lunes, 25 de marzo de 2013

Un cofrade tardío



Es Semana Santa de uno de aquellos años en que uno no entiende demasiado de la Pasión de Cristo. La “palma” ya está en casa. Larga, más alta que uno mismo y más larga que la del año anterior. Esos Domingos de Ramos siempre había que estrenar algo, aunque las circunstancias hacían que algunas veces fueran tan solo uno calcetines blancos, de aquéllos que no daban de sí, almidonados, con agujeritos pequeños. Otros años, el presupuesto o las necesidades propias del crecimiento, hacían que la prenda a estrenar fueran unos zapatos de charol, que luego se guardaban exclusivamente para los domingos y festivos. También podía caer algún jersey o unos pantalones cortos. Sí, digo bien, pantalones cortos que hacían que los muslos se pusieran morados los días de frío. Era lo habitual, los chicos llevaban pantalones cortos hasta una edad en la que los pelos de las piernas empezaban a no ser agradables de ver. No faltaba tampoco la foto en la Glorieta o en la Plaza Vieja, delante de Jorge Juan, firmes, asidos a la palma apoyada en el suelo.

Uno ya no recuerda muy bien si sus padres lo llevaban a ver alguna de las procesiones que se realizaban durante la semana, hasta el Viernes Santo. Pero de ese día, sí que anidan en la memoria algunas imágenes, como fotos fijas, de algunas Cofradías y Hermandades y de los tronos que les acompañan en las procesiones. Tengo muchas, pero de entre las imágenes más llamativas podría destacar la solemnidad del “Santo Sepulcro”, con Jesús yacente, foto en la que veo a la gente puesta en pie al paso del trono. A la cabeza de las dos filas de cofrades, dos bombos que se responden con rabia un solo golpe, a intervalos de varios segundos, que se hacen eternos. Otra imagen impactante, guardada en el recuerdo, es la de “Nuestro Padre Jesús”, con su túnica morada, portando la cruz a cuestas y la corona de espinas sobre la cabeza, camino del Calvario. Pero ya digo que de esos años, todo eso no son más que fotos sin relación ni discernimiento.

Si damos un pequeño salto en el tiempo, tampoco demasiado, uno recuerda que acudía ya a la procesión del Viernes Santo, en la que procesionan todos los pasos, con sus amigos. La procesión siempre se veía dos veces. Una al principio, colocándonos a un lado, y otra en el tramo final, situándonos ahora en el lado contrario. Había que hacer el  mayor acopio posible de caramelos, con los bolsillos de  la chaqueta y del pantalón a reventar. Era un bonito juego de desconocimiento sobre quien alargaba la mano para ofrecernos caramelos y de incertidumbre, a la espera de ser obsequiado o no por el capucho que pasaba por nuestro lado.

Luego llegaría ya la adolescencia, y el juego, aparte de consistir en descubrir quien era el que nos había dado los caramelos, introducía la variante de observar los zapatos y la mano del cofrade (si no llevaba guantes), para averiguar si era una chica la que nos obsequiaba. Esta variante en el juego podía llegar a ser obsesiva hasta tal punto, que en más de una ocasión nos íbamos al final de la procesión, a Plaza Vieja, para esperar al capucho en cuestión y averiguar, en el momento de descubrirse, de quien se trataba. Algo alejados y medio escondidos, asistíamos a ese maravilloso momento de comprobar si la persona que iba bajo el capucho, era la chica que nos gustaba. Un momentazo.

Y uno ya crece más, y hay un momento en el que casi desconecta de este mundo de la Semana Santa. Siempre me llamó la atención pero nunca lo suficiente como para involucrarme en ella y participar como cofrade. Tampoco se dieron las circunstancias adecuadas que me hicieran dar el paso. Ni en la familia ni en el grupo de amigos había nadie que perteneciera a ninguna Cofradía. Haciendo una breve aclaración, añadiría, que mi relación con la Iglesia Católica ha tenido constantes altibajos. Los momentos de mayor acercamiento, dos sobre todo, coincidieron con las comuniones de mis hijos. Fueron dos épocas, en las que por coherencia y también por convicción, viví muy de cerca la religión católica. Luego, la relación se ha vuelto a enfriar, pero reconozco que el poso católico siempre ha estado ahí. Yo decía y digo, que soy católico no practicante. El motivo no es otro que encontrar una barrera infranqueable que moralmente me impide acercarme incondicionalmente a determinados postulados retrógados, incoherentes y hasta despreciativos hacía a algunas personas, en los que los máximos mandatarios de la Iglesia Católica se muestran intransigentes. Alguno de esos postulados, que no voy a especificar, afecta directamente a personas buenas, muy queridas por mí. Y mi elección es clara.

Pero volviendo al tema, ya han pasado bastantes años más, y a pesar de todo, mi poso católico, a mi modo, sigue intacto. Para ser cofrade sólo faltaba que en algún momento concurrieran las circunstancias y el momento adecuados para ello. El momento podría haber sido cualquiera, yo mismo lo hubiera podido elegir, pero nunca lo hice. Por tanto, era necesaria la circunstancia, que llegó en forma de persona apasionada por la Semana Santa. Era y es, uno de los pocos del “paso”, que durante todo el año venden lotería para el último sorteo del mes, con un beneficio nada extraordinario para el trajín que ello conlleva. Es también uno de los hermanos que va empujando el carro en las procesiones. Lo conocí en el trabajo. No estuvo demasiado tiempo allí, pero desde el primer día encontré en él una cercanía de las que pocas veces se encuentra. Pronto surgió el tema de la Semana Santa y del “pas” en nuestras conversaciones, y a las pocas semanas, ya me empecé a quedar con un décimo de lotería de la Hermandad. La cosa se fue calentando, y ese primer año, ya le quise pagar la cuota para apuntarme. No la pagué, no me dejó. Me animó a que me hiciera la Vesta, que saliera en las procesiones y añadió que el primer año tenían como norma no cobrar la cuota a los que se apuntaban, que con el gasto del traje era más que suficiente. Así y todo continué sin decidirme, y tuvo que ser mi mujer, Mari Carmen, la que en connivencia con mi amigo, Luis Javier Cantó, urdieron la trama. Mi mujer compró la tela para mi Vesta y para la de nuestro hijo Luis, y Luis Javier le prestó un traje para que la modista se guiara a la hora de confeccionarlas. Por descontado que tuve que ir a la modista, más que nada para que el traje saliera de mi medida. Por ello ahora, les agradezco a ambos el empujón que me dieron y que me convirtieron, por fin, en un cofrade tardío.


Y llegó el día, Martes Santo, siete y media de la tarde, plaza de Santa Teresa de Jornet (San Roque). El carro, trono es más correcto, ya está preparado en la puerta de la Iglesia de San Roque. Las flores frescas y coloridas y los cirios encendidos dan majestuosidad al conjunto escultórico de “Jesús Caído”, formado por las imágenes de Jesús Caído con la cruz a cuestas, un trompeta y un sayón instando a Cristo a levantarse. Impacta observar detenidamente la resignación y el sufrimiento que refleja el rostro de Cristo y la agresividad del sayón. Los encargados del paso empiezan a formar las dos filas delante del carro, una a cada lado. Van enganchando los palos unos a otros con cuerdas y arneses. Comprueban que todos tienen la luz encendida. Nos hacen ir avanzando para quedar en posición. Nos colocamos los capuchos. Todo listo.

La banda de música comienza a tocar los primeros acordes de una marcha procesional que no recuerdo. Las filas empiezan a avanzar, cierro los ojos, doy gracias y un escalofrío recorre todo mi cuerpo dejándome los pelos de punta. No puedo controlar las lágrimas que se deslizan por mis mejillas. Por fin, muchísimos años después de haberlo deseado, ese Martes Santo de dos mil nueve, comienzo a procesionar con la “HERMANDAD DE JESÚS CAÍDO”.


Luis Fernando Berenguer Sánchez.
21 de marzo de 2013.
 

martes, 19 de marzo de 2013

Granos de arena



¿Quién salvará nuestras almas,
menores que un grano de arena,
si disueltas en aguas bravas,
son primero zarandeadas,
luego dispersadas
y finalmente anuladas.


No puedo evitar sentirme grano de arena en la inmensidad del universo. Grano de arena con voluntad custodiada pero sin consistencia ni fuerza, capaz de ser arrastrado por el viento o diluido por la más mansa agua. Solamente unido a otros granos de arena, ordenadamente amalgamados, formando pequeñas piedras sin aristas discordantes, percibo ser un poco más fuerte, pero aún así, totalmente vulnerable.

Es de este modo como veo funcionar el entramado social, laboral, económico y político que hemos construido. Nos unimos a unos pocos para formar piedras pequeñas y sentirnos más fuertes ante cualquier situación inesperada. Solos, no somos nada, aunque lo parezca. Cuando todo funciona de un modo razonablemente normal, con esta manera de actuar puede que sea suficiente, pero cuando la situación se tuerce y comienzan a surgir problemas individuales o colectivos de cualquier tipo, ni creo que sea suficiente ni me da la impresión de que hagamos, en general demasiado, por modificar el modo de comportamiento. En numerosas ocasiones nos limitamos a quejarnos o protestar en foros inadecuados para la obtención de los fines denunciados.

La observación casi obsesiva que practico a menudo hace que me dibuje un escenario actual, por supuesto subjetivo y del que me surgirán numerosos detractores, que aunque difícil, es poco o nada catastrófico para una gran mayoría de piedrecitas independientes que conviven en el mismo espacio social, más o menos a su aire, sin sentir la necesidad vital, laboral, económica, política o de cualquier tipo, de unirse a otras piedrecitas. Trasladado esto a la realidad, significaría que sigue habiendo un importante número de ciudadanos, con el suficiente o sobrado nivel de ingresos, que lógicamente no forman parte de ningún colectivo reivindicativo ni participan activamente en ningún tipo de protesta.

El resto, los afectados, que aunque son muchos y cada día vamos siendo más, como adelantaba anteriormente, ni siquiera cuando nos bombardean con noticias que demuestras las dificultades por las que atraviesan los ciudadanos en particular y el país en general, somos capaces de acercarnos a otros grupos de tamaño similar para formar una gran roca que sea capaz de resistir cuanto le venga por un lado, por el otro o desde arriba. Se abren múltiples frentes de lucha, colectivos de la sociedad a los que identifico con las piedras, que por sí solos, actúan de manera desacompasada y en diferentes lugares y días; y si consiguen algo de lo que reivindican, se reduce a asuntos absolutamente particulares de su ámbito social o laboral.

A día de hoy, no consigo apreciar una firme determinación en nosotros para afrontar de manera conjunta cualquier acción. De forma honrosa y elogiable, se produjeron, el pasado sábado veintitrés de febrero, un gran número de manifestaciones en prácticamente todas las ciudades del país, que aunque multitudinarias, me da la impresión particular que más multitudinaria aún, fue la no participación de la ciudadanía en tales manifestaciones. Entre los ausentes están, por supuesto, los no necesitados, pero también un gran número de afectados por algo o por todo. Pero ni todos tienen las mismas convicciones, ni las mismas ganas, ni la misma necesidad de involucrarse en las protestas o reivindicaciones conjuntas.


            Mientras tanto, la vida sigue, sin detenerse, y hasta pasados muchos años, no sabremos como quedan reflejados en la historia nuestros comportamientos actuales.


Luis Fernando Berenguer Sánchez.
19 de marzo de 2013.