Hay días, en los que al despertar sin
obligación aparente alguna, el alma fluye, errática, como dejándose llevar, en
un deambular constante e impreciso. La conciencia, alternando con casi
imperceptibles cabezadas somnolientas, vislumbra, como en planos fijos, todas
aquellas situaciones o sensaciones que nos provocan un cierto malestar, o por
lo menos, una disminución del ánimo necesario para poner en marcha el complejo
sistema emocional que a su vez tendrá que activar el sistema motor. Se es consciente,
mientras tanto, que no puede uno quedarse estancado en tan cerrados
compartimentos. Sin embargo, la mente y el físico, habituados a no tener
respiro alguno ningún día de la semana, sucumben temporalmente ante pequeñas
adversidades, que resultan ser intrascendentes cuando, por fin, abrimos del
todo los ojos. En un imperativo: ¡vale ya!, nos levantamos y comprobamos
desganados que el sol ha vuelto a salir.
Todo está justo en el sitio en dónde lo
habíamos dejado el día anterior. Las alegrías y los contratiempos surgirán sin
posible control sobre ellos. Es mucho más tarde de lo habitual, hoy no ha
habido tertulia quejumbrosa mientras se saboreaba un café con leche a diminutos
sorbos en el bar de Ángel, ni una ojeada rápida del periódico, que en el momento
justo de pasar la última página cambiará de lector, expectante a la espera de
que acabáramos. Allí, sin temor ni responsabilidad alguna, cada uno tiene la
solución precisa y adecuada a cada noticia, rumor o presunta implicación del
banquero o político de turno (costumbres arraigadas de los bares). Imagínense
cuales son las medidas que adoptaría cada uno, innombrables.
Pero volviendo al ánimo, ya casi repuesto,
y activado el sistema motor lenta pero progresivamente, se afronta el nuevo día
con dejadez parsimoniosa. Cobijados y rodeados de los nuestros, vamos poco a
poco recuperando la energía y desterrando los pensamientos negativos o los
problemas solucionables. Quizá no seamos del todo inmunes a las actividades
excesivas, las prisas, las tensiones y los pequeños o importantes
contratiempos, y el organismo reaccione, como activando una discreta alarma,
para frenar, en días como hoy, la vorágine diaria, incluida la de los fines de
semana, a la que inconscientemente sometemos a nuestra mente y nuestro cuerpo.
Sin darnos cuenta, dejándonos pasar por el día, sin haber hecho nada
aprovechable, empezará a anochecer con la sensación de haber perdido un día de
nuestra vida; o a lo mejor no, puede que a la gente constantemente activa le
sea necesario un impás para poder seguir afrontando el día a día con ciertas
garantías de estabilidad.
Alguna que otra vez, en la que no se ha
presentado el día adecuado para que se active la desconexión manual (día como
hoy), me ha sorprendido, de manera brusca y sin avisar, la desconexión
automática. Una serie de síntomas sin una gran importancia, pero sumamente
molestos, hacen de repente acto de presencia en el organismo,
desestabilizándolo y haciendo necesario un rutinario control, siendo necesaria
también la ayuda de alguna medicación. Nada alarmante, la experiencia, incluso
para estas cosas, resulta ser una gran aliada.
Por eso, hoy, después de plasmar mis
sensaciones, lo siento, no estoy, desconecto.
Luis Fernando Berenguer Sánchez
13/05/2012
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