Se ha convertido en un maravilloso ritual.
La peculiar reunión de amigos se repite semanalmente, con respeto al horario y
a las costumbres, los sábados al mediodía, alrededor de la una y media, en el
Centro Deportivo Cucuch. Acuda quien acuda, el evento, cargado de ilusión, se
produce. Está ahí, incluso por encima de los asistentes. El que no va, se lo
pierde.
Son muchos años los que contemplan este
excepcional acontecimiento. De los actuales participantes, todavía quedan
algunos que se citaron un sábado a la hora de comer, para jugar una partida de
tenis en la modalidad de dobles, con una paella de por medio que pagaban los
perdedores. Por la imposibilidad que tenían algunos de jugar entre semana,
eligieron ese día y esa hora, sin ser conscientes de lo que eso iba a suponer,
para dar rienda suelta al deseo desbordante de echar una partida de tenis
aunque fuera de semana en semana. Son muchísimas las personas que han pasado
por esa consolidada partida. No voy a dar nombres porque seguro que me olvido
de más de diez, y además, comparado con otros, relativamente soy un recién
llegado, aunque ya lleve alrededor de quince años acudiendo a la cita semanal.
La partida en sí, tenía su prestigio. No es
que jugaran los mejores, pero el nivel tenístico de los jugadores era más que
aceptable. También hay que tener en cuenta que tampoco a todos les apetecía
jugar a esa hora, prefiriendo la tarde del sábado o la mañana del domingo para
satisfacer la incipiente afición al tenis.
Hoy en día, la tradición no sólo no se ha perdido,
sino que ha cogido tal auge, que la afición en común que nos une ha derivado,
en algunos casos, en sólida amistad. Hasta tal punto es así, que el hecho
deportivo se está convirtiendo, cada día más, debido a la edad que vamos
cumpliendo, en la excusa perfecta para pasar unas horas juntos los sábados.
Unas veces acuden a la cita cuatro personas, otras veces son ocho los
asistentes y en ocasiones nos llegamos a reunir doce. Según el número de
jugadores, se organiza una partida, dos o incluso tres, siempre en la modalidad
de dobles.
Un apretón de manos a la llegada al
vestuario y unas bromas a cuenta del asunto más irrelevante o surrealista,
conforman el protocolo de bienvenida a tan deseada y anhelada reunión. Nada de
política, ni de economía, ni de trabajo, ni siquiera de salud. Ese día y
durante esas horas, lo trascendente de la vida de cada cual, queda guardado en
algún compartimento secreto del cerebro, que inteligentemente lo recluye y no
lo deja escapar.
La edad de los amigos que allí nos reunimos
oscila entre los casi cincuenta años que tienen los más jóvenes, hasta los
sesenta y cinco que ya ha cumplido el incombustible veterano del grupo, y que
es uno de los precursores del hecho que relato.
Pero las partidas no se organizan solas.
Existe un maestro de ceremonias, una verdadera calculadora humana, un
inagotable organizador, el maestro por excelencia en el uso de la mano
izquierda. Durante la semana, él ya sabe cuántos vamos a ir, y mentalmente es
capaz de distribuirnos para que las partidas no se repitan y para que además
sean competidas. Si alguien de los habituales no puede acudir, tiene que
notificárselo a él, y entonces, en cuestión de minutos, encuentra sustituto en
alguien de los no habituales. A esta persona sí que la voy a nombrar, y además
le reconozco su entusiasmo y su impagable labor. Se trata de José Manuel
Martínez.
Las partidas transcurren entre risas y
bromas, pero también con seriedad y hasta algunas veces con tensión y
discusiones por bolas dudosas, aunque es prácticamente uno sólo el que discute
las bolas. Dentro de la pista todos queremos ganar y el carácter de cada uno
hace que el juego se desarrolle más tenso o más distendido, según los jugadores
y el resultado, sin perder un ápice de competitividad. El apretón de manos final no es más que el
comienzo de esos momentos agradables por los que vale la pena sacrificarse y
echar la partida de tenis.
Tras una reconfortante ducha, en la que se
comentan las incidencias y el desarrollo de las partidas, nos reunimos todos en
torno a una mesa, alrededor de las cuatro de la tarde, para comer juntos y
beber dos tragos de cerveza. Aquí el ambiente ya es totalmente amistoso y
distendido, y si alguien necesita liberar algo de lo que su cerebro estuvo
hasta ahora recluyendo, poco a poco aquello irá saliendo y los demás escucharán
y opinarán al respecto respetuosamente. La tertulia se prolongará por un tiempo
prudencial durante la sobremesa, porque aquí no acaba todo, falta el colofón,
la dulce guinda de la reunión.
Si se puede, la partida se repite con las mismas
parejas, pero no a tenis otra vez, sino al juego de las mil y una
posibilidades. El juego estratégico en el que todos son expertos. Todos saben
que ficha hay que poner en cada momento, todos le reprochan al compañero la
jugada realizada, todos tienen en su cabeza el perfecto plan para que le vengan
las fichas que busca y dominar. Pero todos se olvidan que juegan contra otros
dos, que también piensan y también intentan reconducir la estrategia para que
les sea favorable la jugada. Y también todos se olvidan que no todos somos
expertos y que de vez en cuando ponemos la ficha que no hay que poner y
perdemos. Es el DOMINÓ.
Aquí, en este momento de la convivencia,
con la cerveza de la comida y una o dos copitas de menta mientras se juega al
dominó, la pasión en algunos se desata. Las risas y las bromas alcanzan su
máximo exponente, pero a la vez, las discusiones por la ficha mal colocada del
compañero o por la estrategia mal utilizada, son algunas veces frecuentes.
LAS-TI-MA
QUE TER-MI-NÓ EL
FES-TI-VAL DE HOY…
Las miradas se cruzan con el jefe, -el
sábado a la misma hora-, significan las miradas. Otro apretón de manos y un
mucho de tensión liberada son argumentos más que suficientes para desear
repetir al sábado siguiente el mismo guión.
Gracias a todos. Ahora sí que voy a dar
algunos nombres sin importar el orden, atendiendo más o menos a la edad, a
sabiendas que me dejaré alguno, pero quiero que los que somos hoy, se sientan
reconocidos en esta reflexión:
Amador Poveda, Paco Pastor, José María
Navarro, Pepito Sánchez, Fernando Pérez, Luis Tortosa (mi compi preferido),
Juan Andrés Martínez, un servidor y el jefe, José Manuel Martínez.
A los que son menos habituales pero que
acuden prestos cuando se les requiere: Jesús López, Ángel Amat, Jesús “el de Aspe”, Manolo
Sánchez, Miguel Richart, Carlos Beltrá, Raúl Pastor.
A los que en su momento fueron habituales y
por diversas circunstancias dejaron de serlo, pero que se les recuerda
gratamente, Pepe Verdú y Antonio Navarro “Chumi”.
No puedo acabar sin mostrar un sentido
reconocimiento a quien ha acudido a la cita siempre que se le ha llamado, aún
sin ser un habitual y que ha jugado al tenis hasta que las ruedas le han dicho
basta, el gran Diwar.
Cosas pequeñas como éstas hacen la vida más
llevadera.
Luis Fernando Berenguer Sánchez.
14 de julio de 2012.
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