domingo, 26 de enero de 2014

El soñador solitario

Le conozco desde que nació. Pero no le comencé a tratar hasta pasados bastantes años. Hasta entonces, yo creo que ni él mismo se había parado a pensar en nada. Su vida transcurría como la de casi todos los niños, creciendo, jugando, estudiando, rebelándose ante casi todo, y de vez en cuando, transgrediendo alguna que otra norma de conducta nada relevante. Debo decir que cuando comencé a conocerle mejor no me gustó como era.

Casi siempre está solo. A veces, paseando por  la orilla del río, intenta contar las estrellas; pensando, soñando.  Se le ve eligiendo premeditadamente  la dirección de sus pasos para evitar cruzarse con nadie, y evitar así, cualquier saludo que le resultaría incómodo y en ocasiones violento. Sus continuos pensamientos, siempre aprovechando la voluntaria soledad, se reproducen en voz alta. Articula frases, comentarios y respuestas que daría a los demás, si no fuera  porque lo que él cree que es prudencia y timidez, y que yo creo que las más de las veces es cobardía, no le produjeran la sensación de que su opinión iba a provocar incomodidad y rechazo en los demás. En cuestiones delicadas, en las que lo más probable es que la conversación desemboque en discusión, cuando el nudo de su garganta no consiguió acallar sus pensamientos, la euforia y el nerviosismo por lo inhabitual de semejante comportamiento, le jugaron tan malas pasadas, que mil veces se odió y maldijo.

No es capaz de discernir si la gente le entiende o no. Pueden pensar que es un loco y él no lo entiende, pero yo sé que él está intentando ser fuerte. Su único propósito es seguir luchando para mantener viva la llama de la ilusión y encontrar el camino de la cordura. Puede que alguna vez llore al precipitarse sobre él vivencias del pasado que, para bien o para mal, marcaron su destino. Confía en que nada de ello haya sido en vano. Dicen de él que es un hombre bueno. Algunos se lo confiesan personalmente y él se sonroja y no sabe que decir. Sin embargo, en su mente se producen constantes luchas para discernir qué es el bien y qué es el mal. Cuando, en contra de lo habitual, su conciencia opta por la segunda opción, no puede evitar sentirse satisfecho y mantenerse firme al principio en torno a esa decisión. ¡Pobre de él! Avergonzado y solo otra vez, siempre decide estas cosas solo, golpea impunemente con macizo mazo su manchada conciencia, y antes que su decisión primera tome forma y se refleje en hechos, desanda el camino y opta por lo que él cree el bien, o por lo que alguien le dice que es el bien.

Pero no siempre con todos se conduce así. Ese corazón, que en más de una ocasión le han dicho que lleva en la mano, y que no deje tan a la vista de los depredadores humanos, se le vuelve a veces roca insensible e irrompible. No puede evitar sentirse mal, es una cuenta pendiente del pasado que todavía sigue presente, que le persigue a diario removiéndole la conciencia, y sin embargo siente impotencia al comprobar que es incapaz de reaccionar y hace poco por ablandar del todo su corazón y abrirlo de una vez para siempre, antes que el tiempo convierta en obstáculo infranqueable tal actitud. Se ha de dar prisa, debe vencer sin cruenta lucha, con absoluta resolución y convencimiento, a ese incomprensible orgullo que le hace manejarse así en determinadas ocasiones con determinadas personas, y que puede que le hagan parecer lo que no es. No, cuando lo analizo bien, me doy cuenta de que de orgulloso tiene poco. Quizá pueda decirse de él que tienda al resentimiento. Cuando pierde su buena opinión sobre alguien o algo, puede que la de perdida para siempre. A lo mejor, nada de lo que piensa es cierto, y en verdad, esa apariencia de buenismo y humildad, no es más que, unas veces indiferencia ante la opinión ajena; y otras, una manera  indirecta de presumir. Si alguna vez tienen la fortuna o desdicha de conocerlo bien, se darán cuenta de que cuanto digo de él, es cierto.


Luis Fernando Berenguer Sánchez.
31 de diciembre de 2013.

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