martes, 1 de enero de 2013

Comidas y cenas con móvil de última generación



Primera mañana del nuevo año. Todavía somnoliento, en silencio de almas que todavía no bullen después de una noche más o menos larga, y con la oscuridad que proporcionan las persianas bien bajadas, irrumpen en mi mente, con la humildad cierta que aporta el conocimiento de las aptitudes ajenas y la constancia de las limitaciones propias, una serie de pensamientos que prefiero no dejar escapar.

Minutos más tarde, entre sorbos de un cargado café, pequeños chutes de cafeína, y la paz que respira la estancia con la música de ambiente que aporta “EL CONCIERTO”,  ese por el que mi alma suspira, ese que no desearía no poder escuchar en directo algún primero de enero antes de pasar a la otra vida, van aflorando el “hardware” y el “software”.

Porque esto es muy importante. El hardware y el software se han convertido en elementos imprescindibles en nuestras vidas. Tanto como el comer, beber, dormir y no sé yo, si pueden llegar a competir con otras necesidades primarias inherentes a los seres vivos. Un software adecuado instalado en un buen hardware, con una buena conexión a Internet, son unos fantásticos aliados para convertir una comida o una cena con familiares o amigos, en algo absolutamente maravilloso para alguien gustoso de las buenas conversaciones y tertulias en torno a una mesa, mantel, algo de comida y pequeños sorbos de vino que sin duda avivan la lucidez.

Mejor. Así, hablando casi exclusivamente conmigo mismo y sin coincidir ni discrepar casi con nadie, soy testigo de como algunos de los comensales ven en mí al elemento que distorsiona la realidad; y yo mismo voy siendo consciente de mi paulatina sumisión en un estado, que se podría catalogar como anticuado. Casi todos los que rodean la mesa, andan a la gresca con sus artilugios, haciendo fotos y hablando por “wasap” con personas, seguro que más importantes que las allí presentes.

Uno, que lejos de apostarlo todo a las nuevas tecnologías, aunque acepte sus ventajas y las utilice habitualmente, y que se aferra a las tradiciones tales como las de seguir leyendo y escribiendo sobre papel, se atreve a retroceder en el tiempo y afrontar la difícil tarea de escribir sobre un papel adecuado con una pluma estilográfica, intentando utilizar una caligrafía propia de los mejores manuscritos de épocas pasadas.

A medida que la comida o cena va llegando a su fin, se va incrementando la actividad de los “iphones”, “iphades” o “androids”. En estas estamos cuando, de pronto, el único teléfono que suena es el obsoleto mío, sin más excelencias que las de hablar y mandar mensajes de texto, pagando claro. Porque los “wasaps” son gratis, ¡ja!. A continuación me llegan dos mensajes. Nada, amigos anticuados como yo; perdón no, me mandan mensajes porque mi teléfono no tiene “wasap”. ¡Jo!, ¡qué faena les hago a mis amigos!. Como es natural, atiendo y contesto a la llamada y a los mensajes. Pues bien, ya estamos casi todos, de cuerpo presente y alma ausente. La conversación y la tertulia queda pospuesta a la espera de distintos comensales.

Con sigilo, después de cenar la última noche del año, y justo antes, o después de las doce campanadas, no recuerdo bien, me escapo a poner el “lavavajillas” y desear a mis amigos de facebook un escueto y conciso ¡FELIZ 2013! Dos minutos apenas.

-¡Luisfer!, ¿ya te has enganchado?

Manda huevos.


Luis Fernando Berenguer Sánchez.
                                                                                                                                          1 de enero de 2013.

1 comentario:

  1. Las buenas tertulias en reuniones van desapareciendo. Es la "no conveniencia" de los avances tecnológicos.¡Una lástima!

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