Los pies descalzos se deslizan con suavidad
sobre la fina, y todavía tibia, arena de la playa, socavando dos pequeños
semicírculos que quedan enterrados al instante al volver a pasar los pies por
encima de ellos. El sol se acaba de esconder. Casi toda la gente se ha marchado
ya. Apenas vamos quedando unos cuantos, dispersos, entre la inmensidad que
parece ahora la playa.
Sentado en la incómoda hamaca, empiezo a
escuchar con claridad el sonido de las olas al romper cerca de la orilla. El
agua debe de estar buenísima, pero siempre fui más de secano, y además, me
impresiona demasiado el mar. Cuando me baño en él, siempre lo hago sin
adentrarme demasiado y quedándome cerca de algún grupo de gente, pero como ya
no queda nadie bañándose, opto por no hacerlo. ¡Valiente que es uno! Empieza a
anochecer y la fresca brisa invita a cubrirse los hombros con lo primero que se
tiene a mano, sirve la toalla situada en el respaldo de la hamaca. Así, en
absoluta tranquilidad, cierro los ojos y echo la cabeza hacia atrás hasta
apoyarla en el hierro del respaldo de la hamaca.
Después de unos segundos, imagino ver, con
absoluta nitidez, un resplandor de colores entremezclados que iluminan el
cielo, para a continuación, escuchar las explosiones de los cohetes que han
producido esa luminosidad. Es la velocidad de la luz que es más rápida que la
del sonido. De pronto, allá en lo alto, se dibuja una inmensa palmera con
punteadas ramas doradas que se desvanecen al tiempo que descienden los puntos
amarillentos que la forman. A pesar de continuar abstraído y en la playa, casi
me asusta el repentino y también imaginario estruendo de decenas de cohetes
explosionando casi al unísono, haciendo brillar intensamente el cielo y
atormentando al descuidado oído.
¡Cómo es la imaginación! Es capaz de
hacernos revivir cualquier acontecimiento pasado. Han sido algunos ecos del
castillo de fuegos artificiales que dieron por concluidas las Fiestas
Patronales y de Moros y Cristianos de Novelda que se celebran en honor a Santa
María Magdalena.

Ahora me imagino tumbado en la cama,
somnoliento, escuchando de fondo un repiqueteo inconstante de campanas que se
cuela por todas partes sacándome del aturdimiento. Anuncian, las campanas, como
cada primer lunes de agosto, las tres misas que se celebran en honor a nuestra patrona.
Creo haberme dormido ligeramente en la
realidad porque, de sopetón, vuelvo a escuchar imaginariamente un nuevo repique
de campanas, ahora continuo pero igualmente desacompasado como antes. Veo con
claridad, perdón, imagino ver a la
Santa cruzar el umbral de la iglesia de San Pedro sobre las
andas, llevadas a hombros por varios fieles, creo distinguir a cuatro. ¡Parece
que son los mismos del año anterior! A lo mejor no, pero si no lo son, se les
parecen mucho. En la calle, son cientos de personas las que, absortas, y entre
las que me distingo, no apartamos los ojos de nuestra morenita del castillo. La
maquinaria imaginativa sigue emitiendo secuencias que se antojan reales.
Ahora, una lluvia de papeles de colores,
lanzados desde los balcones de la papelería del “Rochet”, con movimientos
imprevisibles y desplazados por el viento, van cayendo y esquivando los brazos
alzados de los fieles, que intentan en vano atrapar alguna “Aleluya” antes de
que caiga al suelo. Con ellas, el pueblo de Novelda, despide definitivamente a
su patrona. Será acompañada en romería, a hombros, hasta su morada habitual, el
castillo que lleva su nombre. Allí permanecerá hasta el veinte de julio del
siguiente año.
En ese momento, abro de nuevo los ojos y
siento frío, pero permanezco en la misma posición, relajado, tranquilo y
pensativo durante unos minutos más en los que ya no imagino nada. Ahora
disfruto de la oscura paz y del relajante sonido del mar. A mi lado, mis
acompañantes se miran y se sonríen, ¡vaya “siestarrá”! me sueltan con gracia.
¿Cómo explicar en pocas palabras dónde he estado durante no sé cuántos minutos?
Balbuceo que si los cohetes, la
Santa, las Aleluyas, la romería… Ya, ya, ya, me replican. En
fin, que decido emplazarles a leer las vivencias de esta mi segunda, agradable,
y última visita a la playa del verano que toca a su fin, tanto por las sentidas
imaginaciones como por la real compañía de quienes estaban conmigo.
Luis Fernando Berenguer Sánchez
12 de septiembre de 2012.
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