Se me antoja complicado que cale en la
sociedad, y mucho menos que ya esté arraigado, un concepto tan elemental para
la convivencia como “amar las diferencias”.

La frase en sí quizá no haga reflexionar a
casi nadie. En general, se considera aceptado que dicho requisito, personalmente,
lo cumplimos todos. Pero me temo que si vamos ampliando el círculo social
paulatinamente, el amor por las diferencias va siendo inversamente proporcional
al tamaño del círculo. Y no hay más que ir pensando en familia, vecinos,
barrios, ciudades, regiones, países, razas, pensamientos, religiones, etc.,
para comprobar que es cierto lo que digo.
A mí, particularmente, al instante me
impactó la frase. Uno ama lo propio, lo afín, lo que piensa. Se muestra en
buena medida tolerante con los que tiene más cerca, pero el nivel de amor a lo
diferente, va descendiendo a medida que la diferencia se va alejando de su
ámbito de acción (inconscientemente, claro). Puede ocurrir incluso, que desenvolviéndose
uno con personas afines, cercanas, con las que convive o trata diariamente, alguna diferencia pueda llegar a
convertirse en un verdadero obstáculo, que si no se salva a tiempo, derivará en
barrera infranqueable.
Debo aclarar que esta reflexión surge a
raíz de mi primera experiencia fuera de las fronteras de España. El destino, en
forma de familia, nos dio la posibilidad a mi mujer y a mí, de conocer la
ciudad de París, por lo menos lo más emblemático de ella. Su majestuosidad y la
belleza arquitectónica de sus edificios, que en sí ya son un espléndido museo
al aire libre, están allí desde hace cientos de años la mayoría de ellos, y por
tanto, sólo pendientes de que los responsables en cada época, se preocupen de
su conservación, y permitir de este modo que las generaciones venideras puedan
seguir disfrutando de tan espectaculares edificaciones. Siendo el motivo
principal del viaje, conocer la capital francesa en la conmemoración de
nuestras bodas de plata, y del cual nos traemos un imborrable recuerdo, la
mente se me desliza incontroladamente a la calles de París. En ellas,
caminando, impregnándose uno de todos y cada uno de los detalles de la gente
con la que se va cruzando y que habita o no en la ciudad, comprueba las
innumerables diferencias que caracterizan a todas esas gentes. Gentes de
distintas razas y culturas, por supuesto de ideas absolutamente dispares, que
comparten trabajo, conversan, ríen,
discuten, compran, venden, pasean, y sobre todo, conviven. No sé si unos a
otros se aman sus diferencias, pero por lo menos, aparentemente se las
respetan, cosa que en sí ya es un importante logro para la convivencia.
Los que han hecho posible nuestro viaje, y
además conocen mi afición a dejar constancia escrita de mis experiencias y
pensamientos, se habrán quedado esperando en vano un relato a modo de diario,
en el que constarían detalles de los maravillosos y espectaculares edificios y
la vasta colección de arte de todas las culturas y tiempos que alberga París.
Ya ven, sin desdeñar lo anterior, me traigo una concepción del mundo y de la
convivencia que me ha hecho pensar. Imbuidos, sugestionados e influenciados
como estamos por los políticos y los medios de comunicación, creamos un mundo
de insidias, egoísmos, venganzas y cuantos calificativos se quieran añadir, que
desvirtúan el principal argumento que mueve a las personas, que es vivir
dignamente y convivir con los diferentes, tanto en razas y culturas como en
pensamientos.
Confieso que desde ese día me propuse
cumplir con esa máxima, pero admito que dudo mucho acerca de si lo estoy
consiguiendo o no. También dudo de que si amar las diferencias lleva aparejado
que a uno le parezca bien todo lo que hacen o piensan los demás, sobre todo los
más cercanos. En fin, que no consigo encuadrar acertadamente el amor por lo
diferente. El respeto sí, por supuesto, pero eso lo hacemos casi todos. De
todos modos, no está demás, que procuremos “Aimer les différences!”
Luis Fernando Berenguer Sánchez.
29 de agosto de 2013.
Luis : Buenas tardes, nos llamó gratamente la atención tu reflexión. El año pasado justamente, el mismo día que se instalaba en el Louvre las frase “Aimer les différences”, yo estaba en ese lugar. La frase me llamó poderosamente la atención. ya ha pasado casi medio año de mi viaje a esas tierras y sigo pensando en ello. Tus palabras me representan. Quizá si me permitieras o pudiesemos intercambiar algunas ideas, ya que estoy muy interesado que aquí en Chile ( olvidé decir que soy chileno ) esa idea se plasme . Cómo te podemos contactar ?. Nuestro correo es elinecargo@expline.tie.cl . Saludos . Gilberto Pastene V.
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