martes, 1 de mayo de 2012

Falsa traición…


Adela siempre tuvo una buena relación con su marido, basada sobre todo en la sinceridad y el respeto mutuo. No obstante, como en todas las parejas, surgían de vez en cuando pequeñas desavenencias que desembocaban en una pequeña discusión que no trascendía en la relación. Sin embargo, aquel día ocurrió algo distinto, la discusión provocó en su marido una reacción inhabitual. Javier comenzó a levantar la voz y a gesticular como no lo había hecho nunca antes. En un momento de ira no contenida, levantó la mano y quedó, al instante, mudo y petrificado. Avergonzado, intentó en vano pedir disculpas a su mujer, que desconcertada, no acertaba a pronunciar palabra. Javier tenía que irse a trabajar en el turno de noche como policía local de su ciudad, y al marcharse, dio un beso en la mejilla a su mujer, que aceptó con dejadez.

Como había hecho en otras ocasiones, Adela llamó a su buen amigo Carlos, que se había separado unos meses antes, para contarle lo ocurrido. Adela y Carlos mantenían desde jóvenes una íntima amistad que nunca traspasó los límites del alma, nunca llegó a ser carnal. Ambos eran amigos y confidentes, recibían y se daban consejos mutuos; y hasta que Carlos se separó, las dos parejas solían salir juntas a cenar y tomar alguna copa, incluso compartían de vez en cuando las vacaciones.

Adela no quiso contarle por teléfono a Carlos lo ocurrido, y le pidió por favor que se vieran para poder transmitirle con tranquilidad lo que sentía y pedirle consejo al respecto. Él aceptó.

Adela rebuscó en su armario y eligió un vestido azulón ceñido, con falda por encima de la rodilla y un generoso escote, difícil de sortear para los ojos que la miraran. El maquillaje, el carmín de labios, el rímel y la sombra de ojos, discretamente aplicados, junto con la media melena morena, suelta y lisa, realzaban su belleza.

A Carlos le sorprendió encontrarla tan elegante un una apartada mesa de aquel selecto “pub”, con música country de fondo, apenas perceptible, que facilitaba la conversación. Entre sorbos de dos “gin-tonics”, y algo nerviosa, Adela empezó a desnudar su alma ante su fiel amigo, que la escuchaba entre indignado y perplejo. Alguna que otra lágrima arrastró parte del rímel dibujándole una ligera sombra oscura sobre la mejilla derecha. Allí estuvieron algo más de una hora, en la que tomaron otra copa más y en la que la desazón de Adela se fue transformando en tranquilidad y desenfado. En los anchos vasos apenas quedaban restos de los cubitos de hielo. Entre risas y una cierta embriaguez, Adela iba acercando su butaca a la de Carlos, le ponía distraída la mano sobre el brazo e incluso le agradeció su amistad dándole un beso en la mejilla. Aprovechando el impulso de una carcajada, ella apoyó su cabeza sobre el hombro de él, que se dejó y al tiempo le pasó el brazo por la espalda, cogiéndola del hombro y dándole un suave beso en la frente.

Era tarde, y Adela sugirió a Carlos que la acompañara paseando hasta su casa, que quedaba a tres manzanas de allí. Recorrieron el trayecto en absoluto silencio, abstraídos ambos en sus pensamientos, digiriendo lo que se habían contado y lo que habían hecho. La luna, en cuarto menguante, les miraba con un solo ojo, recelosa de la traición que podrían cometer a la amistad. En el portal, ella abrió la puerta, abrazó a Carlos, le besó y lo arrastró al interior de la casa, cerrando la puerta con un puntapié.

Abrazados, entre besos y torpes pasos, se dirigían a la habitación. A medio pasillo, un sudor frío y un gemido ahogado, despertaron a Carlos… Por nada del mundo, pensó sudoroso, traicionaría tan leal amistad.

A la mañana siguiente, Adela llamó a la mujer de Carlos, charlaron un rato, y como casi todos los sábados, quedaron para salir a cenar y tomar una copa con sus maridos…

Luis Fernando Berenguer Sánchez
29/04/2012

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