lunes, 20 de abril de 2020



CHANDRA.

         Estaba sola en su habitación. Había anochecido. Se giró y dio dos pasos para acercarse a la ventana. Descorrió la cortina. En su mano izquierda sostenía una taza de te, de la que iba bebiendo a pequeños sorbos. Alargó su mano derecha hasta el cristal y limpió el vaho dejando un espacio indefinido para mirar. Llevaba diecinueve días sin salir de su casa más que a comprar lo necesario.

         Y frente a ella la vio. Allí estaba, luminosa, radiante, llena. Percibió como si a través de ella, la tenue luz penetrase e iluminara cada rincón interno, cada sombra escondida, cada deseo oculto e inconfesado. No hizo nada por apartarse de la ventana ni por salir de ese estado contemplativo.

         Tomó otro sorbo de te y permaneció en silencio con los ojos cerrados, mientras observaba todo aquello a lo que, dentro de ella, le había llegado la tenue luz y que luchaba por salir.

         Se dio cuenta del inmenso poder del satélite, capaz de mover mareas, de iluminar los rincones más oscuros, de activar la mente. Y sintió el miedo. La presión en el pecho se hizo intensa, la bola del estómago tomó forma y ocupó un lugar, el nudo en la garganta hizo que se le entrecortara la respiración. Su cuerpo estaba tenso.

         Permitió quedarse ahí, sintiendo todo lo que se le movía dentro y recibiendo el influjo en forma de luz blanca difuminada. Se hizo intenso el miedo, la frustración, la incertidumbre, la preocupación. Pero no negó nada de lo que sentía ni lo apartó, se quedó sintiéndolo todo de forma consciente.
         No supo cuánto tiempo permaneció ahí. El siguiente sorbo de te ya estaba frío. Respiraba pausadamente, la presión del pecho había desaparecido, y la bola del estómago se había disuelto.

         Volvió a mirar a través de la ventana y ella seguía ahí, como mirándola, observándola, y casi se atrevió a pensar que le sonreía. Y en su mente repitió varias veces: chandra, chandra, chandra... (así llamaba ella a la luna).
         Se sentía mejor.


Luisfer.

viernes, 24 de abril de 2015

Cruce de miradas

No acierto a expresar por escrito los detalles de la expresión de su rostro al vernos. Tampoco lo pretendo. Afirmo, que esa imagen, fotografía instantánea del primer cruce de miradas, ha quedado grabada y guardada donde quiera que se guarden algunas de las imágenes que en algún momento de nuestra vida nos impactan.

En este caso, más que impresionarme, esa foto fija hizo que se liberaran a la vez demasiadas emociones juntas como para poder procesarlas y asimilarlas en tan poco espacio de tiempo. De tal modo esos primeros segundos, en los que sus ojos me miraban fijamente, fueron tan intensos, que además de poder leer en ellos, aunque siga pasando el tiempo y dando igual que ahora mantenga los ojos abiertos o cerrados, si quiero, pienso en su rostro y lo veo.

La reacción inmediata fue que de repente me sentí fuerte, decidido, seguro. Me fue de gran ayuda sentir como, ante tal situación complicada y comprometida, con una gran carga emocional añadida por ser quienes eran las personas implicadas, y sin tiempo material para pensar y decidir, sólo actuar, mantuve una calma y seguridad en mis acciones y decisiones hasta entonces inusual en mi.

Del mismo modo, a los pocos días, me sorprendieron sin esperarlas las emociones del desánimo y la impotencia justo en el momento en el que realmente ambas situaciones estaban ya encauzadas  aunque no resueltas. Reconozco que en momentos puntuales las emociones pudieron conmigo y rompí a llorar en hombros de varias personas. Gracias por prestarme vuestro acogedor hombro.

El impagable apoyo moral y presencial de esas personas y algunas pocas más que tuve en todo momento a mi lado, unido al continuo esfuerzo de procurar ser consciente a cada instante de todo lo que iba sucediendo y aceptarlo sin dramatizar, fueron capaces de hacerme recuperar la calma, la paz, y proporcionarme la seguridad de estar haciéndolo todo lo mejor que sabía, es decir, lo correcto.

Reconozco que todavía, en el proceso de aprendizaje de la filosofía de vida que me ha hecho sentir de nuevo persona, no me es posible mantenerme siempre arriba. Tampoco es una pretensión obsesiva. Intento aprender de las experiencias más que de los conocimientos. Observo cada situación y momento e intento ser lo más consciente posible siempre de todo.

Volviendo al tema central, añado que tampoco es fácil interactuar con alguien que en ocasiones se asemeja a una roca dura y fría. Con una persona muy poco comunicativa y muy celosa de su espacio e intimidad. A lo mejor es que yo, en ocasiones, oso traspasar esa línea imaginaria que delimita el espacio de cada cual y mi acercamiento se percibe como una intromisión.

La decisión de esperar, respetar el silencio, no tomar en cuenta algún esporádico desaire, encontrar la manera y el momento de decir las cosas, y sobre todo dar amor sin esperar nada a cambio, me parece la más adecuada en estos momentos.

Y más aún que todo eso hay alguien con una bondad infinita, que sabes que siempre está ahí, que estira o afloja según la necesidad. Que pone las cosas en su sitio, y que siempre encuentra la manera para todo. En breve volverás a la normalidad. Con más experiencia y deslumbrando con la inmensa luz que todavía no ha salido de dentro de ti. Saldrá.

Y mientras todo esto sucede, la vida sigue. Me refiero a las vidas que viven cada una de las personas que habitan la tierra. Si porque te ocurra algo te apartas y te quedas fuera, todo continuará sin ti. Si sufres por ello nadie vendrá a rescatarte de tu sufrimiento. No es fácil dejar de sufrir, aunque alguien, hace muchos años, dejó escritas cuatro frases a las que llamó Nobles Verdades. Fue Sakiamuni Buda, y las frases decían así:
  • -       En la vida hay sufrimiento, es un hecho.
  • -      Hay un entendimiento de ese sufrimiento. Tiene una causa, un origen.
  • -     Hay una forma para liberarse de ese sufrimiento. Hay un camino hacia la liberación.
  • -  Una vez que recorres el camino para la liberación del sufrimiento, ya no hay sufrimiento.



Luis Fernando Berenguer Sánchez.

19 de marzo de 2015.

sábado, 12 de julio de 2014

Te hiciste mayor

Un hombre. Un compendio de valores que te definen como persona. Tengo en cuenta y tomo conciencia de todo cuanto haces y dices. Y no pienso que soy responsable de lo que veo en ti. Ni de lo bueno ni de lo malo. A cada uno la vida nos pone a prueba de una manera distinta, y no sería sensato creer que mi comportamiento contigo, fruto de mis creencias y de las vicisitudes que pasé y paso, son las que te han hecho ser TÚ.

No puedo echar la vista atrás porque atrás no hay nada. Ya pasó. Pero si que puedo ver en ti, a poco que haga un ligero ejercicio de memoria, como las personales situaciones que has experimentado en tus dieciocho años de vida, han forjado tu personalidad. Da mucho de sí la etapa que en tan pocas líneas me estoy atreviendo a desentrañar. No voy a hacer una extensa loa de tus virtudes ni voy a disimular tus variados defectos, tampoco a cebarme en ellos. ¿quién soy yo para juzgarte si soy juez y parte en el caso? Ni aunque no lo fuera. Mi responsabilidad empieza y acaba justo en mí. Quiero pensar que estás donde estás y eres quien eres porque tú lo has decidido. Quiero pensar y pienso que todos tus logros los has obtenido aplicando el comportamiento que has creído oportuno en cada momento. Y quiero pensar y pienso, que si has tenido alguna decepción, está demás buscar responsables fuera de ti. Para nadie es fácil. Nadie regala nada. Y en ocasiones, ni siquiera con los mejores propósitos, obtendrás lo que buscas.

Pero hay algo que no alcanzo a saber explicar, que me hace sentirte fuerte. Y seguro. Te siento convencido de todo aquello que emprendes. Y te siento capaz de llevar hacia adelante, no sólo un proyecto, sino varios a la vez. Un hombre. Eso es lo que te siento. Y me atrevo a utilizar el argumento de la modestia, que no debiera ser uno el que la acreditara para sí, para confesar que, en una gran cantidad de ocasiones, tus decisiones y comportamiento me han dado lecciones a mí. La sensación de ir sintiéndome cada vez más pequeño al tiempo que te siento a ti más grande, es algo que también me va sucediendo últimamente. Pero no me refiero a una grandeza física, que es evidente, apunto hacía una determinación y sensatez que a veces me sorprende gratamente. 

Nunca se sabe como acabará esto. Lo que sí se sabe en todo momento es lo que uno hace en cada instante. Me atrevo a sugerirte que el único momento importante de la vida es el que vives a cada instante. Ser libre es poder decidir. Decide y pon todo tu empeño en cada uno de los segundos que dediques a la tarea que has decidido emprender. Nunca hagas nada por hacer ni estés en ningún sitio por estar. Dice mi admirado Joan Manuel en una de sus fantásticas canciones que:

“Hoy puede ser un gran día, plantéatelo así;
aprovecharlo o que pase de largo,
depende en parte de ti.

¡FELICIDADES!


Luis Fernando Berenguer Sánchez.

12 de julio de 2012.

domingo, 1 de junio de 2014

Gestionar la emoción

Son emociones todas aquellas sensaciones que experimentamos en el momento en que asistimos o presenciamos algún acontecimiento. Surgen de pensamientos contrarios o afines al suceso acontecido y siempre, los pensamientos, nos hacen posicionarnos a un lado o al otro de la situación en cuestión. Independientemente del ámbito en el que surja el pensamiento (política, religión, familia, amigos, deporte, etc.), la emoción sucumbirá al pensamiento dejándonos atrapados en uno de los dos lados. Esto ocurre porque estamos tan sumamente identificados con nuestros pensamientos, que creemos que somos aquello que pensamos. Todo aquello que vemos fuera de nuestra vida no es más que el reflejo de lo que pensamos (bueno, malo, guapo, feo, sincero, malicioso, honrado, prepotente, cínico, bondadoso, etc.). Elevamos así, nuestro pensamiento, a la categoría de verdad. Y no hay verdades absolutas. Existen cosas, personas, situaciones o acontecimientos que son como son, cada uno percibirá una emoción distinta dependiendo del pensamiento que surja o esté arraigado en su mente.

Para alguien que intenta expresar de manera moderada sus emociones, cualquier exceso percibido en la manifestación de una emoción, sea positiva o negativa; de triunfo o de derrota;  de aceptación o rechazo, le llama la atención. Y le llama todavía más la atención, cuando uno o más individuos, consiguen o no alcanzan, formando parte de un colectivo, la derrota o el triunfo. Que tan difícil es guardar las formas en la derrota como en el triunfo.

Si con esta reflexión pretendo poner de manifiesto, que puede que nada sea como pensamos y que seguro que nadie es imprescindible, no voy a caer en el error de juzgar comportamientos que eclipsan tanto el triunfo de un colectivo como la digna derrota de otro. Tan sólo reflexionar sobre ellos. Percibo, que las personas en cuestión, atrapadas inconscientemente dotando a la emoción de juicio y de ego, se aíslan, sin darse cuenta, de una realidad que está muy por encima de nosotros.

Al respecto de las elecciones celebradas el pasado domingo veinticinco de mayo al Parlamento Europeo, me gustaría comentar que no es mi intención analizar los resultados obtenidos en las urnas por cada una de las formaciones políticas que concurrían al evento. De ello ya se han encargado personas mucho más entendidas que yo en cuestiones políticas, entre las que se encuentran apreciados amigos. No quita que tenga opinión sobre ellas pero no es aquí donde he elegido expresarla. Trato de entender la sensación que me produce observar las distintas maneras que tiene la gente de gestionar sus emociones (pensamientos).

Siempre lo mismo, “vencedores o vencidos; conmigo o contra mí; lo mío bueno, lo contrario nefasto”. Yo también sucumbo habitualmente a este grave error. Me intento entrenar últimamente para ser capaz de ver en ti, en cómo y qué piensas, aquello que me haga romper la conexión entre mi persona y mi pensamiento, convencerme de que no soy lo que pienso, simplemente porque puedo elegir pensar en cada momento cosas coherentes y distintas. Me puedo aferrar a uno o a varios pensamientos; o puedo no encadenarme a ninguno de ellos, y descubrir la grandeza que tengo, siendo capaz de comprobar que vosotros sois tanto o más sabios y buenos que yo. Y no busquéis resquicios en los demás para justificaros de nada. Sois y seréis libres, igual que yo.


Luis Fernando Berenguer Sánchez.

1 de junio de 2014.

martes, 29 de abril de 2014

Momento presente

Hace unos meses,  un buen amigo me dirigió unas acertadas palabras en las que me venía a decir, que sólo de vez en cuando se me veía asomar un poquito la patita. Y tiene razón. Casi siempre prefiero, y cada día más, que apenas se me vea el color del calcetín antes que meter la pierna hasta la ingle, y entrar en conflicto con alguien, en el cual, quizá ambos, él y yo, dejándonos arrastrar por nuestro ego y nuestro erróneo enjuiciamiento de la realidad, estemos equivocados.  Además, no considero en absoluto adecuado el argumento ampliamente utilizado por muchas personas, del “y tú más”, ante consideraciones, comentarios o críticas que reciben.

Me pasa con los años, que a pesar de que el nivel de desaprobación ante opiniones, hechos o situaciones sea suficientemente alto como para provocar en mí un apreciable malestar, éste desemboca cada vez menos veces en reacciones de inmediatez bruscas. O al menos quiero que así sea. Me gusta la idea de creer y convencerme de que nada es absolutamente determinante en la vida. Seguro que sí influyente, pero no tengo ninguna duda ahora de que lo que es, es; y no tiene sentido ir casi continuamente contra lo que es. Da igual lo que sea: una idea, un hecho, una almohada dura o blanda, una sopa demasiado caliente o fría, la lluvia, el sol, un gobierno, otro, un dolor, una satisfacción ajena, un trabajo duro o estresante, un compañero difícil de tolerar, un viaje largo, madrugar, no tener tiempo para todo lo que uno quiere, etc. El yo oculto contra el mundo, pero al mismo tiempo, necesitado del mundo para seguir viviendo.

A menudo, con estos argumentos, quedamos anclados en una serie de momentos pasados que nos han contrariado (pero es que el agua estaba fría, pero es que Antonio es un pesado, pero es que el otro me faltó al respeto, pero es que tú tampoco me llamaste, pero es que el error fue tuyo, pero es que a tu equipo eso no se lo pitan, pero, pero, pero...). Ego y juicio contra lo que es.

La vida consta de un solo momento, el momento presente. En el transcurso del día o de la vida, se suceden los momentos, pero la única transcendencia la tiene el “momento presente”. Ése en  el que estoy escribiendo ahora. Cuando deje de hacerlo, habrá pasado y estaré en un momento presente distinto. No quiere decir que lo que haga en cada momento no vaya a influir en el siguiente, que dicho sea de paso, tampoco existe. Sólo existen en nuestra mente, como recuerdos o como pensamientos.

Y llego donde pretendía llegar, a la mente, ese complejo órgano que no cesa de procesar emociones, pasadas, presentes o futuras. Porque la emoción es el único lenguaje que entiende la mente. Ni siquiera el conocimiento queda exento de carga emocional. Cometemos el grave error de dotar a toda emoción de ego y de juicio. Nuestro yo oculto (ego) se encarga, al margen de nuestra consciente realidad, de enjuiciarlo todo, arrastrándonos al desagradable terreno de la incomodidad o rechazo ante todo o casi todo.

Hemos sido dotados de la mayor de las virtudes, del mayor de los poderes, el “poder de decidir”. En la medida en que seamos capaces de decidir en torno a nuestras emociones, liberándolas de ego y de juicio, la convivencia entre nosotros mejorará notablemente.

Y no es una utopía, ya han despertado muchas mentes y lo ponen en práctica.

Luis Fernando Berenguer Sánchez.

28 de abril de 2014.


https://www.youtube.com/watch?v=NdEiAT0tYK4&list=PLFiKiRrtfHFmqfnLWp6IRsZdDYNYGa93- 

Conferencia Eckhart Tolle en Barcelona.

domingo, 9 de marzo de 2014

El viaje

De las múltiples y variadas tareas que acometí a lo largo de mi vida, nunca antes emprendí una aventura tan incierta conscientemente.  A pesar de la gran dosis de ilusión que estoy aplicando, no me ayudan en nada mi escepticismo y el desconocimiento absoluto de todas las sendas y caminos que he comenzado a explorar por primera vez. Resultará imposible que no surjan comentarios críticos a la nueva aventura que he emprendido, pero llegado un determinado momento en la vida (a unos les llega antes y a otros después), ya no le importa nada a uno lo que piensen de él. Es más, cualquier crítica contraria a lo que uno hace o dice, debe ser recibida con agradecimiento, tomando buena nota y utilizándola para seguir mejorando. Hacía muchos años que mi mente, y remarco que mi mente, ya no estaba satisfecha con nada. Buscaba mil y una manera de distraerla y mantenerla activa y ocupada. Hubo un tiempo, no demasiado lejano, en que sin saber porqué y sin ser capaz de reaccionar con determinación y coherencia, mi alma deambuló en la oscuridad sin ser capaz de reconocer, aceptar, afrontar y solucionar aquello que fuera que impedía el más mínimo atisbo de luz al final de aquel interminable túnel oscuro. Era una continua espiral envolvente y descendente que todo lo arrastraba. Incluso me destrozó a mí, y lo que más dolía era que estaba también llevándose por delante a quien más me quería ayudar.

Pero aquello pasó. Salí de aquel túnel y volví a ver la luz. Pero aquello, pienso ahora, me dejó tocado, porque ni el sol que tanto brilla y que ciega si lo miras directamente, era suficiente para que de vez en cuando, sin saber nunca porqué, lloviera en mi corazón. Y no había motivos para ello. “Había leña al fuego, comida en el plato y entre las sábanas dormía a mi lado un sueño grato” (Serrat).

Llegó un momento en que mi corazón se hartó de mí. Protestó. Se rebeló. Explotó. Me avisó de que yo no podía seguir así. Pinchazos, latidos fuertes, desmayos, dolor continuo. Hospital, pruebas, análisis, más pruebas. Días que pasaban sin una respuesta a mi mal. Hasta que el último día de mi estancia en el hotel de la enfermedad, el cardiólogo, más enfadado que de broma, me soltó de sopetón parando la máquina que me realizaba una intensa prueba de esfuerzo: ¡Vamos a ver joven!,  ¿usted porqué está aquí? Me pilló desprevenido y no supe que responder. Intenté volver a describir los síntomas que había tenido, pero sin dejarme siquiera casi ni empezar, volvió a la carga: -todo eso ya lo sé. Su corazón es de los más sanos que he examinado nunca, que fuera lo que fuese lo que me había ocurrido, que buscase remedio en otro lugar. Y salí de allí desconcertado sin saber a donde acudir. Me remitían a mi médico de cabecera, pero estaba de vacaciones y el sustituto, de nacionalidad incierta, no puso demasiado empeño ni interés en concederme la ayuda que iba casi suplicando. Los días eran largos, pero las noches se fueron convirtiendo en insoportables. Un continuo desasosiego impedía conciliar un necesario sueño más allá de dos o tres horas seguidas. De esta guisa acudí a lo privado (no me sobraba el dinero, pero uno desesperado, acude donde sea con tal de que le escuchen e intenten ayudarle). Y así fue como, por necesidad fisiológica, caí en el mundo de la droga legal por prescripción facultativa. Y me ayudó a descansar por las noches. Pero de ningún modo, el preciado y ansiado elixir que todo lo cura a costa de inhibir el sistema nervioso central, me auguraba en mis paréntesis de plena conciencia, que aquello fuera a ser capaz de disipar los negros nubarrones que de vez en cuando descargaban sobre mí fuertes chaparrones que me ahogaban. Por mi cuenta y riesgo, queriendo ser siempre consciente de mis actos y no un mero zombi adormilado de por vida, reduje hasta el mínimo la dosis del ansiolítico. Propuse al galeno, el de cabecera que ya había vuelto de sus vacaciones estivales, cambiar la medicación por otra menos inhibidora. Incluso así, seguí reduciendo la dosis a lo mínimo que podía. Y mi corazón volvió a protestar. Nuevo ingreso, que con los antecedentes, se redujo a un chute y a unas horas de reposo y estabilización. Nada importante ya para el Servei Valencià de Salut.

Y ahí andaba yo jugando conmigo mismo y con las drogas. Fiel a su cita nocturna conmigo, mi corazón me visitaba diariamente cada noche despertándome a fuertes latidos, una vez disipado el efecto primero del estupefaciente de turno al que ya me había hecho adicto. Pero bien saben las cuatro o cinco personas, no más hasta el momento actual, que me conocen bien, pero sobre todo una, que no pretendo que mi destino sea un chorro de baba saliendo por la comisura de mis labios. Y sigo desafiando al destino y a mi corazón, mintiendo al médico y drogándome lo menos posible de lo posible. Y así me va. Un corazón al que hago sufrir en exceso y al que no permito que descanse y me deje descansar a mí.

Hoy, nueve de marzo de dos mil catorce, estoy en disposición de agradecerte, CORAZÓN,  que hayas sido y seas paciente conmigo, que hayas soportado mi ingratitud, que hayas protestado insistentemente, que no me hayas dejado de lado y abandonado, y que me hagas sentir que estoy vivo. Gracias.

Ahora, de la mano de tu persona, he iniciado un viaje que no sé ni donde me va a llevar ni cuánto va a durar, ni siquiera si va a acabar o va a ser eterno. Ya sabes de mi escepticismo que no de mi cerrazón. Habrás observado que aplico una absoluta predisposición a recorrer el camino y explorar un concepto del mundo y de mi propia vida que nunca creí que se pudiera plantear. La noche de este día la voy a recordar con gratitud. Mi corazón se dedicó a latir rítmica y tranquilamente, descansando, no protestando y dejándome descansar a mí. Soy plenamente consciente de que esto no va a ser definitivo, pero ya es un logro. Con toda probabilidad, esta noche mi corazón volverá a recordarme que todavía no he hecho lo suficiente por él, me volverá a despertar como lleva haciendo tanto tiempo, pero creo que gracias al camino por el que me lleva el viaje en el que me has iniciado, después de incontables noches, mi corazón descansó.

Y yo sigo aquí, queriendo ser plenamente consciente de mis actos y procurando ser sensato conmigo y con mi manera de pensar, pero necesitado de algo o de alguien (a lo mejor de mí mismo), para que por fin mi existir sea más un disfrute y aceptación, que un sufrimiento y rechazo.

El viaje, mi viaje, de tu mano, no ha hecho más que empezar.

Luis Fernando Berenguer Sánchez.

9 de marzo de 2014.

domingo, 26 de enero de 2014

La distancia no es el olvido

Dicen que la distancia es el olvido. Como en todas las máximas, existen razones de peso para negar la aseveración.  En la presente reflexión hay mucho peso para afirmar que la distancia no es el olvido. En el momento en que escribo, tan sólo han pasado dieciocho horas, y todavía siento la fuerza de tus brazos rodeando mi cuerpo. No miento si digo que no sé ni dónde estáis. Ya me detendré en algún momento de los siguientes días a ubicaros correctamente en el mapa y a aprenderme el nombre de la ciudad que os ha acogido. El país al menos lo sé. Esta vez sí que he notado como se iba un trozo de mí, pero ni dolía ni duele pasadas unas horas;  no sé que sucederá más adelante.  La sensación que me impregna es la de satisfacción y orgullo al ver la valentía, la determinación, y sobre todo, la ilusión reflejadas en vuestros rostros. Siento además una gran tranquilidad al verte tan bien acompañada. No te faltará apoyo, ni compañía, ni ánimo, ni sobre todo cariño.

Quiero que digáis a todo aquel que os pregunte, que a vosotros no os ha echado nadie. Que ha sido vuestra voluntad, vuestra preparación, vuestras ganas de perfeccionar un idioma, vuestra inquietud por afrontar nuevos retos y adquirir experiencias, y por supuesto, la movilidad exterior, lo que os ha llevado a abandonar el país. Decid que España va muy bien. Es necesario que fuera tengan buena opinión de nosotros. Ni se os ocurra mencionar ninguno de los problemas de toda índole que atormentan diariamente a tanta gente.  Que no hay ningún motivo para preocuparse, y menos vosotros que ya no estáis aquí. De entre las muchas cosas que debéis tener en cuenta, destacaría, que si no encontráis trabajo y no cotizáis en el país que os acoge, el gobierno de nuestra madre patria, ha decidido unilateralmente (en todas las mayorías absolutas se decide todo unilateralmente), que sólo os cubrirá en gastos sanitarios los primeros noventa días de vuestra estancia en un país de la Comunidad Europea. A partir de ese momento, no os pongáis enfermos, por favor. Pero no es esto lo importante que ya me estoy extendiendo y encendiendo demasiado y seguro que estáis del todo capacitados para desenvolveros en cualquier situación que os surja por dificultosa que sea. 

Es verdad que, en ocasiones, uno no aprecia lo que tiene hasta que le falta o lo pierde. Y por regla general, algunas veces somos tan necios que solemos desdeñar muchísimas de las cosas de tantísimo valor que tenemos.  Contigo esto no ocurre, porque nada hemos perdido aunque temporalmente nos falte. Sólo hay un matiz a tener muy en cuenta. Como si de un cordón umbilical se tratara, la persona que te dio la vida, está emocionalmente tan unida a ti, que aunque diariamente se pone en contacto contigo, sí que es manifiestamente apreciable una cierta sensación de vacío. Siempre te entendió mejor que yo y ejerció magistralmente de contrapunto a mis reiteradas críticas y reproches. Te aseguro que contigo tiene algo especial y particular. Para ser justo, diría que su especialidad la traslada a todos los que tiene a su alrededor. Esto a veces le juega malas pasadas emocionales de las que afortunadamente no tarda en recuperarse. Pero siento que tu beso, tu abrazo, tu confidencia, aunque en ti impere más  la reserva que la confidencialidad, le hace mucho bien. Además, ahora está claramente en inferioridad ya que le toca lidiar diariamente con dos hombres de difícil toreo.

De todos modos, me gustaría dejar claro que no echo de menos ni uno solo de los abrazos que no te di, ni un solo beso de los que dejé escapar, ni siquiera te echo de menos a ti; porque te pienso y te abrazo, porque te abrazo y te siento, y porque te siento y te beso. Y te abrazo y te siento y te beso a cada instante, porque eres parte de mí, y allá donde estés, estás conmigo.


Luis Fernando Berenguer Sánchez.

11 de enero de 2014.