones basándose en las tesis de su ideología política. Recuerdo un apasionado y respetuoso debate, en uno de los momentos tranquilos del día, entre un señor, apoderado del Partido Socialista Obrero Español y un jovenzuelo, algún año mayor que yo, de un aspecto algo desaliñado (pelo largo y camiseta blanca con alguna referencia reivindicativa), pero tremendamente cortés y educado, que también formaba parte de la mesa electoral en calidad de representante o apoderado de Unitat del Poble Valenciá. Los planteamientos del chico joven, me parecían, incluso a mí, utópicos. UPV no sacó ningún diputado por la provincia de Alicante, ni siquiera por la Comunidad Valenciana, para el Congreso de los Diputados; mientras que el PSOE obtuvo seis diputados en la provincia, y diecinueve por nuestra Comunidad. Pero lo realmente significativo, más que el tema del debate en sí, fue el tono, casi paternal, con que el señor mayor explicaba al chico la imposibilidad de llevar a cabo esas ideas; así como el respeto con que el chico escuchaba y la tranquilidad con que luego exponía sus planteamientos.

A pesar de saberse ganadores con mayoría absoluta, el señor del Partido Socialista, no hablaba mal de nadie, ni reprochaba nada a nadie, se limitaba a exponer sus planteamientos sin mirar atrás. Fue una bonita e instructiva experiencia. Si los protagonistas de la conversación hubieran sido personas de otros partidos, que seguro que se hubieran expresado en términos parecidos, lo hubiera relatado igualmente.


Duraron poco aquellos profundos debates. A medida que personas como aquéllas iban desapareciendo de la escena política, las buenas formas, el respeto y la defensa argumentada de los ideales políticos fueron cayendo en el olvido. Incorporaciones a la primera línea de los partidos políticos de personas, porque antes que políticos son personas, en algunos casos preparadas y cultas, no ha sido suficiente para afianzar la dignidad del político ni generar confianza en él. La intrusión en las filas de los partidos políticos de gente con muy pocos escrúpulos, con poca preparación y ausencia total de capacidad para expresarse en público de una manera mínimamente aceptable y entendible, han contribuido al desprestigio total actual de quienes nos gobiernan.

Todas estas cualidades negativas se agravan exponencialmente con la obtención en las urnas de una mayoría absoluta, por parte de cualquier partido, que convierte el gobierno en un mandato.

Por no remontarme demasiado atrás en el tiempo, ejemplos de todo expuesto, los podemos encontrar, y ustedes identificar, en los equipos de gobierno y en los miembros de la oposición, en nuestro pueblo, Novelda, en las últimas legislaturas. Más de uno se ha merecido y se merece, como mínimo, un cachete, por su mala educación, soberbia, intransigencia y pésima gestión de los recursos del pueblo. No debe sentirse aludido aquel que no responda a estos patrones de comportamiento, que también los ha habido y seguro que los hay, pero la imagen actual es la que es.

Incluso he llegado a pensar, y es una opinión muy personal, que también las sólidas bases ideológicas que guiaban el proceder de los políticos, han dejado paso a una forma de hacer política basada casi exclusivamente en la gestión. Una correcta gestión debería ser aquella en la que los recursos se adecuan correctamente a las necesidades.

Es obvio que a todos los niveles, incluso al municipal, se ha hecho una pésima gestión en las últimas legislaturas, da igual quien estuviera al frente en cada una de ellas. El que ha llegado se ha limitado a criticar la gestión anterior y a seguir gestionando mal los recursos.

La deriva de esta mutación en la forma de hacer política ya la conocemos todos, y no es motivo de este análisis referirlas ahora.


Luis Fernando Berenguer Sánchez
29 de agosto de 2012

No hay comentarios:

Publicar un comentario