Y hasta del cielo, cubierto por una extensa
lengua de arena que la escupe a invisibles partículas sin acompañamiento de
agua, la tierra caía algodonada hasta formar un uniforme manto marronaceo sobre
todo aquello en lo que se posaba. Repisas, balcones, terrazas, coches y calles
amanecieron con un tupido velo de tierra, fruto de un solo entendible fenómeno por
parte de un meteorólogo.
Y la misma tierra, en Lorca, primero
tiembla destruyendo casas, pisos y hasta iglesias, en una serie de continuas réplicas
que echaban abajo lo que la anterior había dejado en pie; luego se resquebraja
formando una larguísima grieta de profundidad indeterminada y consecuencias por
determinar solo antes vista en las pantallas del cine; y entre ambos
acontecimientos sísmicos, una gota fría descarga en varios lugares de España,
entre ellos la misma Lorca y sus alrededores, miles de litros de agua en poco
tiempo, que sin maldad premeditada busca por donde escapar, desbordando ríos y anegando
tierras, ocupando lugares probablemente habitados de manera indebida,
arrastrando todo cuanto encuentra a su paso convirtiendo las calles de varios
pueblos en improvisados ríos, e incluso llevándose por delante los pilares de
hormigón de un grandioso puente en una autovía. Sin merma alguna a la
importancia de los daños materiales de este último acontecimiento, la tragedia
por la pérdida de la vida de varias personas engullidas por la bravura de las
desbocadas aguas, supera en trascendencia sin discusión admisible alguna, a lo
primero.
Y otra vez desde el cielo, un tío machote,
Félix, austríaco y de apellido impronunciable, se erige en el hombre bala más rápido
de la historia, consiguiendo romper la barrera del sonido y alcanzando la
inmedible velocidad de mil trescientos cuarenta y dos kilómetros por hora en caída
libre. A pelo, con su trajecito y su casco, del que en el último momento dejó
de funcionar uno de los calentadores provocando que se empañara una parte de la
visera del mismo, perdiendo algo de visión, cosa que no fue motivo para que
abortara de nuevo la misión. Se lanzó al vacío desde una altura de treinta y
nueve mil cuarenta y cuatro metros, hasta la que había subido en una cápsula
izada por un globo aerostático, que completamente hinchado, dicen que su diámetro
era igual que largo el estadio Santiago Bernabeu. El señor Baumgartner estuvo
cayendo a cuerpo de rey durante cuatro minutos y veinte segundos, dejándole el
récord en caída libre a su anterior poseedor, Joe Kitinger, que lo posee desde
mil novecientos sesenta y uno, con el mérito añadido que se dejó caer desde
unos cuantos kilómetros más abajo y de que en esos años la ingeniería no estaba
tan desarrollada como ahora. A pesar de lo natural que parecía todo, nos tuvo Félix
un ratito con el alma en vilo, cuando de repente, su cuerpo se puso a girar
sobre sí mismo descontroladamente, pero parece ser que su calma, destreza y
experiencia, le sirvieron para conseguir estabilizarse y dejarse caer a su
antojo hasta abrir su paracaídas y tomar tierra caminando como quien baja tres
escalones a media carrera y luego se deja llevar por el impulso.
De vuelta a la tierra, dan ganas de mandar
a más de uno, en un aparatito algo más espacioso que el que utilizó Félix
Baumgartner, allá arriba desde donde él se lanzó y construirles si es necesario
un adosadito lujoso, con piscina climatizada y pista de pádel (que aquí abajo
ya no caben más), y pagarles en aquel inhóspito lugar una estancia indefinida,
que seguro nos saldría mucho más barata que pagar las tropelías que han
perpetrado aquí. Así a bote pronto, se me ocurriría mandar a todo aquél que
hubiera contribuido de forma activa o pasiva a meternos en este berenjenal del
que de momento nadie sabe como sacarnos. Irían incluidos en este grupo todos
aquellos políticos, gestores públicos y directores y consejeros de bancos y cajas
de ahorros, que hubieran osado apropiarse indebidamente del dinero de los demás,
hubieran engañado a sus clientes con inversiones fraudulentas, hubieran
prestado dinero a espuertas sin reclamo de garantías suficientes para su
devolución, se hubieran asegurado indemnizaciones escandalosamente
desproporcionadas cuando dejaran el puesto, hubieran realizado obras en pueblos
y ciudades de forma innecesaria y por unos contratos imposibles de pagar, además
de hacer un gasto desorbitado en aspectos superfluos (como consejeros, coches
oficiales, chóferes, teléfonos, etc.). Por lo reciente del comentario, incluiría
también en la expedición al jefe de los
Mossos d’Esquadra, el Consejero de Interior de Cataluña, no porque se haya
embolsado dinero ajeno, sino porque aunque después rectificó sutilmente, no dudó
en afirmar que si el Estado español tenía a su disposición los Cuerpos y
Fuerzas de Seguridad del Estado, Cataluña disponía de sus propias Fuerzas de
Seguridad, que sin decirlo, dejó entrever que se enfrentarían a las del Estado
español en caso de intentar impedir el utópico e ilegal referéndum propuesto
por D. Artur Mas (¿Quiere usted que Cataluña sea un nuevo estado de la Comunidad Europea).
Se produciría un debate y una tensión entre ambas fuerzas, fue lo que dijo. Además,
yo mandaría también a tan feliz destino al no nombrado representante de los
españoles en el extranjero, que se quedó cual dictador democrático venezolano
al afirmar que: “Las leyes son como las mujeres, están para violarlas”.
Tengo la nave construida, quedan unas
cuantas plazas por cubrir, si alguien sugiere la presencia de algún pasajero
que considere oportuno poner en órbita, su petición será tenida en cuenta.
Luis Fernando Berenguer Sánchez.
21 de octubre de 2012.
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