domingo, 13 de mayo de 2012

Sincera amistad

"Éstas son unas breves pinceladas sobre la vida de una amiga malagueña, Mari Carmen Parrado Castro. Sólo nos hemos visto en persona una vez, en agosto de 2012, pero nos escribimos desde hace treinta años, no seguidos, con una larga interrupción intermedia.
Nuestra amistad ha perdurado en el tiempo, fue sincera y confidente en la juventud, y es sincera y cordial en la actualidad. Vaya con este relato mi homenaje a la AMISTAD."

Parece que por fin la vida le sonríe y la comisura de sus labios se estira hacia los lados para devolverle la sonrisa a cuantos han contribuido a hacerla feliz. Es obvio que ha salido triunfante del desafío en el que se batió en duelo ante una situación que la sumió en un profundo letargo. Fue duro trabajar mientras la mayoría de personas dormía y dormir al tiempo que el sol daba vida a cuanto ser habita en la tierra. Llegó a sentir que la vida se le escapaba y no la podía detener.

Por fin, un día, decidió recuperar el tiempo perdido. Para ello se lanzó sin freno a vivir y a experimentar sensaciones casi olvidadas, con tal ímpetu que casi no puso límites a sus decisiones. Inició una extraña relación con fecha de caducidad acordada,  sin ataduras, sin mostrar sentimientos, aunque llegado el día acordado para el cese de la relación pudiera haber dudado, o mejor dicho, llegara a pensar que sí que sentía algo. Se había lanzado al vacío sin red, quizá una alta dosis de despecho la hizo dejarse llevar, o más bien, quiso ir y fué.

Pero no se atrevió a ir más allá y volvió, retrocedió sobre sus propios pasos. La misma fuerza que la impulsó hacía no se sabe dónde, la utilizó para frenar y no estrellarse contra demasiados prejuicios morales instalados en progenitores pertenecientes a una generación anterior. Se escudó en ello, pero también en la sensatez, para no tener que desandar un incierto e inestable camino. Sabía lo que quería y esperó, al tiempo que la frustración y el letargo fueron dando paso a una normalidad largamente deseada.

Lo que no sabía es que su sol ya había salido, ya la iluminaba, ya le bronceaba su blanca piel. La luz de su sol, colándose por las más ínfimas rendijas, fue capaz de iluminar, aunque fuera con un tenue haz, su oscurecido corazón. Tuvo que medio embriagarse ese tímido sol para ser capaz de balbucear frente a ella cuatro medias frases que la conquistaran. No hubiera hecho falta, su corazón, sediento de estabilidad y amor puro y sincero, encontró grato cobijo al amparo de aquel radiante sol. Su corazón y el de aquel sol se fundieron en uno solo, y juntos afrontaron y siguen afrontando, las dichas y desdichas con que la vida nos gratifica en unas ocasiones o nos pone a prueba en otras que nos causan dolor.
 
En la actualidad, cuatro bastiones conforman una casi infranqueable muralla cuadrangular. Un recinto en el que transcurren la mayoría de acontecimientos de su devenir diario. Uno de los bastiones es ella misma. Vive y se desvive por otros dos de esos bastiones que tiene junto a ella. Uno es el sol que con tanta luz la iluminó y el otro es el fruto de su relación con dicho sol. Su querido y preciado coquito, por el que no sólo hace de madre, sino también de impaciente maestra. El cuarto bastión, vínculo familiar de su misma sangre, vive y trabaja lejos, aunque visita bastante a menudo el fortín. Mantiene con él una estrecha y cercana relación, robustecida por las prematuras y seguidas pérdidas de los seres que les dieron la vida. Desde la distancia, este importante baluarte, aún siendo más joven que ella, actúa como consejero y protector, ejerciendo incluso de tutor  del hijo de ella, su sobrino. La responsabilidad que siente por ella, es tal, que le lleva a prevenirla de posibles intrusiones de seres extraños y desconocidos.

El extraño, compañero de su relación despechada, aparece y desaparece, y con su manera de actuar, en ocasiones hasta consigue desestabilizar la paz personal que a ella tanto le costó alcanzar. 

Sus esporádicos refugios en la red, hicieron que el desconocido para su hermano, la reencontrara a través del facebook treinta años después. Lejanas quedaron aquellas cartas de adolescentes, ya amarillentas, en las que se contaban tantas y tantas confidencias.

Ahora, tantos años después, con sus vidas felizmente encauzadas, el desconocido, osa intentar franquear esa robusta muralla, sin que el atrevimiento pretenda debilitar ninguno de los pilares que la mantienen erguida, sino más bien lo contrario, ser un punto de apoyo más sobre el que ella se pueda sustentar.

Con respeto y cariño,
aquí dejo algo escrito
para el recuerdo
y no el olvido.

Luis Fernando Berenguer Sánchez.
18/03/2012

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