

Si damos un pequeño salto en el tiempo,
tampoco demasiado, uno recuerda que acudía ya a la procesión del Viernes Santo,
en la que procesionan todos los pasos, con sus amigos. La procesión siempre se
veía dos veces. Una al principio, colocándonos a un lado, y otra en el tramo
final, situándonos ahora en el lado contrario. Había que hacer el mayor acopio posible de caramelos, con los
bolsillos de la chaqueta y del pantalón
a reventar. Era un bonito juego de desconocimiento sobre quien alargaba la mano
para ofrecernos caramelos y de incertidumbre, a la espera de ser obsequiado o
no por el capucho que pasaba por nuestro lado.
Luego llegaría ya la adolescencia, y el
juego, aparte de consistir en descubrir quien era el que nos había dado los
caramelos, introducía la variante de observar los zapatos y la mano del cofrade
(si no llevaba guantes), para averiguar si era una chica la que nos obsequiaba.
Esta variante en el juego podía llegar a ser obsesiva hasta tal punto, que en
más de una ocasión nos íbamos al final de la procesión, a Plaza Vieja, para
esperar al capucho en cuestión y averiguar, en el momento de descubrirse, de
quien se trataba. Algo alejados y medio escondidos, asistíamos a ese
maravilloso momento de comprobar si la persona que iba bajo el capucho, era la
chica que nos gustaba. Un momentazo.
Y uno ya crece más, y hay un momento en el
que casi desconecta de este mundo de la Semana Santa. Siempre me llamó
la atención pero nunca lo suficiente como para involucrarme en ella y
participar como cofrade. Tampoco se dieron las circunstancias adecuadas que me
hicieran dar el paso. Ni en la familia ni en el grupo de amigos había nadie que
perteneciera a ninguna Cofradía. Haciendo una breve aclaración, añadiría, que
mi relación con la Iglesia Católica
ha tenido constantes altibajos. Los momentos de mayor acercamiento, dos sobre
todo, coincidieron con las comuniones de mis hijos. Fueron dos épocas, en las
que por coherencia y también por convicción, viví muy de cerca la religión
católica. Luego, la relación se ha vuelto a enfriar, pero reconozco que el poso
católico siempre ha estado ahí. Yo decía y digo, que soy católico no
practicante. El motivo no es otro que encontrar una barrera infranqueable que
moralmente me impide acercarme incondicionalmente a determinados postulados
retrógados, incoherentes y hasta despreciativos hacía a algunas personas, en
los que los máximos mandatarios de la Iglesia Católica se muestran
intransigentes. Alguno de esos postulados, que no voy a especificar, afecta
directamente a personas buenas, muy queridas por mí. Y mi elección es clara.

Y llegó el día, Martes Santo, siete y media
de la tarde, plaza de Santa Teresa de Jornet (San Roque). El carro, trono es
más correcto, ya está preparado en la puerta de la Iglesia de San Roque. Las
flores frescas y coloridas y los cirios encendidos dan majestuosidad al
conjunto escultórico de “Jesús Caído”, formado por las imágenes de Jesús Caído
con la cruz a cuestas, un trompeta y un sayón instando a Cristo a levantarse.
Impacta observar detenidamente la resignación y el sufrimiento que refleja el
rostro de Cristo y la agresividad del sayón. Los encargados del paso empiezan a
formar las dos filas delante del carro, una a cada lado. Van enganchando los
palos unos a otros con cuerdas y arneses. Comprueban que todos tienen la luz
encendida. Nos hacen ir avanzando para quedar en posición. Nos colocamos los
capuchos. Todo listo.
La banda de música comienza a tocar los
primeros acordes de una marcha procesional que no recuerdo. Las filas empiezan
a avanzar, cierro los ojos, doy gracias y un escalofrío recorre todo mi cuerpo
dejándome los pelos de punta. No puedo controlar las lágrimas que se deslizan
por mis mejillas. Por fin, muchísimos años después de haberlo deseado, ese
Martes Santo de dos mil nueve, comienzo a procesionar con la “HERMANDAD DE JESÚS
CAÍDO”.
Luis Fernando Berenguer Sánchez.
21 de marzo de 2013.
Acabas de hacer un recorrido precioso por el sentir y vivir "con altibajos" de la religión.La vida es una búsqueda permanente, en la que no siempre conseguimos ver con claridad; y para ello, acudimos con frecuencia a nuestra parte espiritual que sería "el sentir";Y unido a este sentir, anécdotas, viviencias de nuestro recorrido, sensaciones...
ResponderEliminar¡Enhorabuena por haber lo reflejado todo tan bien!