Los sentimientos son ese conjunto de
emociones variables y volubles que zigzaguean y suben y bajan nuestro ánimo,
haciéndonos sentir el más dichoso ser o la más infortunada criatura. La cara
suele ser un reflejo fiel del estado en el que se encuentran. Sin embargo, hay
excepciones que rompen los esquemas de la lógica emocional.
Hay quién no sabe apretar los dientes y
cerrar la boca, mirar fríamente arrugando las cejas y atravesarnos con la
mirada. Puede que realmente vivan siempre en un estado de perpetua felicidad,
aunque no lo creo. A pesar de que en su rostro se dibuje una continua sonrisa,
en más de una ocasión, una triste procesión le estará rasgando por dentro. Pero
son así, si no quieren, no sabremos nunca distinguir cuando sufre su alma o
cuando su sonrisa es real.
Por otra parte, también hay quién no sabe
esgrimir una mínima sonrisa, ni siquiera viendo la más absurda recreación de “Tricicle”.
El rostro vive en una perpetua mueca que denota un continuo malhumor. Hasta parece
que les ofenda una simple broma. Quizá sea real la continua desazón que
exteriorizan, pero seguro, que sea del tipo que sea, tienen algún motivo, por
insignificante que parezca, para sonreír
mínimamente. Aparentemente, no hay nada ni nadie que les pueda abstraer de esa
continua situación de enfado.
Los sentimientos no son exclusivos de
nadie. Todos tenemos problemas, de cualquier índole; y situaciones o personas
que nos hagan sentir como es la felicidad. Normalmente las sensaciones son
temporales, y por ende, llevaderas y superables en caso de tristeza o dolor; o
agradables en caso de alegría y satisfacción. Es al sacar los sentimientos de
paseo cuando comprobamos que nuestro interlocutor también siente. Puede sentir
pena, tristeza, impotencia; o alegría, ilusión y motivación.
Me gustaría centrarme en lo más complejo
del sentimiento. Es decir, en la manera de afrontar cualquier tipo de situación
adversa que se nos pueda presentar. Todos sufrimos, de una manera o de otra, leve o intensamente, lo que suele ocurrir es que administramos los problemas interiorizándolos de
tal manera que nos hace ignorar los de los demás. Somos egoístas hasta para ser
quién más y peores problemas tiene.

No ha surgido la meditación al albur de
ninguna vena filosófica. Pueden haber concurrido hasta cuatro circunstancias
referidas en alguno de los párrafos del texto que pueda conocer: la de la
sonrisa eterna con procesión desgarrante, la del rictus malhumorado y dos del último
párrafo, situaciones que se asumen como propias y que se enquistan creando
problema crónico. Todo ello avezado con la lectura de una serie de
recomendaciones básicas con que me instruyó una profesional en la ayuda
emocional, concretamente en un punto referido a la “Escucha empática” (ponerse
en lugar del otro para entenderlo correctamente), ha hecho que una vez más, mi
subconsciente, de rienda suelta a la reflexión.
Luis Fernando Berenguer Sánchez.
30 de agosto de 2012.