jueves, 30 de agosto de 2012

Sentimientos


Los sentimientos son ese conjunto de emociones variables y volubles que zigzaguean y suben y bajan nuestro ánimo, haciéndonos sentir el más dichoso ser o la más infortunada criatura. La cara suele ser un reflejo fiel del estado en el que se encuentran. Sin embargo, hay excepciones que rompen los esquemas de la lógica emocional.

Hay quién no sabe apretar los dientes y cerrar la boca, mirar fríamente arrugando las cejas y atravesarnos con la mirada. Puede que realmente vivan siempre en un estado de perpetua felicidad, aunque no lo creo. A pesar de que en su rostro se dibuje una continua sonrisa, en más de una ocasión, una triste procesión le estará rasgando por dentro. Pero son así, si no quieren, no sabremos nunca distinguir cuando sufre su alma o cuando su sonrisa es real.

Por otra parte, también hay quién no sabe esgrimir una mínima sonrisa, ni siquiera viendo la más absurda recreación de “Tricicle”. El rostro vive en una perpetua mueca que denota un continuo malhumor. Hasta parece que les ofenda una simple broma. Quizá sea real la continua desazón que exteriorizan, pero seguro, que sea del tipo que sea, tienen algún motivo, por insignificante que parezca,  para sonreír mínimamente. Aparentemente, no hay nada ni nadie que les pueda abstraer de esa continua situación de enfado.

Los sentimientos no son exclusivos de nadie. Todos tenemos problemas, de cualquier índole; y situaciones o personas que nos hagan sentir como es la felicidad. Normalmente las sensaciones son temporales, y por ende, llevaderas y superables en caso de tristeza o dolor; o agradables en caso de alegría y satisfacción. Es al sacar los sentimientos de paseo cuando comprobamos que nuestro interlocutor también siente. Puede sentir pena, tristeza, impotencia; o alegría, ilusión y motivación.

Me gustaría centrarme en lo más complejo del sentimiento. Es decir, en la manera de afrontar cualquier tipo de situación adversa que se nos pueda presentar. Todos sufrimos, de una manera o de otra, leve o intensamente, lo que suele ocurrir es que administramos los problemas interiorizándolos de tal manera que nos hace ignorar los de los demás. Somos egoístas hasta para ser quién más y peores problemas tiene.

Ocurre a veces, que no habiendo en nosotros mismos motivo de preocupación, cualquier circunstancia adversa o problema que afecte a alguien de nuestro entorno, lo asumimos como nuestro, activándose en nuestro cerebro un complejo mecanismo que dificulta la acción del entendimiento, viciando de tal manera el ambiente, que en verdad, pueda convertir la situación en un problema crónico para nosotros.

No ha surgido la meditación al albur de ninguna vena filosófica. Pueden haber concurrido hasta cuatro circunstancias referidas en alguno de los párrafos del texto que pueda conocer: la de la sonrisa eterna con procesión desgarrante, la del rictus malhumorado y dos del último párrafo, situaciones que se asumen como propias y que se enquistan creando problema crónico. Todo ello avezado con la lectura de una serie de recomendaciones básicas con que me instruyó una profesional en la ayuda emocional, concretamente en un punto referido a la “Escucha empática” (ponerse en lugar del otro para entenderlo correctamente), ha hecho que una vez más, mi subconsciente, de rienda suelta a la reflexión.


Luis Fernando Berenguer Sánchez.
30 de agosto de 2012.

lunes, 6 de agosto de 2012

De vez en cuando la vida...


Todo ocurrió en unos segundos que se hicieron eternos. Allí estaba yo sin tener que estar. No tenía que haber pasado por allí, pero pasé. En ese momento cumplía con la obligación de parar con mi coche, en un cruce de calles, respetando una señal de stop. Al girar la cabeza hacía la derecha para comprobar que no venía nadie, la vi. Cruzaba lentamente la calle, algo encorvada hacia delante y con la mirada triste fija en ninguna parte.

La curiosidad innata, que siempre nos traiciona, me hizo mantener la cabeza girada hacia ella y mis ojos fijos en su caminar. Al reparar en mí, nuestras miradas se encontraron. No fui capaz de soportar la intensidad de aquellos ojos desafiando mi indiscreción. Tan solo acerté a efectuar un ligero movimiento de cabeza hacia arriba, que pretendía al mismo tiempo, saludar avergonzadamente y excusar mi atrevimiento.

Sentí como el frío hielo del veneno, que inyecta la espina de una  imaginaria flor venenosa, penetraba en mi acelerado corazón. Fue una breve secuencia, a la que yo asistía como aturdido espectador, que se proyectaba a través de la ventanilla de mi automóvil, haciendo las veces de improvisada pantalla en la que se exhibían imágenes de una historia real.

Ella y yo nos conocíamos aunque nunca nos llegamos a tratar. A su marido sí que le trataba. Casi todas las mañanas coincidíamos en el bar, tomando café, antes de irnos a trabajar. Era un hombre joven, corpulento, fuerte como casi todos los del gremio de camioneros al que pertenecía. Listo, con una capacidad de reflexión y crítica propias de cualquier letrado. Involucrado en cualquier asunto de la vida y totalmente al día en los avatares políticos cotidianos. Luchador y consciente que la única salida que nos queda en la difícil situación que atravesamos, sobre todo a ellos, los autónomos y pequeños empresarios, es intentar mirar hacia delante con perspectivas cortoplacistas, salvando el día a día y “aventando cuando haga aire”. Por eso no tenía horario. Bien temprano ya subía a las canteras de mármol a cargar bloques, transportar tablas, palets con losas; lo que fuera y llevarlo adonde fuera. Tenía que pagar su camión, decía, y mantenerlo, repostar gas-oil, cotizar como autónomo, y empresa complicada, que le quedara un digno jornal.

Las manos de la mujer empujaban en ese momento, delicadamente, una silla de ruedas. En ella iba ahora su marido. Una figura casi esquelética, con las piernas encogidas formando un imposible ángulo agudo, la cabeza ladeada hacia la izquierda, y reflejándose en su rostro, una perpetua mueca que lo desfiguraba. Su corazón le asía a la vida a través de un endeble hilo capaz de quebrarse al más mínimo contratiempo.

Ahora ya nada le importa. Ni siquiera es consciente de nada. El tumor detectado en su cerebro lo ha apartado del devenir diario, aunque de momento, no de la vida. No sé, ni creo que sepa nadie, si podrá recuperar un mínimo de conciencia y de dignidad, o si por el contrario, el día menos pensado dejará ese malvivir para siempre.

No digo que a mí no me importe nada, porque sí que soy consciente de todo. Pero me miro y me toco, y pienso, y camino, y como, y hablo, y…; y creo sinceramente que todo lo demás es secundario, aunque no por ello, intrascendente.

Desde hace unos días ya no voy a tomar café a ese bar. Estoy seguro que escucharía, dos banquetas a mi derecha, unas acertadas y vehementes opiniones fluir en mi imaginación.

Es la vida, todo pasará, pero son duros golpes difíciles de asimilar.


Luis Fernando Berenguer Sánchez.
5 de agosto de 2012.

domingo, 5 de agosto de 2012

ALELUYA A SANTA MARIA MAGDALENA


Llora el día
aún sin despuntar el alba,

al tiempo que el sonido
estridente y descontrolado
del repique de campanas,
irrumpe por rendijas
de puertas y ventanas,
despertando a los dormidos
y anunciando a los despiertos,
que nuestra patrona,
Santa María Magdalena,
otro primer lunes de agosto
regresa a su morada. 
       
Luis Fernando Berenguer Sánchez.
                  16 de agosto de 2007.