lunes, 6 de agosto de 2012

De vez en cuando la vida...


Todo ocurrió en unos segundos que se hicieron eternos. Allí estaba yo sin tener que estar. No tenía que haber pasado por allí, pero pasé. En ese momento cumplía con la obligación de parar con mi coche, en un cruce de calles, respetando una señal de stop. Al girar la cabeza hacía la derecha para comprobar que no venía nadie, la vi. Cruzaba lentamente la calle, algo encorvada hacia delante y con la mirada triste fija en ninguna parte.

La curiosidad innata, que siempre nos traiciona, me hizo mantener la cabeza girada hacia ella y mis ojos fijos en su caminar. Al reparar en mí, nuestras miradas se encontraron. No fui capaz de soportar la intensidad de aquellos ojos desafiando mi indiscreción. Tan solo acerté a efectuar un ligero movimiento de cabeza hacia arriba, que pretendía al mismo tiempo, saludar avergonzadamente y excusar mi atrevimiento.

Sentí como el frío hielo del veneno, que inyecta la espina de una  imaginaria flor venenosa, penetraba en mi acelerado corazón. Fue una breve secuencia, a la que yo asistía como aturdido espectador, que se proyectaba a través de la ventanilla de mi automóvil, haciendo las veces de improvisada pantalla en la que se exhibían imágenes de una historia real.

Ella y yo nos conocíamos aunque nunca nos llegamos a tratar. A su marido sí que le trataba. Casi todas las mañanas coincidíamos en el bar, tomando café, antes de irnos a trabajar. Era un hombre joven, corpulento, fuerte como casi todos los del gremio de camioneros al que pertenecía. Listo, con una capacidad de reflexión y crítica propias de cualquier letrado. Involucrado en cualquier asunto de la vida y totalmente al día en los avatares políticos cotidianos. Luchador y consciente que la única salida que nos queda en la difícil situación que atravesamos, sobre todo a ellos, los autónomos y pequeños empresarios, es intentar mirar hacia delante con perspectivas cortoplacistas, salvando el día a día y “aventando cuando haga aire”. Por eso no tenía horario. Bien temprano ya subía a las canteras de mármol a cargar bloques, transportar tablas, palets con losas; lo que fuera y llevarlo adonde fuera. Tenía que pagar su camión, decía, y mantenerlo, repostar gas-oil, cotizar como autónomo, y empresa complicada, que le quedara un digno jornal.

Las manos de la mujer empujaban en ese momento, delicadamente, una silla de ruedas. En ella iba ahora su marido. Una figura casi esquelética, con las piernas encogidas formando un imposible ángulo agudo, la cabeza ladeada hacia la izquierda, y reflejándose en su rostro, una perpetua mueca que lo desfiguraba. Su corazón le asía a la vida a través de un endeble hilo capaz de quebrarse al más mínimo contratiempo.

Ahora ya nada le importa. Ni siquiera es consciente de nada. El tumor detectado en su cerebro lo ha apartado del devenir diario, aunque de momento, no de la vida. No sé, ni creo que sepa nadie, si podrá recuperar un mínimo de conciencia y de dignidad, o si por el contrario, el día menos pensado dejará ese malvivir para siempre.

No digo que a mí no me importe nada, porque sí que soy consciente de todo. Pero me miro y me toco, y pienso, y camino, y como, y hablo, y…; y creo sinceramente que todo lo demás es secundario, aunque no por ello, intrascendente.

Desde hace unos días ya no voy a tomar café a ese bar. Estoy seguro que escucharía, dos banquetas a mi derecha, unas acertadas y vehementes opiniones fluir en mi imaginación.

Es la vida, todo pasará, pero son duros golpes difíciles de asimilar.


Luis Fernando Berenguer Sánchez.
5 de agosto de 2012.

1 comentario:

  1. Luchas por sobrevivir, peleas por tener éxito, amas, trabajas, vuelves a trabajar, te desesperas, lo hijos, la mujer, la casa, más trabajo y cim pum. Se acabó. Una vida entera, se acabó.

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