Cada uno de nosotros es susceptible de
tener alguna cualidad que lo lleve a ser bueno en algo, muy bueno o único y
excepcional. El grado de excelencia de la cualidad en cuestión lo determinará.
Es posible también y hasta de lo más común, no encontrar ningún signo de
exclusividad en la inmensa mayoría de ciudadanos que formamos parte del
entramado social. Unos y otros estamos obligados a convivir de la mejor manera
posible y en principio, por ley, nos asisten los mismos derechos y
obligaciones.

La aceptación de la realidad, no la mía, la
de todos, siempre debiera estar por encima de aquellos individuos incapaces de
aceptar con dignidad el rol que les ha tocado desempeñar en esta vida. La única
que tenemos y que vamos a vivir. Desgraciadamente no aprecio que sea esto lo
comúnmente aceptado. No acabo de entender como algunas personas, demasiadas
últimamente, se aferran a pensamientos únicos, desdeñan sistemáticamente
cualquier postura o pensamiento distinto de los suyos y son capaces de creer
salir indemnes de posturas contradictorias, comentarios descalificantes y hasta de actitudes despreciativas. Pero este es
otro tema al que el maltrecho subconsciente me ha deslizado, y por el que
prefiero no transitar en este instante en pos de mantener una adecuada
estabilidad emocional que me permita finalizar objetivamente la reflexión que
había comenzado.
Para ello, me gustaría abrir un apartado
nuevo que me permita desarrollar una teoría en la que tengo mucha fe. Se trata
de la “cultura del esfuerzo”. Todo lo anteriormente expuesto en los primeros
párrafos no tendría ninguna repercusión si la persona agraciada con el “don”
(cualidad), se hubiera dejado llevar y no hubiera dedicado ningún esfuerzo en
aprovechar y desarrollar la cualidad poseída. Asimismo, quiero poner en valor e
incidir para que se tengan muy en cuenta a aquellas personas, que sin haber
sido dotadas de ninguna extraordinaria cualidad (“don”), han alcanzado
objetivos inimaginables, tan sólo explicables a través del esfuerzo, la
constancia y la determinación. Y aún sin conseguir objetivo alguno, su actitud bien es merecedora del máximo respeto.

Luis Fernando Berenguer Sánchez.
10 de febrero de 2013.
Pues vaya mi elogio para la gente que con humildad desarrollan su "don" ,y se esfuerzan en ser respetuosos y transigentes sin despreciar los puntos de vista de los demás. Y a los que todavía no han conseguido ese nivel, sugerirles que hagan un esfuerzo.
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