Primera mañana del nuevo año. Todavía
somnoliento, en silencio de almas que todavía no bullen después de una noche
más o menos larga, y con la oscuridad que proporcionan las persianas bien
bajadas, irrumpen en mi mente, con la humildad cierta que aporta el
conocimiento de las aptitudes ajenas y la constancia de las limitaciones
propias, una serie de pensamientos que prefiero no dejar escapar.
Minutos más tarde, entre sorbos de un
cargado café, pequeños chutes de cafeína, y la paz que respira la estancia con
la música de ambiente que aporta “EL CONCIERTO”, ese por el que mi alma suspira, ese que no
desearía no poder escuchar en directo algún primero de enero antes de pasar a
la otra vida, van aflorando el “hardware” y el “software”.
Porque esto es muy importante. El hardware
y el software se han convertido en elementos imprescindibles en nuestras vidas.
Tanto como el comer, beber, dormir y no sé yo, si pueden llegar a competir con
otras necesidades primarias inherentes a los seres vivos. Un software adecuado
instalado en un buen hardware, con una buena conexión a Internet, son unos
fantásticos aliados para convertir una comida o una cena con familiares o
amigos, en algo absolutamente maravilloso para alguien gustoso de las buenas
conversaciones y tertulias en torno a una mesa, mantel, algo de comida y
pequeños sorbos de vino que sin duda avivan la lucidez.
Mejor. Así, hablando casi exclusivamente conmigo
mismo y sin coincidir ni discrepar casi con nadie, soy testigo de como algunos de
los comensales ven en mí al elemento que distorsiona la realidad; y yo mismo
voy siendo consciente de mi paulatina sumisión en un estado, que se podría
catalogar como anticuado. Casi todos los que rodean la mesa, andan a la gresca
con sus artilugios, haciendo fotos y hablando por “wasap” con personas, seguro
que más importantes que las allí presentes.
Uno, que lejos de apostarlo todo a las
nuevas tecnologías, aunque acepte sus ventajas y las utilice habitualmente, y
que se aferra a las tradiciones tales como las de seguir leyendo y escribiendo
sobre papel, se atreve a retroceder en el tiempo y afrontar la difícil tarea de
escribir sobre un papel adecuado con una pluma estilográfica, intentando
utilizar una caligrafía propia de los mejores manuscritos de épocas pasadas.
Con sigilo, después de cenar la última
noche del año, y justo antes, o después de las doce campanadas, no recuerdo
bien, me escapo a poner el “lavavajillas” y desear a mis amigos de facebook un
escueto y conciso ¡FELIZ 2013! Dos minutos apenas.
-¡Luisfer!, ¿ya te has enganchado?
Manda huevos.
Luis Fernando Berenguer Sánchez.
1 de enero de 2013.
Las buenas tertulias en reuniones van desapareciendo. Es la "no conveniencia" de los avances tecnológicos.¡Una lástima!
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