sábado, 20 de abril de 2013

Siento que llego



Hace ya algún tiempo que siento que me acerco. Él está ahí, insensible, acechando mi llegada para, en el mismo instante, quedarse atrás. Ha sido un largo camino el que he tenido que recorrer hasta llegar a este punto en la vida que desnuda mi sensibilidad. Me emociona sólo el pensar que llegaré. No da igual en que situación y condición, pero llegar y pasar ya es motivo de satisfacción. A la vez me desconcierta saber que el paso será efímero, que no encontraré nada nuevo del otro lado, ni sentiré diferente porque no podré detenerme allí. Me vienen a la memoria aquellos versos de Antonio Machado en los que nos recuerda que estamos de paso: “Todo queda y todo pasa, / pero lo nuestro es pasar, /  pasar haciendo caminos, / caminos sobre la mar. / Nunca perseguí la gloria, / ni dejar en la memoria, / de los hombres mi canción.”…

Nunca antes hasta ahora había tenido la sensación de que me acercaba tan deprisa. ¿A dónde? Ni yo mismo lo sé. Pero donde quiera que sea, unas veces con la calma que proporciona la experiencia, otras con la incertidumbre de no saber nunca lo que va a suceder, algunas con la impotencia propia de la condición humana y siempre, con la subjetividad condicionada por los propios ideales, observar cuanto acontece a mi alrededor e intentar condicionar hasta el límite de lo posible mi destino. En algunos momentos o situaciones, puede que se haya instalado en mí algo tan peligroso como desaconsejable como es el conformismo. Pero es que uno ya ha vivido tanto, y pasado por tantos trances, que cada vez le van quedando menos resortes donde se pueda sostener imaginar, y mucho menos pretender, que la vida le vaya a premiar con algo tan extraordinario como inesperado, que hasta ahora no le haya ocurrido ya. Más bien desea, que lo bueno que le pueda ocurrir, le suceda mejor a los que vienen por detrás de él.

Y no es que piense que al llegar y pasar, ya no haya vida después. Al contrario, tengo muy buenos ejemplos, tanto entre amigos y conocidos como en desconocidos, que me demuestran a diario que tras ese momento, que apenas durará un segundo, todo seguirá igual. Seguiré siendo el mismo, tendré los mismos gustos y aficiones, los mismos defectos y las mismas virtudes (si es que humildemente pienso que tengo algunas), pensaré como hasta entonces (en ocasiones con los mismos errores y contradicciones de siempre); si conservo el trabajo, allí seguiré; o a lo mejor todavía, si llega algún momento en que la obligación quede algo liberada, me atreva a aventurarme en algo que no mine tanto la salud física. Los hijos seguirán creciendo, acabarán sus estudios, se marcharán (la mayor de casa y del país, el pequeño ya se verá); me aferraré con todas mis fuerzas a la persona que me acompaña y a la que siempre amé. Y en cuanto a lo físico, las dolencias y limitaciones comerán terreno a la actividad física que siempre en exceso desarrollé, de hecho, ya me lo van comiendo casi sin darme cuenta.

Por otro lado, no espero encontrar ningún precipicio ese momento del veintitrés de abril de dos mil trece, porque es seguro que ya crucé la cima, y ando algún tiempo ya, con el freno de mano echado para no descender demasiado deprisa la cuesta inversa de la vida, cosa que soy consciente no depende del todo de mí. Sin duda gozaré o sufriré por cosas diferentes en cada momento, como todos. Pero mientras quede en mí un hálito de sensatez, cordura e independencia, procuraré mantener el pulso firme en las batallas contra mi más poderoso enemigo. En más de una ocasión me venció, pero ya hace tiempo que consigo mantenerlo a raya y seguiré luchando para que nunca más me pueda derrotar.

Y disculpen que insista, pero es que ya llego. Y no es que lo sienta, ni lo vea, ni lo oiga, pero no puedo disimular que me gusta la sensación interior y personal de haber tenido la fortuna, que otros no tuvieron, de haber llegado ya al medio siglo, y sobre todo, poder contarlo.


Luis Fernando Berenguer Sánchez.
17 de marzo de 2013.