jueves, 29 de agosto de 2013

Aimer les différences




Se me antoja complicado que cale en la sociedad, y mucho menos que ya esté arraigado, un concepto tan elemental para la convivencia como “amar las diferencias”.

“Aimer les différences”, es una frase que se puede leer, porque construída con bombillas de let fluorescentes de color rojo y dando a la frase una forma ondulada, no pasa desapercibida al visitar las murallas que rodean un torreón medieval que constituían la antigua fortaleza parisina, que pasó a ser Palacio Real, y que actualmente es el Museo del Louvre de París. Allí, en su sótano, se conservan dichas murallas a modo de reliquia para su exposición.

La frase en sí quizá no haga reflexionar a casi nadie. En general, se considera aceptado que dicho requisito, personalmente, lo cumplimos todos. Pero me temo que si vamos ampliando el círculo social paulatinamente, el amor por las diferencias va siendo inversamente proporcional al tamaño del círculo. Y no hay más que ir pensando en familia, vecinos, barrios, ciudades, regiones, países, razas, pensamientos, religiones, etc., para comprobar que es cierto lo que digo.

A mí, particularmente, al instante me impactó la frase. Uno ama lo propio, lo afín, lo que piensa. Se muestra en buena medida tolerante con los que tiene más cerca, pero el nivel de amor a lo diferente, va descendiendo a medida que la diferencia se va alejando de su ámbito de acción (inconscientemente, claro). Puede ocurrir incluso, que desenvolviéndose uno con personas afines, cercanas, con las que convive o trata  diariamente, alguna diferencia pueda llegar a convertirse en un verdadero obstáculo, que si no se salva a tiempo, derivará en  barrera infranqueable.

Debo aclarar que esta reflexión surge a raíz de mi primera experiencia fuera de las fronteras de España. El destino, en forma de familia, nos dio la posibilidad a mi mujer y a mí, de conocer la ciudad de París, por lo menos lo más emblemático de ella. Su majestuosidad y la belleza arquitectónica de sus edificios, que en sí ya son un espléndido museo al aire libre, están allí desde hace cientos de años la mayoría de ellos, y por tanto, sólo pendientes de que los responsables en cada época, se preocupen de su conservación, y permitir de este modo que las generaciones venideras puedan seguir disfrutando de tan espectaculares edificaciones. Siendo el motivo principal del viaje, conocer la capital francesa en la conmemoración de nuestras bodas de plata, y del cual nos traemos un imborrable recuerdo, la mente se me desliza incontroladamente a la calles de París. En ellas, caminando, impregnándose uno de todos y cada uno de los detalles de la gente con la que se va cruzando y que habita o no en la ciudad, comprueba las innumerables diferencias que caracterizan a todas esas gentes. Gentes de distintas razas y culturas, por supuesto de ideas absolutamente dispares, que comparten  trabajo, conversan, ríen, discuten, compran, venden, pasean, y sobre todo, conviven. No sé si unos a otros se aman sus diferencias, pero por lo menos, aparentemente se las respetan, cosa que en sí ya es un importante logro para la convivencia.

Los que han hecho posible nuestro viaje, y además conocen mi afición a dejar constancia escrita de mis experiencias y pensamientos, se habrán quedado esperando en vano un relato a modo de diario, en el que constarían detalles de los maravillosos y espectaculares edificios y la vasta colección de arte de todas las culturas y tiempos que alberga París. Ya ven, sin desdeñar lo anterior, me traigo una concepción del mundo y de la convivencia que me ha hecho pensar. Imbuidos, sugestionados e influenciados como estamos por los políticos y los medios de comunicación, creamos un mundo de insidias, egoísmos, venganzas y cuantos calificativos se quieran añadir, que desvirtúan el principal argumento que mueve a las personas, que es vivir dignamente y convivir con los diferentes, tanto en razas y culturas como en pensamientos.

Confieso que desde ese día me propuse cumplir con esa máxima, pero admito que dudo mucho acerca de si lo estoy consiguiendo o no. También dudo de que si amar las diferencias lleva aparejado que a uno le parezca bien todo lo que hacen o piensan los demás, sobre todo los más cercanos. En fin, que no consigo encuadrar acertadamente el amor por lo diferente. El respeto sí, por supuesto, pero eso lo hacemos casi todos. De todos modos, no está demás, que procuremos “Aimer les différences!”


Luis Fernando Berenguer Sánchez.
29 de agosto de 2013.
                                                                                                                                            

1 comentario:

  1. Luis : Buenas tardes, nos llamó gratamente la atención tu reflexión. El año pasado justamente, el mismo día que se instalaba en el Louvre las frase “Aimer les différences”, yo estaba en ese lugar. La frase me llamó poderosamente la atención. ya ha pasado casi medio año de mi viaje a esas tierras y sigo pensando en ello. Tus palabras me representan. Quizá si me permitieras o pudiesemos intercambiar algunas ideas, ya que estoy muy interesado que aquí en Chile ( olvidé decir que soy chileno ) esa idea se plasme . Cómo te podemos contactar ?. Nuestro correo es elinecargo@expline.tie.cl . Saludos . Gilberto Pastene V.

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