domingo, 21 de octubre de 2012

Entre el cielo y la tierra



Y hasta del cielo, cubierto por una extensa lengua de arena que la escupe a invisibles partículas sin acompañamiento de agua, la tierra caía algodonada hasta formar un uniforme manto marronaceo sobre todo aquello en lo que se posaba. Repisas, balcones, terrazas, coches y calles amanecieron con un tupido velo de tierra, fruto de un solo entendible fenómeno por parte de un meteorólogo.

Y la misma tierra, en Lorca, primero tiembla destruyendo casas, pisos y hasta iglesias, en una serie de continuas réplicas que echaban abajo lo que la anterior había dejado en pie; luego se resquebraja formando una larguísima grieta de profundidad indeterminada y consecuencias por determinar solo antes vista en las pantallas del cine; y entre ambos acontecimientos sísmicos, una gota fría descarga en varios lugares de España, entre ellos la misma Lorca y sus alrededores, miles de litros de agua en poco tiempo, que sin maldad premeditada busca por donde escapar, desbordando ríos y anegando tierras, ocupando lugares probablemente habitados de manera indebida, arrastrando todo cuanto encuentra a su paso convirtiendo las calles de varios pueblos en improvisados ríos, e incluso llevándose por delante los pilares de hormigón de un grandioso puente en una autovía. Sin merma alguna a la importancia de los daños materiales de este último acontecimiento, la tragedia por la pérdida de la vida de varias personas engullidas por la bravura de las desbocadas aguas, supera en trascendencia sin discusión admisible alguna, a lo primero.

Y otra vez desde el cielo, un tío machote, Félix, austríaco y de apellido impronunciable, se erige en el hombre bala más rápido de la historia, consiguiendo romper la barrera del sonido y alcanzando la inmedible velocidad de mil trescientos cuarenta y dos kilómetros por hora en caída libre. A pelo, con su trajecito y su casco, del que en el último momento dejó de funcionar uno de los calentadores provocando que se empañara una parte de la visera del mismo, perdiendo algo de visión, cosa que no fue motivo para que abortara de nuevo la misión. Se lanzó al vacío desde una altura de treinta y nueve mil cuarenta y cuatro metros, hasta la que había subido en una cápsula izada por un globo aerostático, que completamente hinchado, dicen que su diámetro era igual que largo el estadio Santiago Bernabeu. El señor Baumgartner estuvo cayendo a cuerpo de rey durante cuatro minutos y veinte segundos, dejándole el récord en caída libre a su anterior poseedor, Joe Kitinger, que lo posee desde mil novecientos sesenta y uno, con el mérito añadido que se dejó caer desde unos cuantos kilómetros más abajo y de que en esos años la ingeniería no estaba tan desarrollada como ahora. A pesar de lo natural que parecía todo, nos tuvo Félix un ratito con el alma en vilo, cuando de repente, su cuerpo se puso a girar sobre sí mismo descontroladamente, pero parece ser que su calma, destreza y experiencia, le sirvieron para conseguir estabilizarse y dejarse caer a su antojo hasta abrir su paracaídas y tomar tierra caminando como quien baja tres escalones a media carrera y luego se deja llevar por el impulso.

De vuelta a la tierra, dan ganas de mandar a más de uno, en un aparatito algo más espacioso que el que utilizó Félix Baumgartner, allá arriba desde donde él se lanzó y construirles si es necesario un adosadito lujoso, con piscina climatizada y pista de pádel (que aquí abajo ya no caben más), y pagarles en aquel inhóspito lugar una estancia indefinida, que seguro nos saldría mucho más barata que pagar las tropelías que han perpetrado aquí. Así a bote pronto, se me ocurriría mandar a todo aquél que hubiera contribuido de forma activa o pasiva a meternos en este berenjenal del que de momento nadie sabe como sacarnos. Irían incluidos en este grupo todos aquellos políticos, gestores públicos y directores y consejeros de bancos y cajas de ahorros, que hubieran osado apropiarse indebidamente del dinero de los demás, hubieran engañado a sus clientes con inversiones fraudulentas, hubieran prestado dinero a espuertas sin reclamo de garantías suficientes para su devolución, se hubieran asegurado indemnizaciones escandalosamente desproporcionadas cuando dejaran el puesto, hubieran realizado obras en pueblos y ciudades de forma innecesaria y por unos contratos imposibles de pagar, además de hacer un gasto desorbitado en aspectos superfluos (como consejeros, coches oficiales, chóferes, teléfonos, etc.). Por lo reciente del comentario, incluiría también en la  expedición al jefe de los Mossos d’Esquadra, el Consejero de Interior de Cataluña, no porque se haya embolsado dinero ajeno, sino porque aunque después rectificó sutilmente, no dudó en afirmar que si el Estado español tenía a su disposición los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, Cataluña disponía de sus propias Fuerzas de Seguridad, que sin decirlo, dejó entrever que se enfrentarían a las del Estado español en caso de intentar impedir el utópico e ilegal referéndum propuesto por D. Artur Mas (¿Quiere usted que Cataluña sea un nuevo estado de la Comunidad Europea). Se produciría un debate y una tensión entre ambas fuerzas, fue lo que dijo. Además, yo mandaría también a tan feliz destino al no nombrado representante de los españoles en el extranjero, que se quedó cual dictador democrático venezolano al afirmar que: “Las leyes son como las mujeres, están para violarlas”.

Tengo la nave construida, quedan unas cuantas plazas por cubrir, si alguien sugiere la presencia de algún pasajero que considere oportuno poner en órbita, su petición será tenida en cuenta.

Luis Fernando Berenguer Sánchez.
21 de octubre de 2012.

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