domingo, 8 de diciembre de 2013

Sinceridad prudente



Al tiempo que escribo la presente reflexión, me asalta la importante duda de no saber si realmente, no por compromiso ni generosidad, le interesan a alguien los pensamientos que constantemente irrumpen en mi mente. La presente vino a colación de una de tantas fotos que se publican en facebook, y que correspondía a una frase de Mario Benedetti que decía: “La sinceridad siempre nos llevará a odiarnos un poco”. Al respecto mantuve unos breves comentarios con dos apreciadas amigas en torno a la conveniencia o no de aplicar la frase a nuestro comportamiento, y apuntó acertadamente una de ellas, “que si a nosotros mismos o a los demás”. En verdad cabía esta acertada consideración. Igual puede ocurrir que alguien nos odie por serle sincero, como que uno se odie a sí mismo después de que su sinceridad haya repercutido negativamente en la amistad o simplemente en el trato con alguien.

Aquello quedó allí, pero en mi pensamiento quedó un poso que de vez en cuando se removía y analizaba una y otra vez, la conveniencia o no, de ser absolutamente sincero con los amigos. ¿Es posible mantener una sincera relación de amistad, cuando las concepciones en cuestión de ideología de cualquier tipo, es diferente? ¿Y si a ello añadimos una condición económica o social dispar, o cuanto menos, con una diferencia apreciable?

Pienso sinceramente, que de eso se trata, que se podrá mantener una cordial amistad siempre que los límites del respeto no superen un cierto umbral de sinceridad, que cada uno posicionará justo allí en donde la sinceridad que se le brinda, no le llegue a molestar. A mi modo de ver, en una relación amistosa, nunca podrá existir una absoluta franqueza. Existen demasiados parámetros, difíciles de evaluar, como para que, aplicado el grado absoluto de la comunicación sincera, no surja algún elemento que por lo menos, no sea bien acogido; aunque la prudencia del interlocutor le lleve a no replicar lo escuchado.

No ya por regla general, sino como modo de comportamiento obligado, para que la amistad cordial perdure, se debe imponer la máxima referida a la propiedad de las palabras y la esclavitud del silencio. No se trata en absoluto de ser un constante esclavo del pensamiento al no expresarlo, sino sí un digno y consecuente propietario de éste cuando se expresa, siendo consciente de la repercusión que pueda tener. Claro, que si a uno le da igual todo, que no lo creo aunque lo diga, debe estar preparado para la réplica, y en caso extremo, para la pérdida de la amistad sincera.

Por todo ello, tanto a los que considero mis amigos, como a los que me consideráis amigo vuestro, disculpadme si no siempre soy absolutamente sincero con vosotros. Siempre procuro mantener una sinceridad prudente para que la opinión no cruce el umbral de la molestia y mucho menos de la ofensa.


Luis Fernando Berenguer Sánchez.
8 de diciembre de 2013.

1 comentario:

  1. Una reflexión demasiado breve para un tema tan complejo. Lo primero que se me viene a la cabeza, es que la palabra "miedo" es siempre dañina. Cuando se valora una amistad, la actitud más idónea es acercarse a la verdad, con la debida prudencia, con la dosis de respeto adecuada.. En la amistad, la comunicación es importante, su carencia dañina...Nos podemos comunicar con gestos, con silencios, con palabras, con lealtad, con discreción....hacer críticas que sean siempre constructivas....y todo esto, se puede hacer, porsupuesto, desde la sinceridad.

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