domingo, 20 de mayo de 2012

Después de la tormenta, la vida y la escritura


No necesito hablar para expresar lo que siento, pero sí que me ayuda escribir para reflejar mis sentimientos. Quizá sea un error.

Todo comenzó hace unos años, cuando, sin saber porqué, amanecía nublado en mi mente. Bueno, sí creo saberlo, pero no viene al caso. La cuestión es que, poco a poco, sin casi percibir sensación alguna, la sonrisa se fue apagando en mi cara, los labios se fueron cerrando hasta sellar incluso la boca, como cámara acorazada, impidiendo la salida de aire, frustrando por tanto la emisión de sonidos que articularan palabra alguna. Mis ojos se aguaban a menudo y ni con los más bellos soles, que iluminaban mi deambular, era capaz de ver la más mínima claridad.

Jorge Bucay, Joan Manuel Serrat, Método First, etc., etc., etc. Vanos intentos por mi parte de sacar provecho de todo aquél que escribiera o cantara a la recurrida metáfora de tocar fondo, (“Bienaventurados los que están en el fondo del pozo, porque de allí en adelante sólo cabe ir mejorando”, dice Serrat). Allí, en el fondo, sólo hay oscuridad, no hay hambre, ni sed, ni sueño, ni ganas de vivir. Ya te levantas cansado, arrastras tus pies al caminar, lloras mientras piensas porqué estás llorando y escondes la triste mirada que no es capaz de mirar más allá. Así un día, y otro, y otro. Eternos días con febril desaliento.

Una relación de frases alentadoras fueron las responsables de que, con mano temblorosa, cogiera un boli y un folio en blanco, y dejara en él plasmada una brizna de esperanza. Un agradecimiento expreso, concreto y personal, más parecido a una carta que a un relato, fue lo siguiente que dejé reflejado en un agradecido papel. Sensaciones propias, íntimas, confesables e inconfesables algunas, fueron conformando una colección de confidencias que me ayudaban, a pasos cortos y con gran esfuerzo, a ir caminando erguido, a levantar la cabeza de nuevo, a echar los hombros hacía atrás y a volver a mirar a la vida de frente. Gran parte de culpa tuvieron que tener, digo yo, en este proceso, unas pastillitas blancas y redondas que ingería cada mañana como si me estuviera bebiendo, a grandes tragos, el elixir de la vida. Eso sí, con un profesional de por medio, pero sobre todo, con inestimable y nunca suficiente agradecido aliento de quién más cerca de mí estaba, persona a la cual, en ocasiones, llegué a extenuar.

De las sensaciones propias, pasé a escribir sobre las sensaciones que percibía de los demás, sobre todo de las personas más cercanas, familiares casi siempre, resaltando sus actitudes y aptitudes, y homenajeando hechos o acontecimientos. Es justo resaltar, lo satisfecho que uno se siente, cuando recibe el sincero agradecimiento de alguien a quien ha expresado por escrito aquello que uno piensa de él, o ha felicitado por una boda, o nacimiento de un hijo, o porque simplemente le quiere.

Pero nada de lo anteriormente expuesto es lo que actualmente siento. Aquellos negros nubarrones ya descargaron con creces, sobre mí, sus despiadados aguaceros. Lo que sí quedó de aquello y tomó fuerte impulso, fue mi afición a seguir pasando a limpio sensaciones y emociones, propias y ajenas, que mi mente percibe y en las que se recrea. Ha habido esporádicas incursiones en otros terrenos como el fútbol, la política, inquietudes sociales o relatos inventados, pero no es aquí en donde más a gusto me siento. Así que, prácticamente todo ha quedado guardado es esa especie de cajita misteriosa que se enchufa al ordenador y en la que caben miles y miles de folios escritos.

Ahora, hoy, años después, heme todavía aquí, en el monte, como la cabra, describiendo a trazos gruesos mis sentimientos. Mi mente no para, a cada instante imagina el comienzo o el fin de algún relato sobre alguien, casi siempre real y allegado, o sobre mi mismo. Y es por eso, que si alguien de los que lee lo que escribo y me anima a seguir escribiendo, me echa de menos, no es porque lo haya dejado, es porque lo que sale de mi alma, o bien va dirigido a alguien que no conocen, con lo cual no entenderían algunas cosas que quedan en el aire; o bien porque en la mayoría de ocasiones, lo que me sale y reflejo, es parecido a lo que hoy he escrito. Y casi siempre me puede, en lo personal, el pudor. De todos modos, no descarto, en un momento de ímpetu, incluir un breve prólogo aclaratorio y publicar, con permiso de la persona protagonista, alguno de los relatos escritos.


Luis Fernando Berenguer Sánchez.

20 de mayo de 2012.

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