Apagados los últimos ecos, en forma de
fuegos artificiales, que dieron por concluidas las Fiestas Patronales y de
Moros y Cristianos en honor a Santa María Magdalena; y su posterior traslado al
Santuario que lleva su nombre, toca bajar
el telón a estos días de asueto y diversión con agosto agonizando, y volver a pisar el mundo real en el que nos
movemos. Las imágenes no demasiado lejanas del despropósito del Congreso de los
Diputados, con los pitos y aplausos, aliñados con el “¡QUE SE JODAN!”,
¿dirigido a mí?, con que nos obsequió doña Andrea Fabra, me ha hecho recordar
unos modales totalmente en desuso en el ámbito de la política. Todavía ahora,
andaba yo dándole vueltas a aquel vergonzoso espectáculo.
Con diecinueve años tuve el privilegio de
formar parte, como presidente, de una mesa electoral en las segundas elecciones
democráticas, en mil novecientos ochenta y dos.
No era yo un chico demasiado involucrado en
asuntos políticos. Mis consignas reivindicativas no iban más allá del socorrido:
“Mundo para, que quiero bajarme”, rotulado en el estuche universitario. Aquella
experiencia me hizo descubrir la pasión con la que eran capaces algunas
personas de defender unos ideales políticos.
Aquel día acabé hasta las narices, ¿qué
había hecho yo para merecer aquello?, pensaba erróneamente. A las ocho y media
de la mañana quedaba constituida la mesa electoral y a las once y media de la
noche, entregaba en mano, en el Ayuntamiento, a su secretario, el acta del
recuento electoral. Todo por un trozo de torta, un plato de plástico con una
cucharada de arroz con conejo y creo que tres mil pesetas.
Ese día descubrí, como personas inmersas en
la política, eran capaces de dialogar y debatir sobre asuntos políticos
escabrosos sin necesidad de alzar la voz, respetando el turno de palabra, sin
desprestigiar a su interlocutor, y lo más importante, argumentando sus
opiniones basándose en las tesis de su ideología política. Recuerdo un
apasionado y respetuoso debate, en uno de los momentos tranquilos del día,
entre un señor, apoderado del Partido Socialista Obrero Español y un
jovenzuelo, algún año mayor que yo, de un aspecto algo desaliñado (pelo largo y
camiseta blanca con alguna referencia reivindicativa), pero tremendamente cortés
y educado, que también formaba parte de la mesa electoral en calidad de
representante o apoderado de Unitat del Poble Valenciá. Los planteamientos del
chico joven, me parecían, incluso a mí, utópicos. UPV no sacó ningún diputado
por la provincia de Alicante, ni siquiera por la Comunidad Valenciana,
para el Congreso de los Diputados; mientras que el PSOE obtuvo seis diputados
en la provincia, y diecinueve por nuestra Comunidad. Pero lo realmente
significativo, más que el tema del debate en sí, fue el tono, casi paternal,
con que el señor mayor explicaba al chico la imposibilidad de llevar a cabo
esas ideas; así como el respeto con que el chico escuchaba y la tranquilidad
con que luego exponía sus planteamientos.

Duraron poco aquellos profundos debates. A
medida que personas como aquéllas iban desapareciendo de la escena política, las
buenas formas, el respeto y la defensa argumentada de los ideales políticos
fueron cayendo en el olvido. Incorporaciones a la primera línea de los partidos
políticos de personas, porque antes que políticos son personas, en algunos
casos preparadas y cultas, no ha sido suficiente para afianzar la dignidad del
político ni generar confianza en él. La intrusión en las filas de los partidos
políticos de gente con muy pocos escrúpulos, con poca preparación y ausencia
total de capacidad para expresarse en público de una manera mínimamente
aceptable y entendible, han contribuido al desprestigio total actual de quienes
nos gobiernan.
Todas estas cualidades negativas se agravan
exponencialmente con la obtención en las urnas de una mayoría absoluta, por
parte de cualquier partido, que convierte el gobierno en un mandato.
Por no remontarme demasiado atrás en el
tiempo, ejemplos de todo expuesto, los podemos encontrar, y ustedes identificar,
en los equipos de gobierno y en los miembros de la oposición, en nuestro
pueblo, Novelda, en las últimas legislaturas. Más de uno se ha merecido y se
merece, como mínimo, un cachete, por su mala educación, soberbia,
intransigencia y pésima gestión de los recursos del pueblo. No debe sentirse
aludido aquel que no responda a estos patrones de comportamiento, que también
los ha habido y seguro que los hay, pero la imagen actual es la que es.
Incluso he llegado a pensar, y es una
opinión muy personal, que también las sólidas bases ideológicas que guiaban el
proceder de los políticos, han dejado paso a una forma de hacer política basada
casi exclusivamente en la gestión. Una correcta gestión debería ser aquella en
la que los recursos se adecuan correctamente a las necesidades.
Es obvio que a todos los niveles, incluso
al municipal, se ha hecho una pésima gestión en las últimas legislaturas, da
igual quien estuviera al frente en cada una de ellas. El que ha llegado se ha
limitado a criticar la gestión anterior y a seguir gestionando mal los
recursos.
La deriva de esta mutación en la forma de
hacer política ya la conocemos todos, y no es motivo de este análisis
referirlas ahora.
Luis Fernando
Berenguer Sánchez
29 de agosto
de 2012
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