domingo, 22 de abril de 2012

De cuando el negro cambiaba su significado.


La ilusión y la esperanza se vestían de negro y no era el presagio de una nueva decepción. El niño, como cada sábado, se despertaba antes de lo habitual, inquieto, eufórico, ilusionado, emocionado y esperanzado, se vestía metódica y casi obsesivamente con su camiseta negra, su pantalón negro, sus calzas negras, sus botas negras y sus blancos guantes. Era el guardameta de su equipo de alevines de primer año del Noveldense C.F. Como cada sábado su ilusión y esperanza hacían de él un niño feliz. ¡Qué suerte!, ¿o no?.
                                                                                      
El partido comenzaba y el balón iba cruzando la línea de su portería pasando por entre los tres palos, sin que él pudiera hacer nada por evitarlo en la mayoría de las ocasiones, hasta que se albergaba, sin remedio, en el fondo de la portería. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez…¿cúantos goles le meterían hoy?.

La ilusión iba dejando paso a la tristeza y a la decepción; y tras el partido, alguna que otra lágrima surcaba los ríos de las mejillas del niño. La madre, desde la grada, le animaba: ¡ÉSE PORTERO!. El padre, después de ducharse el niño, lo consolaba, le felicitaba y le corregía, -a veces era demasiado exigente con él, luego se arrepentía-. Poco a poco el niño se iba olvidando o fingía que se olvidaba, y su alegría iba desterrando la desolación. Hasta el próximo sábado.

Así fue siempre durante aquel año, hasta que un día, próximo a finalizar el campeonato, cuando el colegiado dio el último pitido señalando el final del partido, la algarabía se adueñó de la situación. Los padres, en la grada, aplaudían sin cesar; los niños, en el campo de fútbol, ondeando brazo en alto las camisetas, gritaban, saltaban, se abrazaban, se felicitaban. Sí, sí, habían ganado su primer partido, y fue entonces, cuando por fin, el luto de su indumentaria significó alegría y satisfacción. Si en ese momento me preguntan:
-¿Qué es la felicidad?
- La felicidad es un niño contento –hubiera respondido yo-.

Su madre, como siempre, le siguió animando desde la grada: ¡ÉSE PORTERO!; y a su padre, viendo el gozo de su hijo, una furtiva lágrima le atravesó la mejilla izquierda. Eso sí, luego de ducharse el niño, le felicitó y como en cada partido, le corrigió y como siempre, luego se arrepintió. ¡Qué suerte!, ¿o no?.

Luis Fernando Berenguer Sánchez
Abril 2007.

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