El lector descubrirá en algunos pasajes del relato, citas o fragmnetos de una canción de Serrat: "Quizá llegar a viejo". Y hará bien en reconocer al maestro. Un servidor, con permiso del autor, se ha apropiado debidamente de la idea y de algunos matices que ha desarrollado luego a su antojo. El relato ha quedado remasterizado con la propuesta de la Consellería de Sanidad de la Comunidad Valenciana de reducir el gasto en medicamentos para el colesterol.
En estos tiempos que corren, los únicos de los
que disponemos y que nos ha tocado transitar, observamos como la sociedad no se
caracteriza especialmente por ser excesivamente generosa con el individuo, más
bien todo lo contrario. Las muestras de solidaridad son escasas salvando las
honrosas excepciones. Pero quizá, por el grado de desprotección que tienen, por
las circunstancias que concurren, por la inevitable vulnerabilidad a la que
están sometidos, la sociedad y sobre todo sus dirigentes, son especialmente
crueles en su trato con los viejos. Cuando uno ve como se trata a los viejos,
uno descubre que el lema de “usar y tirar”, le ajusta perfectamente al
individuo cuando se hace mayor, y a veces no tan mayor.

Porque seguro, que incluso ellos, que se
han encontrado en esta maravillosa época, irrecuperable época, viviendo el
momento maravilloso de su juventud, más o menos prolongada, coincidirán en que
lo mejor que le puede ocurrir a uno con el paso del tiempo, quizá lo único que
debiera ocurrirle a uno, sería envejecer con una cierta dignidad, sobre todo a
aquellos que quieran envejecer. Y difícilmente nadie va a poder envejecer
mañana con dignidad si los que hoy son viejos no pueden hacerlo.
Y eso es lo que les ocurre a esos niños que
llegaron más lejos porque salieron antes, a los viejos.
Solo, recluído, ignorado, desorientado, el
viejo se desmorona, se viene abajo. Su transitar por la vida se convierte en
una continua pena, anímica y física. Todo achaque de salud adquiere naturaleza
de trascendente y definitivo, haciendo de ello el motivo único obsesivo por el
que su cerebro deba funcionar.
Al
viejo se le ríe el alma cuando se le visita, cuando se le escucha, cuando se le
tiene en cuenta. Cuando se le pregunta, cuando se le hace partícipe, cuando se
le encarga alguna tarea por intrascendente que sea. Cuando se le lleva a comer,
aunque apenas coma, cuando se le pone una copita de vino, aunque apenas beba, cuando
recoge a un nieto, cuando se siente uno más y no se le aparta después de
habernos servido bien de él.
Siempre y cuando las piernas respondiesen y
la mente fuera capaz de funcionar con la lucidez necesaria para seguir
desenvolviéndose en la vida con absoluta o parcial independencia, quizá llegar
a viejo sería más razonable, más apacible, más llevadero si todos,
entendiésemos que todos, llevamos un viejo encima.
Por lo oído en estos últimos días, la Generalitat
Valenciana ya ha tomado cartas en el asunto, y con informes
de endocrinos, no de cardiólogos que echarían la propuesta abajo, pretende
quitar la medicación para el colesterol a aquellos pacientes con niveles que no
alcancen los 320. Algunos facultativos como Francisco Sogorb, Jefe de Cardiología del
Hospital General de Alicante, ha declarado que: “no medicar con colesterol a
300, dañaría mi conciencia”; y además afirma que: "una tasa de colesteros alta, por sí sola, es un factor de riesgo para sufrir un infarto".
Ale, a limpiar la parva y a ahorrar un buen
puñado de millones de euros con las jubilaciones que se van a dejar de pagar, debe de pensar algún iluminado en la Consellería de Sanidad.
(Seguro que no es así, pero da que pensar).
Luis
Fernando Berenguer Sánchez.
9 de agosto
2012.
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