La
ilusión y la esperanza se vestían de negro y no era el presagio de una nueva
decepción. El niño, como cada sábado, se despertaba antes de lo habitual,
inquieto, eufórico, ilusionado, emocionado y esperanzado, se vestía metódica y
casi obsesivamente con su camiseta negra, su pantalón negro, sus calzas negras,
sus botas negras y sus blancos guantes. Era el guardameta de su equipo de
alevines de primer año del Noveldense C.F. Como cada sábado su ilusión y esperanza hacían de él
un niño feliz. ¡Qué suerte!, ¿o no?.
El
partido comenzaba y el balón iba cruzando la línea de su portería pasando por
entre los tres palos, sin que él pudiera hacer nada por evitarlo en la mayoría
de las ocasiones, hasta que se albergaba, sin remedio, en el fondo de la
portería. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve,
diez…¿cúantos goles le meterían hoy?.

Así
fue siempre durante aquel año, hasta que un día, próximo a finalizar el
campeonato, cuando el colegiado dio el último pitido señalando el final del
partido, la algarabía se adueñó de la situación. Los padres, en la grada,
aplaudían sin cesar; los niños, en el campo de fútbol, ondeando brazo en alto las camisetas,
gritaban, saltaban, se abrazaban, se felicitaban. Sí, sí, habían ganado su
primer partido, y fue entonces, cuando por fin, el luto de su indumentaria
significó alegría y satisfacción. Si en ese momento me preguntan:
-¿Qué es la
felicidad?
- La
felicidad es un niño contento –hubiera respondido yo-.
Su madre,
como siempre, le siguió animando desde la grada: ¡ÉSE PORTERO!; y a su padre,
viendo el gozo de su hijo, una furtiva lágrima le atravesó la mejilla
izquierda. Eso sí, luego de ducharse el niño, le felicitó y como en cada
partido, le corrigió y como siempre, luego se arrepintió. ¡Qué suerte!, ¿o no?.
Luis Fernando Berenguer Sánchez
Abril 2007.
que chulo.... m'agrada molt
ResponderEliminar