domingo, 8 de diciembre de 2013

Constelación de estrellas





E
l día veintidós de junio de dos mil trece, alrededor de las nueve de la noche, en Santa María (Font Roja), mientras conmemorábamos el veinticinco aniversario de nuestra boda, la superluna nos sorprendió acechando en el horizonte tras la cumbre de una montaña. Quiso el destino que se situara ese día en su punto más cercano a la tierra de todos cuantos está durante el año (a trescientos cincuenta y seis mil novecientos noventa y un kilómetros), lo que hizo que la viéramos un doce por ciento más grande del tamaño menor posible. Era grande, redonda, brillante, con sus tonos de blancos y grises tan acentuados, que se podía distinguir como nos miraba. También dicen los expertos en la materia que hizo aumentar las mareas, pero desde donde estábamos, en plena montaña, no lo pudimos apreciar.

Pero eso no fue lo más importante esa noche. Lo realmente fantástico es que, mientras suspiraba la luna, impasible y celosa, abajo, nos sentimos envueltos y arropados por una gigantesca constelación de estrellas, no por su número, sino por su grandeza. Allí, en medio, estábamos nosotros, sorprendidos, contentos y emocionados hasta el extremo que permite la emoción, dejándonos llevar ante tanta muestra de aprecio y gratitud.

Pareció sencillo, pero no lo fue. Entre bambalinas habían discurrido los secretos, las ideas y los preparativos para tan magnífico acontecimiento. Una sala de máquinas bulliendo sin cesar precedió a esa noche con unas voces más cantantes que otras, pero todas dignas de nuestro mayor reconocimiento.

Allí estabais todos otra vez, y ahora me vais a permitir que me dirija, sin referirme implícitamente a nadie, a todos y cada uno de vosotros. A saber:
 Tú, que sin ti nada tendría sentido. Vosotros, que sois nuestro motor y que sin vosotros no seríamos los mismos.
Tú también, que aprendes rápido y bien niña, lo cual te dignifica y me llena de orgullo y satisfacción. Claro, que no aprende más quien puede, sino quien quiere, y cada día das muestras de tener un alto interés en seguir aprendiendo de las lecciones que te da la vida, tanto de los buenos maestros, como el que tienes cerca, como del resto que formamos un nutrido grupo de aficionados docentes con aires de superioridad ficticia.
Y me impresiona tu fuerza, mujer, esa que te brota de lo más profundo de tu voluntad y que refuerza la luz del magnífico sol que te iluminó un buen día e hizo renacer en ti la alegría. Me emociona ver aflorar en tu rostro una doble sonrisa pugnando por prevalecer sin que seas tú quien la decida. Lo que eliges es siempre mostrarla poniendo de manifiesto un digno ejemplo que otros, no sólo nos obcecamos en no seguir, sino que elevamos a categoría lo que debería ser y es, anécdota.
Y vosotros, que no llegasteis ni antes ni después del momento preciso y que no vinisteis a desbancar corazón alguno, sino a compartir y engrandecer el espacio común. Pasó el tren del destino y decidimos subirnos en él. El viaje continúa a cortos e intensos intervalos cargados de sentimiento, alternando con otros de manifiesta pasividad que casi siempre impone la distancia.
Y también vosotros, que habéis puesto de manifiesto en todo momento ejemplos de valentía y madurez, de inteligencia, de respeto y necesidad hecha virtud de independencia, pero que al menor reclamo se hace notar vuestro cariño.
Y vosotros, como no, que aunque parezca que asomáis con timidez tras la vorágine, sólo es eso, apariencia, porque en sí, vuestra presencia y manifiesta colaboración en todo, es muestra más que suficiente del profundo amor que desprendéis.
A vosotras, que aún pareciendo que no estoy o no estáis, tengo muy presente quien sois y lo que representáis siempre para mí. Y en vuestro caso, no creo necesario adornar innecesariamente lo que siento por todos vosotros.
Que no se le ocurra pensar a nadie de los presentes en esa celebración, que el agradecimiento ya está todo repartido. Quizás el mérito de lo acontecido sí. Pero, ¿y vosotros? Sí, no miréis para otro lado. Entre vosotros todavía queda gente muy cercana que merece ese tratamiento distintivo, que poco a poco se va perdiendo entre los jóvenes, que yo me resisto a dejar y que me es muy grato verlo utilizar a otras personas. Son ustedes, utilizado el usted como muestra de reconocimiento y respeto. Ustedes, que han luchado con denuedo contra el destino y han conseguido llegar al presente con la conciencia tranquila por el trabajo bien hecho. Así debe ser la impresión que tengamos de ustedes, aunque los tiempos y los pensamientos hayan cambiado. Debemos hacer un esfuerzo y dirigirnos con ese trato a toda persona digno de él.
Y en el fondo de nuestro fondo, aunque casi siempre me cueste mostrarlo abiertamente y las circunstancias presentes lo desvirtúen,  hay un lugar de privilegio para vosotros dos en especial. Nos lo pusisteis muy fácil desde el comienzo y sois parte viva y activa de nuestras vidas desde el día en que, los que hoy somos agasajados con tanto afecto, nos conocimos.

Pues eso, sincera gratitud a todos los que estuvisteis ahí desde el principio de los principios, aunque algunos ya no estén presentes entre nosotros, y a los que os habéis ido incorporando a nuestras vidas con el inexorable paso del tiempo, medida que marca sin piedad aquello que fuimos. Espero haberos hecho pensar a cada uno de vosotros para que consigáis identificaros en el párrafo y la descripción correcta. Tanto si he acertado, como si me he equivocado, espero no haberos defraudado con mis subjetivas impresiones. Seguro que os merecéis mucho más de lo que doy.

A todos.
Luis Fernando Berenguer Sánchez.
15 de septiembre de 2013.

1 comentario:

  1. Tengo pocas palabras para este texto. ¿Qué te podría decir? Está lleno de Amor...Constelación de Estrellas...y una luna preciosa como fondo decorativo...Un grupo de seres humanos, compartiendo vuestra alegría....Lo único que puedo decirte, es que deseo que cumpláis otros veinticinco años como mínimo. Un abrazo.

    ResponderEliminar