sábado, 19 de mayo de 2012

Desconexión


Hay días, en los que al despertar sin obligación aparente alguna, el alma fluye, errática, como dejándose llevar, en un deambular constante e impreciso. La conciencia, alternando con casi imperceptibles cabezadas somnolientas, vislumbra, como en planos fijos, todas aquellas situaciones o sensaciones que nos provocan un cierto malestar, o por lo menos, una disminución del ánimo necesario para poner en marcha el complejo sistema emocional que a su vez tendrá que activar el sistema motor. Se es consciente, mientras tanto, que no puede uno quedarse estancado en tan cerrados compartimentos. Sin embargo, la mente y el físico, habituados a no tener respiro alguno ningún día de la semana, sucumben temporalmente ante pequeñas adversidades, que resultan ser intrascendentes cuando, por fin, abrimos del todo los ojos. En un imperativo: ¡vale ya!, nos levantamos y comprobamos desganados que el sol ha vuelto a salir.

Todo está justo en el sitio en dónde lo habíamos dejado el día anterior. Las alegrías y los contratiempos surgirán sin posible control sobre ellos. Es mucho más tarde de lo habitual, hoy no ha habido tertulia quejumbrosa mientras se saboreaba un café con leche a diminutos sorbos en el bar de Ángel, ni una ojeada rápida del periódico, que en el momento justo de pasar la última página cambiará de lector, expectante a la espera de que acabáramos. Allí, sin temor ni responsabilidad alguna, cada uno tiene la solución precisa y adecuada a cada noticia, rumor o presunta implicación del banquero o político de turno (costumbres arraigadas de los bares). Imagínense cuales son las medidas que adoptaría cada uno, innombrables.

Pero volviendo al ánimo, ya casi repuesto, y activado el sistema motor lenta pero progresivamente, se afronta el nuevo día con dejadez parsimoniosa. Cobijados y rodeados de los nuestros, vamos poco a poco recuperando la energía y desterrando los pensamientos negativos o los problemas solucionables. Quizá no seamos del todo inmunes a las actividades excesivas, las prisas, las tensiones y los pequeños o importantes contratiempos, y el organismo reaccione, como activando una discreta alarma, para frenar, en días como hoy, la vorágine diaria, incluida la de los fines de semana, a la que inconscientemente sometemos a nuestra mente y nuestro cuerpo. Sin darnos cuenta, dejándonos pasar por el día, sin haber hecho nada aprovechable, empezará a anochecer con la sensación de haber perdido un día de nuestra vida; o a lo mejor no, puede que a la gente constantemente activa le sea necesario un impás para poder seguir afrontando el día a día con ciertas garantías de estabilidad.

Alguna que otra vez, en la que no se ha presentado el día adecuado para que se active la desconexión manual (día como hoy), me ha sorprendido, de manera brusca y sin avisar, la desconexión automática. Una serie de síntomas sin una gran importancia, pero sumamente molestos, hacen de repente acto de presencia en el organismo, desestabilizándolo y haciendo necesario un rutinario control, siendo necesaria también la ayuda de alguna medicación. Nada alarmante, la experiencia, incluso para estas cosas, resulta ser una gran aliada.

Por eso, hoy, después de plasmar mis sensaciones, lo siento, no estoy, desconecto.


Luis Fernando Berenguer Sánchez
13/05/2012

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