domingo, 26 de enero de 2014

La distancia no es el olvido

Dicen que la distancia es el olvido. Como en todas las máximas, existen razones de peso para negar la aseveración.  En la presente reflexión hay mucho peso para afirmar que la distancia no es el olvido. En el momento en que escribo, tan sólo han pasado dieciocho horas, y todavía siento la fuerza de tus brazos rodeando mi cuerpo. No miento si digo que no sé ni dónde estáis. Ya me detendré en algún momento de los siguientes días a ubicaros correctamente en el mapa y a aprenderme el nombre de la ciudad que os ha acogido. El país al menos lo sé. Esta vez sí que he notado como se iba un trozo de mí, pero ni dolía ni duele pasadas unas horas;  no sé que sucederá más adelante.  La sensación que me impregna es la de satisfacción y orgullo al ver la valentía, la determinación, y sobre todo, la ilusión reflejadas en vuestros rostros. Siento además una gran tranquilidad al verte tan bien acompañada. No te faltará apoyo, ni compañía, ni ánimo, ni sobre todo cariño.

Quiero que digáis a todo aquel que os pregunte, que a vosotros no os ha echado nadie. Que ha sido vuestra voluntad, vuestra preparación, vuestras ganas de perfeccionar un idioma, vuestra inquietud por afrontar nuevos retos y adquirir experiencias, y por supuesto, la movilidad exterior, lo que os ha llevado a abandonar el país. Decid que España va muy bien. Es necesario que fuera tengan buena opinión de nosotros. Ni se os ocurra mencionar ninguno de los problemas de toda índole que atormentan diariamente a tanta gente.  Que no hay ningún motivo para preocuparse, y menos vosotros que ya no estáis aquí. De entre las muchas cosas que debéis tener en cuenta, destacaría, que si no encontráis trabajo y no cotizáis en el país que os acoge, el gobierno de nuestra madre patria, ha decidido unilateralmente (en todas las mayorías absolutas se decide todo unilateralmente), que sólo os cubrirá en gastos sanitarios los primeros noventa días de vuestra estancia en un país de la Comunidad Europea. A partir de ese momento, no os pongáis enfermos, por favor. Pero no es esto lo importante que ya me estoy extendiendo y encendiendo demasiado y seguro que estáis del todo capacitados para desenvolveros en cualquier situación que os surja por dificultosa que sea. 

Es verdad que, en ocasiones, uno no aprecia lo que tiene hasta que le falta o lo pierde. Y por regla general, algunas veces somos tan necios que solemos desdeñar muchísimas de las cosas de tantísimo valor que tenemos.  Contigo esto no ocurre, porque nada hemos perdido aunque temporalmente nos falte. Sólo hay un matiz a tener muy en cuenta. Como si de un cordón umbilical se tratara, la persona que te dio la vida, está emocionalmente tan unida a ti, que aunque diariamente se pone en contacto contigo, sí que es manifiestamente apreciable una cierta sensación de vacío. Siempre te entendió mejor que yo y ejerció magistralmente de contrapunto a mis reiteradas críticas y reproches. Te aseguro que contigo tiene algo especial y particular. Para ser justo, diría que su especialidad la traslada a todos los que tiene a su alrededor. Esto a veces le juega malas pasadas emocionales de las que afortunadamente no tarda en recuperarse. Pero siento que tu beso, tu abrazo, tu confidencia, aunque en ti impere más  la reserva que la confidencialidad, le hace mucho bien. Además, ahora está claramente en inferioridad ya que le toca lidiar diariamente con dos hombres de difícil toreo.

De todos modos, me gustaría dejar claro que no echo de menos ni uno solo de los abrazos que no te di, ni un solo beso de los que dejé escapar, ni siquiera te echo de menos a ti; porque te pienso y te abrazo, porque te abrazo y te siento, y porque te siento y te beso. Y te abrazo y te siento y te beso a cada instante, porque eres parte de mí, y allá donde estés, estás conmigo.


Luis Fernando Berenguer Sánchez.

11 de enero de 2014.

El soñador solitario

Le conozco desde que nació. Pero no le comencé a tratar hasta pasados bastantes años. Hasta entonces, yo creo que ni él mismo se había parado a pensar en nada. Su vida transcurría como la de casi todos los niños, creciendo, jugando, estudiando, rebelándose ante casi todo, y de vez en cuando, transgrediendo alguna que otra norma de conducta nada relevante. Debo decir que cuando comencé a conocerle mejor no me gustó como era.

Casi siempre está solo. A veces, paseando por  la orilla del río, intenta contar las estrellas; pensando, soñando.  Se le ve eligiendo premeditadamente  la dirección de sus pasos para evitar cruzarse con nadie, y evitar así, cualquier saludo que le resultaría incómodo y en ocasiones violento. Sus continuos pensamientos, siempre aprovechando la voluntaria soledad, se reproducen en voz alta. Articula frases, comentarios y respuestas que daría a los demás, si no fuera  porque lo que él cree que es prudencia y timidez, y que yo creo que las más de las veces es cobardía, no le produjeran la sensación de que su opinión iba a provocar incomodidad y rechazo en los demás. En cuestiones delicadas, en las que lo más probable es que la conversación desemboque en discusión, cuando el nudo de su garganta no consiguió acallar sus pensamientos, la euforia y el nerviosismo por lo inhabitual de semejante comportamiento, le jugaron tan malas pasadas, que mil veces se odió y maldijo.

No es capaz de discernir si la gente le entiende o no. Pueden pensar que es un loco y él no lo entiende, pero yo sé que él está intentando ser fuerte. Su único propósito es seguir luchando para mantener viva la llama de la ilusión y encontrar el camino de la cordura. Puede que alguna vez llore al precipitarse sobre él vivencias del pasado que, para bien o para mal, marcaron su destino. Confía en que nada de ello haya sido en vano. Dicen de él que es un hombre bueno. Algunos se lo confiesan personalmente y él se sonroja y no sabe que decir. Sin embargo, en su mente se producen constantes luchas para discernir qué es el bien y qué es el mal. Cuando, en contra de lo habitual, su conciencia opta por la segunda opción, no puede evitar sentirse satisfecho y mantenerse firme al principio en torno a esa decisión. ¡Pobre de él! Avergonzado y solo otra vez, siempre decide estas cosas solo, golpea impunemente con macizo mazo su manchada conciencia, y antes que su decisión primera tome forma y se refleje en hechos, desanda el camino y opta por lo que él cree el bien, o por lo que alguien le dice que es el bien.

Pero no siempre con todos se conduce así. Ese corazón, que en más de una ocasión le han dicho que lleva en la mano, y que no deje tan a la vista de los depredadores humanos, se le vuelve a veces roca insensible e irrompible. No puede evitar sentirse mal, es una cuenta pendiente del pasado que todavía sigue presente, que le persigue a diario removiéndole la conciencia, y sin embargo siente impotencia al comprobar que es incapaz de reaccionar y hace poco por ablandar del todo su corazón y abrirlo de una vez para siempre, antes que el tiempo convierta en obstáculo infranqueable tal actitud. Se ha de dar prisa, debe vencer sin cruenta lucha, con absoluta resolución y convencimiento, a ese incomprensible orgullo que le hace manejarse así en determinadas ocasiones con determinadas personas, y que puede que le hagan parecer lo que no es. No, cuando lo analizo bien, me doy cuenta de que de orgulloso tiene poco. Quizá pueda decirse de él que tienda al resentimiento. Cuando pierde su buena opinión sobre alguien o algo, puede que la de perdida para siempre. A lo mejor, nada de lo que piensa es cierto, y en verdad, esa apariencia de buenismo y humildad, no es más que, unas veces indiferencia ante la opinión ajena; y otras, una manera  indirecta de presumir. Si alguna vez tienen la fortuna o desdicha de conocerlo bien, se darán cuenta de que cuanto digo de él, es cierto.


Luis Fernando Berenguer Sánchez.
31 de diciembre de 2013.

Mi alma gemela

A estas alturas del viaje, en las que el armatoste físico que nos sostiene empieza a chirriar y el psíquico se desborda a veces con suma facilidad, es necesario echar mano de aquello que en su día nos unió, y utilizarlo sin desfaceller para poder seguir avanzando en la relación con la misma ilusión que el primer día.

Si al repleto zurrón de las emociones le diera por levantar la solapa que las custodia, y no sólo sacarlas a la luz, sino también desvelar la gestión que se hizo de ellas en cada momento, no habría papel suficiente para que quedara constancia de ellas por escrito. Y en algunos casos, sorprendería. Es obvio que el balance es claramente positivo, de lo contrario no estaría hoy aquí escribiendo esto.

¿Será que encontré en ti mi alma gemela? Puede ser. Pero no aquella idéntica y simétrica que reflejaría el espejo puesto delante de la mía. No. Más bien al contrario. Sería difícil encontrar puntos convergentes en todas y cada una de las cuestiones que surgen en una convivencia diaria. Tuve mucha fortuna al encontrar un alma, que de tan gemela, es tan diferente. Un alma capaz de decirme en cada momento en qué estoy errando, porque como todos, yerro a menudo, y bienaventurado aquél que no se equivoca nunca. Yo creo que nuestras almas, por sus características, se necesitan una a la otra, se alternan y se complementan continuamente, y ahí andan, ora empujando, ora siendo empujadas, pero con la firme convicción de su mutua dependencia. Estoy absolutamente convencido de que recibí más que dí. Mi saldo contigo siempre es deudor. Hasta del sol que me ilumina y me calienta, y que veo salir cada día, siento que eres responsable.

Y hablando de sol, ¿cuál de los soles que alumbraste ilumina más? Ninguno más que el otro. Son tan diferentes como tú y yo, y sin embargo, sus brillos ciegan por igual. Y además, son tan extremadamente humildes, que ambos procuran siempre esconderse detrás de su inmensa luz. Pasan sin hacer ruido. Y llegan tan sigilosamente, que incluso da la impresión que el mérito que tiene haber llegado a cada meta, sea menor siendo mayor.

Ignoro que nos deparará el destino a todos. Pero sí que conozco cual es mi intención al respecto, y no es otra que el mío siga ligado al tuyo.


Luis Fernando Berenguer Sánchez.

22 de junio de 2013.