La
tenue luz de la bombilla de una lámpara de pie, ilumina mansamente las hojas de
un libro abierto en manos de un ávido lector, inmerso en la historia que narra
el autor del libro y acomodado en un antiguo sillón heredado. El día es gris, desapacible.
A través del cristal de la ventana, con la persiana medio bajada, se aprecia el
movimiento suave que la ligera brisa provoca en las ramas de los árboles. De
fondo se escucha, de vez en cuando, el sonido de las gotas de lluvia al chocar
contra el cristal de la ventana.
Hace
pocos minutos que el lector ha apagado el ordenador. Había estado malojeando
algunos periódicos, y se había detenido en algunos artículos de opinión de
autores fiables. Dudó luego en si ir a sucesos, deportes, inicio o seguir en
opinión por si se le había pasado algún artículo de interés. Desestimó todo lo
anterior y decidió abrir su cuenta de facebook. Allí se encontró con siete
notificaciones y dos mensajes, pero antes de verlos, quiso estar al día en las
publicaciones nuevas que habían entrado desde su anterior visita. Pinchó en “Me
gusta”, comentó o compartió las publicaciones, al tiempo que iban entrando
nuevas notificaciones sobre lo que él había comentado o compartido. Y también
iban entrando nuevas publicaciones.
Una
vez se puso al corriente, abrió por fin las notificaciones, entre ellas dos
solicitudes de vidas de no sé qué juego de bolas, a las que no hizo ningún
caso. Los mensajes eran de un amigo cercano y de una amiga lejana. Respondió a
ambos. Luego volvió a la página de inicio de facebook y comprobó que habían
entrado cinco o seis nuevas publicaciones. ¡Jod...!, se le escapó un
improperio, -¡Aquí no dura nada ni treinta segundos!-. Se puso a ver las
publicaciones y volvían a entrar notificaciones. Empezó a aturullarse.

De
pronto, una voz que pronunciaba su nombre al otro lado del pasillo, lo rescató
de los intensos avatares brasileños. No sabía qué hora era ni cuánto tiempo
había compartido con D. Pedro y su esposa Leopoldina en aquél Brasil inquieto,
próximo a independizarse. Cerró el libro, se levantó y se acercó a la ventana.
Comprobó que había anochecido y que había dejado de llover.
Ahora,
sí que se sentía satisfecho, relajado y con algunos conocimientos más de los
que tenía antes de sentarse a leer, y mientras caminaba por el pasillo al reclamo
de la voz que lo llamó, pensó que después de cenar volvería a abrir su cuenta
de facebook, más que nada por ver si algún amigo o amiga había publicado algo
nuevo, quizá tan interesante como efímero…
Luis
Fernando Berenguer Sánchez.
Muy bueno, sí señor!!!!
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