El cielo, de una tonalidad uniformemente
gris, dejando caer una liviana lluvia que calaba distraídamente los compuestos
peinados y los elegantes trajes de los testigos, y que por momentos les fustigaba
con esporádicas trombas de agua, les vio partir entusiasmados con ilusión
veinteañera desbordante.

Una velocidad de crucero parsimoniosa pero
constante, contribuía eficazmente a llegar a cada puerto sin sobresaltos y
cumpliendo rigurosamente con los objetivos previstos. Acompasando siempre
necesidades y posibilidades. Nunca la envidia ni el exceso de ambición fueron
causa justificada de desestabilización alguna en la nave.
Pero no siempre el traicionero mar iba a
permitir una singladura tan apacible y armoniosa. En alta mar, los navegantes,
solos, aun teniéndose el uno al otro, comprobarían incrédulos, en más de una
ocasión, como el poder del más insignificante temporal, era capaz de hacer
zozobrar la pequeña embarcación. Tocaba entonces arriar velas, batirse en
retirada más que en duelo perdedor, y sobre todo, aunar fuerzas para mantener
firme el timón en la dirección deseada.
Siempre llega la calma después de la
tempestad, y a fuerza de superar con éxito difíciles momentos tormentosos, se
consigue consolidar eficazmente la unificación de fuerzas, que aplicadas sobre
el timón, eviten que varíe el rumbo de
la embarcación.
El barquito ha surcado ya muchos mares y ha
conseguido mantenerse a flote, a pesar de haber soportado la furia de fuertes
temporales con mar gruesa, y en ocasiones, con olas de varios metros de altura,
que quizá en algún momento pudieran haber dañado el mascarón de proa. Sin
llegar a agrietarse, sí que es verdad que la estructura, aunque sólida, con el
paso del tiempo y los fuertes golpes de mar, se va desvencijando poco a poco.
Pero no importa mucho, han sido demasiadas
tormentas superadas con éxito, siempre con el mismo objetivo en común, y en
todas las ocasiones, aferrándose los navegantes el uno al otro hasta la
extenuación. Por viejo y deteriorado que se encuentre el vetusto barquito, bien
merece la honorable distinción al mérito conciliador.
Van llegando momentos en la travesía que
precisan escalas más cortas y menos ambiciosas. Pero el barquito sigue ahí,
firme, navegando con rumbo fijo y velocidad constante, sin hacer aguas,
manteniéndose a flote y llevando a los pasajeros al siguiente destino.
A estas alturas, por muy resquebrajada que
esté la madera, el velero no se hundirá, ni los navegantes echarán por la borda
tantos logros conseguidos juntos. Se han convertido, cada uno de ellos, en
tabla de sostén y salvación del otro. Si la debilidad se precipita despiadada
sobre alguno de los dos, juntos, echarán mano firme al viejo timón, y como
antaño, mantendrán el rumbo, y como siempre, volverán a ver salir el sol.
Y si llegara el indeseado día en que al
apreciado barquito no le soplara la brisa suficiente para que pueda seguir
navegando, ¡qué importa ya!, orgullosos, los pasajeros, echarán pie a tierra para
descansar eternamente en el puerto que les vio partir. Dejarán amarrada en el
muelle la restaurada y remodelada nave, lista y a punto para que otros, con la
misma ilusión que ellos en su día, la puedan volver a utilizar.

¡Va por ellos!, ¡y por el barquito!
Luis Fernando Berenguer Sánchez.
19 de julio de 2012.
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