lunes, 30 de abril de 2012

De cuando el veinte de julio



        Llegaste a mis ojos un veinte de julio, otro veinte julio en el que nuestra patrona, Santa María Magdalena, era acompañada, en romería, desde su Santuario hasta la iglesia de San Pedro, donde se hospedaría hasta el primer lunes de agosto; en el que nuevamente en romería, sus fieles la acompañarían a su morada, junto al Castillo de la Mola.

Llegaste de rojo, con pantalón vaquero. Llegó a mí tu sonrisa tímida, llegó tu quinceañez inocente, ignorando mis sentimientos. Llegó tu cara, llegó tu mirada, llegó tu silencio, llegó tu timidez, llegaste tú…; y desde entonces y hasta entonces, no ha habido ni hubo habido nadie más en mi corazón.
Tu me aceptaste como era, tú me quisiste como era, tu me esperaste cuando no estaba (¡qué fácil hubiera sido que no lo hicieras!),  y durante demasiados años muchos domingos no estaba.


Iniciamos un proyecto en común y tú te lanzaste decidida, hoy tenemos una casa. El proyecto incluía boda, que hicimos, el proyecto incluía hijos, que los tuvimos. El primer sol que me diste nos llenó de gozo, alumbró nuestra vida en común, nos hizo disfrutar como sólo se disfruta a un hijo. Fue una hija, fue nuestra hija, nuestra princesa, nuestra reina, los planes se cumplían. A los siete años, llegó otro sol, un niño que todavía nos dio más luz. Un hijo que colmó nuestro deseo. El proyecto iba teniendo forma.

Llegó la lucha, llegó el sacrificio, llegó la discusión, llegó la alegría, llegó el traspiés, llegó la satisfacción, llegó el conflicto con el primer sol, que a veces quemaba, llegó la calma…”todo llega y todo pasa, pero lo nuestro es pasar, pasar haciendo caminos…”

Ése es nuestro camino, el camino de rosas y espinas que hemos elegido, el camino que quiero, el camino que sigo, y sigo ese camino porque siempre delante vas tú, siempre lo iluminas para evitar que me caiga, siempre quitas las espinas de las rosas para evitar que  me pinche, siempre ves rectas las curvas, siempre ves lo bueno de lo malo y siempre, siempre, siempre…

Ya han pasado veintisiete veintes de julio, y muchos más que pasarán;  y a tí, Mari Carmen, te brindo un sincero homenaje por tu paciencia y bondad; y te digo que el proyecto continúa, creo que nunca acabará; acabarán antes nuestras vidas, pero antes de nuestras vidas acabar, volveremos la vista atrás y veremos “la senda que nunca volveremos a pisar”.

Luis Fernando Berenguer Sánchez

20/07/2008

domingo, 22 de abril de 2012

De cuando el negro cambiaba su significado.


La ilusión y la esperanza se vestían de negro y no era el presagio de una nueva decepción. El niño, como cada sábado, se despertaba antes de lo habitual, inquieto, eufórico, ilusionado, emocionado y esperanzado, se vestía metódica y casi obsesivamente con su camiseta negra, su pantalón negro, sus calzas negras, sus botas negras y sus blancos guantes. Era el guardameta de su equipo de alevines de primer año del Noveldense C.F. Como cada sábado su ilusión y esperanza hacían de él un niño feliz. ¡Qué suerte!, ¿o no?.
                                                                                      
El partido comenzaba y el balón iba cruzando la línea de su portería pasando por entre los tres palos, sin que él pudiera hacer nada por evitarlo en la mayoría de las ocasiones, hasta que se albergaba, sin remedio, en el fondo de la portería. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez…¿cúantos goles le meterían hoy?.

La ilusión iba dejando paso a la tristeza y a la decepción; y tras el partido, alguna que otra lágrima surcaba los ríos de las mejillas del niño. La madre, desde la grada, le animaba: ¡ÉSE PORTERO!. El padre, después de ducharse el niño, lo consolaba, le felicitaba y le corregía, -a veces era demasiado exigente con él, luego se arrepentía-. Poco a poco el niño se iba olvidando o fingía que se olvidaba, y su alegría iba desterrando la desolación. Hasta el próximo sábado.

Así fue siempre durante aquel año, hasta que un día, próximo a finalizar el campeonato, cuando el colegiado dio el último pitido señalando el final del partido, la algarabía se adueñó de la situación. Los padres, en la grada, aplaudían sin cesar; los niños, en el campo de fútbol, ondeando brazo en alto las camisetas, gritaban, saltaban, se abrazaban, se felicitaban. Sí, sí, habían ganado su primer partido, y fue entonces, cuando por fin, el luto de su indumentaria significó alegría y satisfacción. Si en ese momento me preguntan:
-¿Qué es la felicidad?
- La felicidad es un niño contento –hubiera respondido yo-.

Su madre, como siempre, le siguió animando desde la grada: ¡ÉSE PORTERO!; y a su padre, viendo el gozo de su hijo, una furtiva lágrima le atravesó la mejilla izquierda. Eso sí, luego de ducharse el niño, le felicitó y como en cada partido, le corrigió y como siempre, luego se arrepintió. ¡Qué suerte!, ¿o no?.

Luis Fernando Berenguer Sánchez
Abril 2007.

lunes, 16 de abril de 2012

De lo efímero...



La tenue luz de la bombilla de una lámpara de pie, ilumina mansamente las hojas de un libro abierto en manos de un ávido lector, inmerso en la historia que narra el autor del libro y acomodado en un antiguo sillón heredado. El día es gris, desapacible. A través del cristal de la ventana, con la persiana medio bajada, se aprecia el movimiento suave que la ligera brisa provoca en las ramas de los árboles. De fondo se escucha, de vez en cuando, el sonido de las gotas de lluvia al chocar contra el cristal de la ventana.

Hace pocos minutos que el lector ha apagado el ordenador. Había estado malojeando algunos periódicos, y se había detenido en algunos artículos de opinión de autores fiables. Dudó luego en si ir a sucesos, deportes, inicio o seguir en opinión por si se le había pasado algún artículo de interés. Desestimó todo lo anterior y decidió abrir su cuenta de facebook. Allí se encontró con siete notificaciones y dos mensajes, pero antes de verlos, quiso estar al día en las publicaciones nuevas que habían entrado desde su anterior visita. Pinchó en “Me gusta”, comentó o compartió las publicaciones, al tiempo que iban entrando nuevas notificaciones sobre lo que él había comentado o compartido. Y también iban entrando nuevas publicaciones.

Una vez se puso al corriente, abrió por fin las notificaciones, entre ellas dos solicitudes de vidas de no sé qué juego de bolas, a las que no hizo ningún caso. Los mensajes eran de un amigo cercano y de una amiga lejana. Respondió a ambos. Luego volvió a la página de inicio de facebook y comprobó que habían entrado cinco o seis nuevas publicaciones. ¡Jod...!, se le escapó un improperio, -¡Aquí no dura nada ni treinta segundos!-. Se puso a ver las publicaciones y volvían a entrar notificaciones. Empezó a aturullarse.

Así que apagó el ordenador, se acercó a su modesta pero apreciada librería, cogió el libro que tenía comenzado, encendió la luz de la lámpara de pie, se acomodó en su sillón y en menos de un minuto ya se encontraba cabalgando por la amazonía brasileña junto al príncipe D. Pedro de Braganza, hijo de D. Juan de Braganza, rey de Portugal allá por mil ochocientos veinte. El príncipe se había quedado, a la marcha de su padre, a cargo de Brasil, colonia portuguesa por aquél entonces.

De pronto, una voz que pronunciaba su nombre al otro lado del pasillo, lo rescató de los intensos avatares brasileños. No sabía qué hora era ni cuánto tiempo había compartido con D. Pedro y su esposa Leopoldina en aquél Brasil inquieto, próximo a independizarse. Cerró el libro, se levantó y se acercó a la ventana. Comprobó que había anochecido y que había dejado de llover.

Ahora, sí que se sentía satisfecho, relajado y con algunos conocimientos más de los que tenía antes de sentarse a leer, y mientras caminaba por el pasillo al reclamo de la voz que lo llamó, pensó que después de cenar volvería a abrir su cuenta de facebook, más que nada por ver si algún amigo o amiga había publicado algo nuevo, quizá tan interesante como efímero…

Luis Fernando Berenguer Sánchez.