sábado, 12 de julio de 2014

Te hiciste mayor

Un hombre. Un compendio de valores que te definen como persona. Tengo en cuenta y tomo conciencia de todo cuanto haces y dices. Y no pienso que soy responsable de lo que veo en ti. Ni de lo bueno ni de lo malo. A cada uno la vida nos pone a prueba de una manera distinta, y no sería sensato creer que mi comportamiento contigo, fruto de mis creencias y de las vicisitudes que pasé y paso, son las que te han hecho ser TÚ.

No puedo echar la vista atrás porque atrás no hay nada. Ya pasó. Pero si que puedo ver en ti, a poco que haga un ligero ejercicio de memoria, como las personales situaciones que has experimentado en tus dieciocho años de vida, han forjado tu personalidad. Da mucho de sí la etapa que en tan pocas líneas me estoy atreviendo a desentrañar. No voy a hacer una extensa loa de tus virtudes ni voy a disimular tus variados defectos, tampoco a cebarme en ellos. ¿quién soy yo para juzgarte si soy juez y parte en el caso? Ni aunque no lo fuera. Mi responsabilidad empieza y acaba justo en mí. Quiero pensar que estás donde estás y eres quien eres porque tú lo has decidido. Quiero pensar y pienso que todos tus logros los has obtenido aplicando el comportamiento que has creído oportuno en cada momento. Y quiero pensar y pienso, que si has tenido alguna decepción, está demás buscar responsables fuera de ti. Para nadie es fácil. Nadie regala nada. Y en ocasiones, ni siquiera con los mejores propósitos, obtendrás lo que buscas.

Pero hay algo que no alcanzo a saber explicar, que me hace sentirte fuerte. Y seguro. Te siento convencido de todo aquello que emprendes. Y te siento capaz de llevar hacia adelante, no sólo un proyecto, sino varios a la vez. Un hombre. Eso es lo que te siento. Y me atrevo a utilizar el argumento de la modestia, que no debiera ser uno el que la acreditara para sí, para confesar que, en una gran cantidad de ocasiones, tus decisiones y comportamiento me han dado lecciones a mí. La sensación de ir sintiéndome cada vez más pequeño al tiempo que te siento a ti más grande, es algo que también me va sucediendo últimamente. Pero no me refiero a una grandeza física, que es evidente, apunto hacía una determinación y sensatez que a veces me sorprende gratamente. 

Nunca se sabe como acabará esto. Lo que sí se sabe en todo momento es lo que uno hace en cada instante. Me atrevo a sugerirte que el único momento importante de la vida es el que vives a cada instante. Ser libre es poder decidir. Decide y pon todo tu empeño en cada uno de los segundos que dediques a la tarea que has decidido emprender. Nunca hagas nada por hacer ni estés en ningún sitio por estar. Dice mi admirado Joan Manuel en una de sus fantásticas canciones que:

“Hoy puede ser un gran día, plantéatelo así;
aprovecharlo o que pase de largo,
depende en parte de ti.

¡FELICIDADES!


Luis Fernando Berenguer Sánchez.

12 de julio de 2012.

domingo, 1 de junio de 2014

Gestionar la emoción

Son emociones todas aquellas sensaciones que experimentamos en el momento en que asistimos o presenciamos algún acontecimiento. Surgen de pensamientos contrarios o afines al suceso acontecido y siempre, los pensamientos, nos hacen posicionarnos a un lado o al otro de la situación en cuestión. Independientemente del ámbito en el que surja el pensamiento (política, religión, familia, amigos, deporte, etc.), la emoción sucumbirá al pensamiento dejándonos atrapados en uno de los dos lados. Esto ocurre porque estamos tan sumamente identificados con nuestros pensamientos, que creemos que somos aquello que pensamos. Todo aquello que vemos fuera de nuestra vida no es más que el reflejo de lo que pensamos (bueno, malo, guapo, feo, sincero, malicioso, honrado, prepotente, cínico, bondadoso, etc.). Elevamos así, nuestro pensamiento, a la categoría de verdad. Y no hay verdades absolutas. Existen cosas, personas, situaciones o acontecimientos que son como son, cada uno percibirá una emoción distinta dependiendo del pensamiento que surja o esté arraigado en su mente.

Para alguien que intenta expresar de manera moderada sus emociones, cualquier exceso percibido en la manifestación de una emoción, sea positiva o negativa; de triunfo o de derrota;  de aceptación o rechazo, le llama la atención. Y le llama todavía más la atención, cuando uno o más individuos, consiguen o no alcanzan, formando parte de un colectivo, la derrota o el triunfo. Que tan difícil es guardar las formas en la derrota como en el triunfo.

Si con esta reflexión pretendo poner de manifiesto, que puede que nada sea como pensamos y que seguro que nadie es imprescindible, no voy a caer en el error de juzgar comportamientos que eclipsan tanto el triunfo de un colectivo como la digna derrota de otro. Tan sólo reflexionar sobre ellos. Percibo, que las personas en cuestión, atrapadas inconscientemente dotando a la emoción de juicio y de ego, se aíslan, sin darse cuenta, de una realidad que está muy por encima de nosotros.

Al respecto de las elecciones celebradas el pasado domingo veinticinco de mayo al Parlamento Europeo, me gustaría comentar que no es mi intención analizar los resultados obtenidos en las urnas por cada una de las formaciones políticas que concurrían al evento. De ello ya se han encargado personas mucho más entendidas que yo en cuestiones políticas, entre las que se encuentran apreciados amigos. No quita que tenga opinión sobre ellas pero no es aquí donde he elegido expresarla. Trato de entender la sensación que me produce observar las distintas maneras que tiene la gente de gestionar sus emociones (pensamientos).

Siempre lo mismo, “vencedores o vencidos; conmigo o contra mí; lo mío bueno, lo contrario nefasto”. Yo también sucumbo habitualmente a este grave error. Me intento entrenar últimamente para ser capaz de ver en ti, en cómo y qué piensas, aquello que me haga romper la conexión entre mi persona y mi pensamiento, convencerme de que no soy lo que pienso, simplemente porque puedo elegir pensar en cada momento cosas coherentes y distintas. Me puedo aferrar a uno o a varios pensamientos; o puedo no encadenarme a ninguno de ellos, y descubrir la grandeza que tengo, siendo capaz de comprobar que vosotros sois tanto o más sabios y buenos que yo. Y no busquéis resquicios en los demás para justificaros de nada. Sois y seréis libres, igual que yo.


Luis Fernando Berenguer Sánchez.

1 de junio de 2014.

martes, 29 de abril de 2014

Momento presente

Hace unos meses,  un buen amigo me dirigió unas acertadas palabras en las que me venía a decir, que sólo de vez en cuando se me veía asomar un poquito la patita. Y tiene razón. Casi siempre prefiero, y cada día más, que apenas se me vea el color del calcetín antes que meter la pierna hasta la ingle, y entrar en conflicto con alguien, en el cual, quizá ambos, él y yo, dejándonos arrastrar por nuestro ego y nuestro erróneo enjuiciamiento de la realidad, estemos equivocados.  Además, no considero en absoluto adecuado el argumento ampliamente utilizado por muchas personas, del “y tú más”, ante consideraciones, comentarios o críticas que reciben.

Me pasa con los años, que a pesar de que el nivel de desaprobación ante opiniones, hechos o situaciones sea suficientemente alto como para provocar en mí un apreciable malestar, éste desemboca cada vez menos veces en reacciones de inmediatez bruscas. O al menos quiero que así sea. Me gusta la idea de creer y convencerme de que nada es absolutamente determinante en la vida. Seguro que sí influyente, pero no tengo ninguna duda ahora de que lo que es, es; y no tiene sentido ir casi continuamente contra lo que es. Da igual lo que sea: una idea, un hecho, una almohada dura o blanda, una sopa demasiado caliente o fría, la lluvia, el sol, un gobierno, otro, un dolor, una satisfacción ajena, un trabajo duro o estresante, un compañero difícil de tolerar, un viaje largo, madrugar, no tener tiempo para todo lo que uno quiere, etc. El yo oculto contra el mundo, pero al mismo tiempo, necesitado del mundo para seguir viviendo.

A menudo, con estos argumentos, quedamos anclados en una serie de momentos pasados que nos han contrariado (pero es que el agua estaba fría, pero es que Antonio es un pesado, pero es que el otro me faltó al respeto, pero es que tú tampoco me llamaste, pero es que el error fue tuyo, pero es que a tu equipo eso no se lo pitan, pero, pero, pero...). Ego y juicio contra lo que es.

La vida consta de un solo momento, el momento presente. En el transcurso del día o de la vida, se suceden los momentos, pero la única transcendencia la tiene el “momento presente”. Ése en  el que estoy escribiendo ahora. Cuando deje de hacerlo, habrá pasado y estaré en un momento presente distinto. No quiere decir que lo que haga en cada momento no vaya a influir en el siguiente, que dicho sea de paso, tampoco existe. Sólo existen en nuestra mente, como recuerdos o como pensamientos.

Y llego donde pretendía llegar, a la mente, ese complejo órgano que no cesa de procesar emociones, pasadas, presentes o futuras. Porque la emoción es el único lenguaje que entiende la mente. Ni siquiera el conocimiento queda exento de carga emocional. Cometemos el grave error de dotar a toda emoción de ego y de juicio. Nuestro yo oculto (ego) se encarga, al margen de nuestra consciente realidad, de enjuiciarlo todo, arrastrándonos al desagradable terreno de la incomodidad o rechazo ante todo o casi todo.

Hemos sido dotados de la mayor de las virtudes, del mayor de los poderes, el “poder de decidir”. En la medida en que seamos capaces de decidir en torno a nuestras emociones, liberándolas de ego y de juicio, la convivencia entre nosotros mejorará notablemente.

Y no es una utopía, ya han despertado muchas mentes y lo ponen en práctica.

Luis Fernando Berenguer Sánchez.

28 de abril de 2014.


https://www.youtube.com/watch?v=NdEiAT0tYK4&list=PLFiKiRrtfHFmqfnLWp6IRsZdDYNYGa93- 

Conferencia Eckhart Tolle en Barcelona.

domingo, 9 de marzo de 2014

El viaje

De las múltiples y variadas tareas que acometí a lo largo de mi vida, nunca antes emprendí una aventura tan incierta conscientemente.  A pesar de la gran dosis de ilusión que estoy aplicando, no me ayudan en nada mi escepticismo y el desconocimiento absoluto de todas las sendas y caminos que he comenzado a explorar por primera vez. Resultará imposible que no surjan comentarios críticos a la nueva aventura que he emprendido, pero llegado un determinado momento en la vida (a unos les llega antes y a otros después), ya no le importa nada a uno lo que piensen de él. Es más, cualquier crítica contraria a lo que uno hace o dice, debe ser recibida con agradecimiento, tomando buena nota y utilizándola para seguir mejorando. Hacía muchos años que mi mente, y remarco que mi mente, ya no estaba satisfecha con nada. Buscaba mil y una manera de distraerla y mantenerla activa y ocupada. Hubo un tiempo, no demasiado lejano, en que sin saber porqué y sin ser capaz de reaccionar con determinación y coherencia, mi alma deambuló en la oscuridad sin ser capaz de reconocer, aceptar, afrontar y solucionar aquello que fuera que impedía el más mínimo atisbo de luz al final de aquel interminable túnel oscuro. Era una continua espiral envolvente y descendente que todo lo arrastraba. Incluso me destrozó a mí, y lo que más dolía era que estaba también llevándose por delante a quien más me quería ayudar.

Pero aquello pasó. Salí de aquel túnel y volví a ver la luz. Pero aquello, pienso ahora, me dejó tocado, porque ni el sol que tanto brilla y que ciega si lo miras directamente, era suficiente para que de vez en cuando, sin saber nunca porqué, lloviera en mi corazón. Y no había motivos para ello. “Había leña al fuego, comida en el plato y entre las sábanas dormía a mi lado un sueño grato” (Serrat).

Llegó un momento en que mi corazón se hartó de mí. Protestó. Se rebeló. Explotó. Me avisó de que yo no podía seguir así. Pinchazos, latidos fuertes, desmayos, dolor continuo. Hospital, pruebas, análisis, más pruebas. Días que pasaban sin una respuesta a mi mal. Hasta que el último día de mi estancia en el hotel de la enfermedad, el cardiólogo, más enfadado que de broma, me soltó de sopetón parando la máquina que me realizaba una intensa prueba de esfuerzo: ¡Vamos a ver joven!,  ¿usted porqué está aquí? Me pilló desprevenido y no supe que responder. Intenté volver a describir los síntomas que había tenido, pero sin dejarme siquiera casi ni empezar, volvió a la carga: -todo eso ya lo sé. Su corazón es de los más sanos que he examinado nunca, que fuera lo que fuese lo que me había ocurrido, que buscase remedio en otro lugar. Y salí de allí desconcertado sin saber a donde acudir. Me remitían a mi médico de cabecera, pero estaba de vacaciones y el sustituto, de nacionalidad incierta, no puso demasiado empeño ni interés en concederme la ayuda que iba casi suplicando. Los días eran largos, pero las noches se fueron convirtiendo en insoportables. Un continuo desasosiego impedía conciliar un necesario sueño más allá de dos o tres horas seguidas. De esta guisa acudí a lo privado (no me sobraba el dinero, pero uno desesperado, acude donde sea con tal de que le escuchen e intenten ayudarle). Y así fue como, por necesidad fisiológica, caí en el mundo de la droga legal por prescripción facultativa. Y me ayudó a descansar por las noches. Pero de ningún modo, el preciado y ansiado elixir que todo lo cura a costa de inhibir el sistema nervioso central, me auguraba en mis paréntesis de plena conciencia, que aquello fuera a ser capaz de disipar los negros nubarrones que de vez en cuando descargaban sobre mí fuertes chaparrones que me ahogaban. Por mi cuenta y riesgo, queriendo ser siempre consciente de mis actos y no un mero zombi adormilado de por vida, reduje hasta el mínimo la dosis del ansiolítico. Propuse al galeno, el de cabecera que ya había vuelto de sus vacaciones estivales, cambiar la medicación por otra menos inhibidora. Incluso así, seguí reduciendo la dosis a lo mínimo que podía. Y mi corazón volvió a protestar. Nuevo ingreso, que con los antecedentes, se redujo a un chute y a unas horas de reposo y estabilización. Nada importante ya para el Servei Valencià de Salut.

Y ahí andaba yo jugando conmigo mismo y con las drogas. Fiel a su cita nocturna conmigo, mi corazón me visitaba diariamente cada noche despertándome a fuertes latidos, una vez disipado el efecto primero del estupefaciente de turno al que ya me había hecho adicto. Pero bien saben las cuatro o cinco personas, no más hasta el momento actual, que me conocen bien, pero sobre todo una, que no pretendo que mi destino sea un chorro de baba saliendo por la comisura de mis labios. Y sigo desafiando al destino y a mi corazón, mintiendo al médico y drogándome lo menos posible de lo posible. Y así me va. Un corazón al que hago sufrir en exceso y al que no permito que descanse y me deje descansar a mí.

Hoy, nueve de marzo de dos mil catorce, estoy en disposición de agradecerte, CORAZÓN,  que hayas sido y seas paciente conmigo, que hayas soportado mi ingratitud, que hayas protestado insistentemente, que no me hayas dejado de lado y abandonado, y que me hagas sentir que estoy vivo. Gracias.

Ahora, de la mano de tu persona, he iniciado un viaje que no sé ni donde me va a llevar ni cuánto va a durar, ni siquiera si va a acabar o va a ser eterno. Ya sabes de mi escepticismo que no de mi cerrazón. Habrás observado que aplico una absoluta predisposición a recorrer el camino y explorar un concepto del mundo y de mi propia vida que nunca creí que se pudiera plantear. La noche de este día la voy a recordar con gratitud. Mi corazón se dedicó a latir rítmica y tranquilamente, descansando, no protestando y dejándome descansar a mí. Soy plenamente consciente de que esto no va a ser definitivo, pero ya es un logro. Con toda probabilidad, esta noche mi corazón volverá a recordarme que todavía no he hecho lo suficiente por él, me volverá a despertar como lleva haciendo tanto tiempo, pero creo que gracias al camino por el que me lleva el viaje en el que me has iniciado, después de incontables noches, mi corazón descansó.

Y yo sigo aquí, queriendo ser plenamente consciente de mis actos y procurando ser sensato conmigo y con mi manera de pensar, pero necesitado de algo o de alguien (a lo mejor de mí mismo), para que por fin mi existir sea más un disfrute y aceptación, que un sufrimiento y rechazo.

El viaje, mi viaje, de tu mano, no ha hecho más que empezar.

Luis Fernando Berenguer Sánchez.

9 de marzo de 2014.

domingo, 26 de enero de 2014

La distancia no es el olvido

Dicen que la distancia es el olvido. Como en todas las máximas, existen razones de peso para negar la aseveración.  En la presente reflexión hay mucho peso para afirmar que la distancia no es el olvido. En el momento en que escribo, tan sólo han pasado dieciocho horas, y todavía siento la fuerza de tus brazos rodeando mi cuerpo. No miento si digo que no sé ni dónde estáis. Ya me detendré en algún momento de los siguientes días a ubicaros correctamente en el mapa y a aprenderme el nombre de la ciudad que os ha acogido. El país al menos lo sé. Esta vez sí que he notado como se iba un trozo de mí, pero ni dolía ni duele pasadas unas horas;  no sé que sucederá más adelante.  La sensación que me impregna es la de satisfacción y orgullo al ver la valentía, la determinación, y sobre todo, la ilusión reflejadas en vuestros rostros. Siento además una gran tranquilidad al verte tan bien acompañada. No te faltará apoyo, ni compañía, ni ánimo, ni sobre todo cariño.

Quiero que digáis a todo aquel que os pregunte, que a vosotros no os ha echado nadie. Que ha sido vuestra voluntad, vuestra preparación, vuestras ganas de perfeccionar un idioma, vuestra inquietud por afrontar nuevos retos y adquirir experiencias, y por supuesto, la movilidad exterior, lo que os ha llevado a abandonar el país. Decid que España va muy bien. Es necesario que fuera tengan buena opinión de nosotros. Ni se os ocurra mencionar ninguno de los problemas de toda índole que atormentan diariamente a tanta gente.  Que no hay ningún motivo para preocuparse, y menos vosotros que ya no estáis aquí. De entre las muchas cosas que debéis tener en cuenta, destacaría, que si no encontráis trabajo y no cotizáis en el país que os acoge, el gobierno de nuestra madre patria, ha decidido unilateralmente (en todas las mayorías absolutas se decide todo unilateralmente), que sólo os cubrirá en gastos sanitarios los primeros noventa días de vuestra estancia en un país de la Comunidad Europea. A partir de ese momento, no os pongáis enfermos, por favor. Pero no es esto lo importante que ya me estoy extendiendo y encendiendo demasiado y seguro que estáis del todo capacitados para desenvolveros en cualquier situación que os surja por dificultosa que sea. 

Es verdad que, en ocasiones, uno no aprecia lo que tiene hasta que le falta o lo pierde. Y por regla general, algunas veces somos tan necios que solemos desdeñar muchísimas de las cosas de tantísimo valor que tenemos.  Contigo esto no ocurre, porque nada hemos perdido aunque temporalmente nos falte. Sólo hay un matiz a tener muy en cuenta. Como si de un cordón umbilical se tratara, la persona que te dio la vida, está emocionalmente tan unida a ti, que aunque diariamente se pone en contacto contigo, sí que es manifiestamente apreciable una cierta sensación de vacío. Siempre te entendió mejor que yo y ejerció magistralmente de contrapunto a mis reiteradas críticas y reproches. Te aseguro que contigo tiene algo especial y particular. Para ser justo, diría que su especialidad la traslada a todos los que tiene a su alrededor. Esto a veces le juega malas pasadas emocionales de las que afortunadamente no tarda en recuperarse. Pero siento que tu beso, tu abrazo, tu confidencia, aunque en ti impere más  la reserva que la confidencialidad, le hace mucho bien. Además, ahora está claramente en inferioridad ya que le toca lidiar diariamente con dos hombres de difícil toreo.

De todos modos, me gustaría dejar claro que no echo de menos ni uno solo de los abrazos que no te di, ni un solo beso de los que dejé escapar, ni siquiera te echo de menos a ti; porque te pienso y te abrazo, porque te abrazo y te siento, y porque te siento y te beso. Y te abrazo y te siento y te beso a cada instante, porque eres parte de mí, y allá donde estés, estás conmigo.


Luis Fernando Berenguer Sánchez.

11 de enero de 2014.

El soñador solitario

Le conozco desde que nació. Pero no le comencé a tratar hasta pasados bastantes años. Hasta entonces, yo creo que ni él mismo se había parado a pensar en nada. Su vida transcurría como la de casi todos los niños, creciendo, jugando, estudiando, rebelándose ante casi todo, y de vez en cuando, transgrediendo alguna que otra norma de conducta nada relevante. Debo decir que cuando comencé a conocerle mejor no me gustó como era.

Casi siempre está solo. A veces, paseando por  la orilla del río, intenta contar las estrellas; pensando, soñando.  Se le ve eligiendo premeditadamente  la dirección de sus pasos para evitar cruzarse con nadie, y evitar así, cualquier saludo que le resultaría incómodo y en ocasiones violento. Sus continuos pensamientos, siempre aprovechando la voluntaria soledad, se reproducen en voz alta. Articula frases, comentarios y respuestas que daría a los demás, si no fuera  porque lo que él cree que es prudencia y timidez, y que yo creo que las más de las veces es cobardía, no le produjeran la sensación de que su opinión iba a provocar incomodidad y rechazo en los demás. En cuestiones delicadas, en las que lo más probable es que la conversación desemboque en discusión, cuando el nudo de su garganta no consiguió acallar sus pensamientos, la euforia y el nerviosismo por lo inhabitual de semejante comportamiento, le jugaron tan malas pasadas, que mil veces se odió y maldijo.

No es capaz de discernir si la gente le entiende o no. Pueden pensar que es un loco y él no lo entiende, pero yo sé que él está intentando ser fuerte. Su único propósito es seguir luchando para mantener viva la llama de la ilusión y encontrar el camino de la cordura. Puede que alguna vez llore al precipitarse sobre él vivencias del pasado que, para bien o para mal, marcaron su destino. Confía en que nada de ello haya sido en vano. Dicen de él que es un hombre bueno. Algunos se lo confiesan personalmente y él se sonroja y no sabe que decir. Sin embargo, en su mente se producen constantes luchas para discernir qué es el bien y qué es el mal. Cuando, en contra de lo habitual, su conciencia opta por la segunda opción, no puede evitar sentirse satisfecho y mantenerse firme al principio en torno a esa decisión. ¡Pobre de él! Avergonzado y solo otra vez, siempre decide estas cosas solo, golpea impunemente con macizo mazo su manchada conciencia, y antes que su decisión primera tome forma y se refleje en hechos, desanda el camino y opta por lo que él cree el bien, o por lo que alguien le dice que es el bien.

Pero no siempre con todos se conduce así. Ese corazón, que en más de una ocasión le han dicho que lleva en la mano, y que no deje tan a la vista de los depredadores humanos, se le vuelve a veces roca insensible e irrompible. No puede evitar sentirse mal, es una cuenta pendiente del pasado que todavía sigue presente, que le persigue a diario removiéndole la conciencia, y sin embargo siente impotencia al comprobar que es incapaz de reaccionar y hace poco por ablandar del todo su corazón y abrirlo de una vez para siempre, antes que el tiempo convierta en obstáculo infranqueable tal actitud. Se ha de dar prisa, debe vencer sin cruenta lucha, con absoluta resolución y convencimiento, a ese incomprensible orgullo que le hace manejarse así en determinadas ocasiones con determinadas personas, y que puede que le hagan parecer lo que no es. No, cuando lo analizo bien, me doy cuenta de que de orgulloso tiene poco. Quizá pueda decirse de él que tienda al resentimiento. Cuando pierde su buena opinión sobre alguien o algo, puede que la de perdida para siempre. A lo mejor, nada de lo que piensa es cierto, y en verdad, esa apariencia de buenismo y humildad, no es más que, unas veces indiferencia ante la opinión ajena; y otras, una manera  indirecta de presumir. Si alguna vez tienen la fortuna o desdicha de conocerlo bien, se darán cuenta de que cuanto digo de él, es cierto.


Luis Fernando Berenguer Sánchez.
31 de diciembre de 2013.

Mi alma gemela

A estas alturas del viaje, en las que el armatoste físico que nos sostiene empieza a chirriar y el psíquico se desborda a veces con suma facilidad, es necesario echar mano de aquello que en su día nos unió, y utilizarlo sin desfaceller para poder seguir avanzando en la relación con la misma ilusión que el primer día.

Si al repleto zurrón de las emociones le diera por levantar la solapa que las custodia, y no sólo sacarlas a la luz, sino también desvelar la gestión que se hizo de ellas en cada momento, no habría papel suficiente para que quedara constancia de ellas por escrito. Y en algunos casos, sorprendería. Es obvio que el balance es claramente positivo, de lo contrario no estaría hoy aquí escribiendo esto.

¿Será que encontré en ti mi alma gemela? Puede ser. Pero no aquella idéntica y simétrica que reflejaría el espejo puesto delante de la mía. No. Más bien al contrario. Sería difícil encontrar puntos convergentes en todas y cada una de las cuestiones que surgen en una convivencia diaria. Tuve mucha fortuna al encontrar un alma, que de tan gemela, es tan diferente. Un alma capaz de decirme en cada momento en qué estoy errando, porque como todos, yerro a menudo, y bienaventurado aquél que no se equivoca nunca. Yo creo que nuestras almas, por sus características, se necesitan una a la otra, se alternan y se complementan continuamente, y ahí andan, ora empujando, ora siendo empujadas, pero con la firme convicción de su mutua dependencia. Estoy absolutamente convencido de que recibí más que dí. Mi saldo contigo siempre es deudor. Hasta del sol que me ilumina y me calienta, y que veo salir cada día, siento que eres responsable.

Y hablando de sol, ¿cuál de los soles que alumbraste ilumina más? Ninguno más que el otro. Son tan diferentes como tú y yo, y sin embargo, sus brillos ciegan por igual. Y además, son tan extremadamente humildes, que ambos procuran siempre esconderse detrás de su inmensa luz. Pasan sin hacer ruido. Y llegan tan sigilosamente, que incluso da la impresión que el mérito que tiene haber llegado a cada meta, sea menor siendo mayor.

Ignoro que nos deparará el destino a todos. Pero sí que conozco cual es mi intención al respecto, y no es otra que el mío siga ligado al tuyo.


Luis Fernando Berenguer Sánchez.

22 de junio de 2013.